“Castillar y Moroquero, y Peñas del Tomillar, cuántas
calderitas de oro, en tu seno dormirán”. Esta copla se la cantó en su día
Margarita Gil, Marga, a la sazón
alcaldesa de Arroyo de las Fraguas, a Pedro Vacas, hombre culto y amigo de recopilar
y contar tradiciones, leyendas e historias de la Sierra. A mí no me cantó la
copla, no tuve la misma suerte que mi tocayo, pero me acompañó por uno de las
recorridos más hermosos de cuantos he hecho por la provincia de Guadalajara, y
os puedo asegurar que llevo unos pocos.
Las faldas del Alto Rey, cumbre mítica y rodeada de leyendas a las que nos referiremos en otra ocasión, son un espectáculo de luz y de color. Por sus laderas corren los arroyos, crecen los quejigos y los robles, la pringosa jara que huele a limpia y el tomillo, que nos recuerda a la carne de corderos y cabritos que pasean por estas tierras.
Ahora, en otoño, el contraste de tonalidades parece volverse loco al ritmo del viento. Cuesta trabajo decidirse por un sendero, sobre todo si se asciende al Moroquero (Mojón Cimero), todo un señor cerro, y se observan las decenas de vallejos agrupados a sus pies, cada uno con su pueblo, su veguilla, su camino y su quejigar: La Huerce, Valverde, Umbralejo, Zarzuela, Las Navas, La Nava, Villares, Arroyo de las Fraguas, Bustares, El Ordial… Sólo para poneros los dientes largos os dejo aquí este vídeo tomado desde la cima del Moroquero, cuya subida, dura pero obligada, detallaremos, como la del Alto Rey, en otro momento.
Hoy nos vamos a detener en lo que Marga en su día bautizó
como los Senderos de Oro y Arcilla. ¿Os acordáis de la copla del principio?
Pues como bien dejó escrito el bueno de Pedro Vacas, adquiere su sentido si uno
recorre la senda marcada junto al Arroyo de las Casas y se dirige por el
Tomillar en dirección al río Cristóbal. Pero hablemos para que todos nos
entiendan, que en los pueblos tenemos la costumbre de hacerlo pensando que los
que nos escuchan saben tanto como el que habla, y por lo general no es así, que
la gente que viene de la ciudad es ignorante de todo aquello que no toca a sus
quehaceres.
Como puede verse en el mapa virtual, que todas las semanas
reproducimos al final de esas letras, para empezar a andar, si así se quiere,
hay que llegar hasta Arroyo de las Fraguas, a algo menos de una hora en coche de Guadalajara y media hora más si se acerca uno desde Madrid. Una vez allí hay
que subir el vehículo hasta las eras, pasando por el Hostal Restaurante AltoRey, del que hablaremos luego. En las eras hay sitio de sobra para aparcar y
unos paneles explicativos de las tres rutas señalizadas, que el caminante puede
elegir. Una sube al cerro Tomillar (4,5 km), otra al Moroquero (5,5 km) y la
tercera, de algo más de veinte kilómetros lleva hasta Hiendelaencina y está
bautizada como Sendero de Oro y Arcilla. Es por ésta por la que vamos a caminar
durante un rato, poco más de una hora, hasta encontrarnos con la carretera que
lleva a Zarzuela de Jadraque y de allí a Hiendelaencina. Para recorrerla en su totalidad
hay que echar la jornada entera y no tenemos tiempo, nos emplazamos para otro
momento. Todas las rutas están bien señalizadas y no tienen pérdida.
Arroyo de las Fraguas fue un pueblo minero hasta la Edad Media.
De sus entrañas se obtenía oro, cuarzo, hierro y algo de plata. Los romanos
hablan en sus crónicas de estas minas y de las del pueblo vecino de La Nava de
Jadraque. Incluso algunos siglos después, cuando a comienzos del siglo XX la
explotación de las minas de plata de Hiendelaencina estuvo en pleno apogeo, se
hizo algún intento, no rentable, de extraer de nuevo el oro de las vetas de
cuarzo de Arroyo y de La Nava. Hoy, si uno pasea mirando al suelo encontrará
numerosos restos de todos estos materiales. El oro es más difícil de ver, pero
con entretenimiento, entre los trozos de cuarzo destella alguna mota, como
sucede con la plata entre la roca. Claro, que si uno va todo el tiempo
pendiente de las escorias del suelo, se pierde el paisaje, hermoso de verdad, y eso es imperdonable.
Por cierto, la arcilla la pone en esta historia Zarzuela de Jadraque, pueblo de
tradición alfarera y ollera, con auténticos maestros en el oficio de hacer cacharros y famosos en
Guadalajara y en las provincias rayanas.
Hoy cuesta trabajo imaginarse estos senderos abruptos, como
el del Arroyo de las Casas por el que bajamos, recorridos por los trabajadores
que iban a las minas, casi siempre con las caballerías cargadas, camino de las
limpiadoras de metal del río Bornova; o
a los pastores sacando el ganado al careo, ya fuera invierno o verano. Hoy hay
silencio y soledad al pasar por la Fuente de la Cruz, donde un hombre se ahogó
en su pilón al caerse de la caballería y perder el conocimiento, tras el golpe; o
por la Fuente de los Tres Pilones, en la que hace muchos años que no abreva el
ganado.
Sin embargo quedan todavía restos de vida, cercos de piedra de las antiguas tinás donde se resguardaba el ganado y de los muretes que contenían la tierra de los bancales donde se sembraba el cereal hasta llegar a la orilla del arroyo.
Sin embargo quedan todavía restos de vida, cercos de piedra de las antiguas tinás donde se resguardaba el ganado y de los muretes que contenían la tierra de los bancales donde se sembraba el cereal hasta llegar a la orilla del arroyo.
Según vamos andando se suceden los miradores hacia el valle,
primero del Arroyo de las Casas y luego de El Chaparral. A lo lejos, se ven las
manchas de pinares donde hoy han vuelto los resineros a horadar los troncos
para recuperar uno de los oficios perdidos durante decenas de años en esta
sierra. La crisis agudiza el ingenio y, al menos en esta ocasión, sirve para
mantener con algo más de vida el mundo rural, al que se maltrata con la
supresión de servicios básicos como la sanidad.
Merece la pena recorrer esta sierra, esta franja que se
interpone entre el Ocejón y el resto de la provincia, este mirador privilegiado
que se asoma a los valles y colorea el horizonte. Merece la pena recordar su
pasado y disfrutar de un presente más triste pero igual de hermoso. Como
también merece la pena apoyar a quienes se empecinan en no abandonar los
pueblos e incluso en ligar su futuro a ellos.
Marga, alcaldesa de Arroyo, es un claro ejemplo. Es joven, muy joven, pero lo era mucho más, casi una adolescente, cuando dejó la ciudad, Azuquecade Henares, y regresó al pueblo de sus padres para levantar un negocio de hostelería de la nada: el Hostal Alto Rey. No es fácil sacar adelante una empresa en esta comarca, pero si se atiende bien y se es honesto con el cliente, la cosa funciona.
Marga, alcaldesa de Arroyo, es un claro ejemplo. Es joven, muy joven, pero lo era mucho más, casi una adolescente, cuando dejó la ciudad, Azuquecade Henares, y regresó al pueblo de sus padres para levantar un negocio de hostelería de la nada: el Hostal Alto Rey. No es fácil sacar adelante una empresa en esta comarca, pero si se atiende bien y se es honesto con el cliente, la cosa funciona.
En casa de Margarita la carne es de primera calidad, no hay más
que darse una vuelta por los alrededores del restaurante para ver las vacas y
las cabras pastando. En verano, la huerta, y en otoño setas, níscalos y boletos de todas clases, cocinados de mil maneras. Ricas tostas y buenos postres caseros. Una cocina
humilde en su elaboración, pero fiel a los sabores de la tierra. Un refugio
donde resguardarse en otoño e invierno y donde reponer fuerzas tras una dura
jornada serrana. Un lugar ideal para conocer este rincón de la provincia de
Guadalajara al que prometo volver muy pronto.
Ver mapa más grande