martes, 27 de mayo de 2014

Una ruta por el cielo



La distancia entre el suelo y el cielo no es tanta. Basta con echar a andar por el campo para tocar los árboles y las piedras. Lo difícil es encontrar una ruta que, sin salir de la provincia de Guadalajara, sea capaz de permitirnos “tocar” el cielo y al mismo tiempo tener los pies en el suelo. Esa ruta existe, está muy cerca de la capital, en un pueblo que se llama Yebes, que tiene el privilegio de contar con dos lugares únicos: un Centro Astronómico, con un aula abierta al público y un paraje como Valdenazar, que nos permite andar entre quejigos y disfrutar de la naturaleza más “salvaje”.



La ruta de hoy es perfectamente recomendable para hacer con niños, incluso es conveniente porque se disfruta mucho más. Os emplazo a comenzar visitando el Centro Astronómico. Llamar antes por teléfono, reservar la visita de los sábados, el resto de la semana es para colegios, y durante dos horas largas, sed niños y dejaos seducir por las estrellas.



El Centro Astronómico de Yebes está catalogado como Gran Instalación Científica y su actividad dentro del mundo de la radioastronomía es de importancia internacional. Mediante un complejo sistema de ondas, esas gigantes antenas parabólicas son capaces de dibujar a la perfección el mapa del cielo. Es como dibujar sin ver, apasionante. Pero además de aprender con un interesante vídeo, de tocar algunos de los aparatos que emplean los científicos, de visitar los enormes telescopios, el Centro ofrece un divertido Planetario.



Se entra como en una haima, se tumba uno en el suelo y se descubre el Universo reflejado en la cúpula de la tienda. Sin duda es una experiencia única e inolvidable para grandes y chicos, una reproducción real del cielo con simulaciones en 3D. Un monitor va guiando nuestros ojos y explicándonos los misterios que todavía encierra el Universo. Pero sobre todo, nos damos cuenta de lo pequeños que somos. De que, no ya Guadalajara o Europa… ni siquiera la Vía Láctea, que nos cuesta trabajo imaginar, es mayor que un grano de arroz en el universo conocido que, a su vez, no es más que una insignificancia con respecto al que nos queda por conocer. No somos nada. Una cura de humildad.



Tras deambular por las nubes es bueno poner los pies de nuevo en el suelo y para eso nada mejor que recorrer el bosque de quejigos de Valdenazar. No es difícil encontrarse con algún corzo, como el que me encontré yo hace unos días, pero también se ven las huellas de los jabalíes y se escucha un variado trino de pájaros, que de vez en cuando adornan los  árboles con su color. 


El paseo parte del depósito de agua de Valdeluz. De allí salen dos caminos, hay que tomar el de la derecha y seguir una senda que, aunque no está señalizada, no tiene pérdida porque baja hacia un arroyo, tributario del Tajuña. El bosque está perfectamente conservado e intacto, salvo un par de escombreras al comienzo del camino. El Ayuntamiento lo va a convertir en un parque visitable, con senderos y paneles informativos de fauna y flora, una buena idea. 



Bajar hasta el arroyo, y subir después hacia donde hemos partido, no nos llevará más de una hora. Un paseo agradable y cómodo, pero por una senda, no por camino. Una buena opción para abrir boca y acercarnos a comer al restaurante del campo de golf, RestauranteValdeluz


¡Que no se asuste nadie! El menú del fin de semana cuesta 17 euros. Las vistas y las instalaciones son espectaculares y, por supuesto, no hay que ser socio para disfrutar de su cocina. Al frente Iñurria, uno de los cocineros más laureados en nuestra provincia. Muy recomendable la terraza que mira al campo, tanto como el bacalao al pil pil o la ensalada con pollo al curry. Últimamente se puede degustar una gran variedad de platos asiáticos de calidad, nuevas creaciones d este cocinero singular. Un lugar para volver y a cinco kilómetros de Guadalajara. Un lujo al alcance de cualquiera. Salud.



martes, 20 de mayo de 2014

Buenafuente, capital mundial del silencio



Narciso Yepes, el famoso guitarrista español, persona sencilla y religiosa, nunca quiso reconocer que él había sido el autor del famoso Romance Anónimo, dulce melodía con la que millones de personas intentamos aprender a tocar la guitarra, y algunos lo consiguieron. Lo guardó en silencio, en secreto, como hizo también con su presencia en el monasterio de Buenafuentedel Sistal, capital mundial del silencio. Yepes se retiraba a este rincón del Alto Tajo a componer sus obras, a preparar su gira de conciertos por medio mundo, a descansar, y por supuesto a rezar.




La ruta que hoy os propongo es una ruta ascética, pero no por ello menos hermosa. Por supuesto que a Buenafuente podemos acudir, yo diría debemos acudir, los que no sentimos la llamada intensa de la fe, pero estoy convencido de que quienes sí la sienten disfrutarán aún más de la quietud de este monasterio medieval, un lugar donde sólo se escuchan los pájaros y, en ocasiones, los cantos gregorianos.


A Buenafuente se va en coche por la N-211, carretera de Molina de Aragón, hasta Mazarete donde se coge el desvío de la carretera de Cobeta y Olmeda de Cobeta, y de allí al monasterio. También puede irse desde Cifuentes, por la carretera que pasando por La Riba de Saelices nos acerca al Alto Tajo. Ambas están bien indicadas. Los dos caminos son entretenidos y el tiempo que se emplea es más o menos similar, una hora, con propinilla, desde Guadalajara.
Lo bueno que tiene esta ruta de hoy es que el trayecto en coche forma parte del espectáculo. Pinos, sabinas, castillos, vallejos, iglesias, pequeños arroyos, miradores, oteros rocosos y esa quietud que da atravesar La Alcarria (si vamos por Cifuentes) o la paramera molinesa (por Mazarete). El viaje es ameno y el final sorprendente.


El monasterio de Buenafuente del Sistal tiene mil años de historia y prácticamente sigue igual. Como el campo que le rodea.  Su iglesia es como una cueva iluminada por un milagro, donde la piedra y el agua conviven en armonía. La fuentecilla brota  a los pies de una capilla y el chorrillo compone una música delicada,  sólo apreciable cuando se hace el silencio.  Huele a humedad, a cerrado, a oscuridad y a paz. Pocos lugares tan hermosos, tan eternos, tan espirituales, tan antiguos.






Si la iglesia está cerrada preguntad en los edificios levantados alrededor del monasterio, seguro que alguien os abre. Hace tiempo que en Buenafuente acuden numerosas personas para alejarse del mundanal ruido en soledad o en grupos organizados.




Los alrededores del cenobio no tienen nada que envidiar a la obra del hombre. Desde la plaza, una ruta indica la ribera del Tajo, un paseo imprescindible de algo más de media hora que lleva hasta el barranco del río. Está bien señalizado y es cómodo. Las cárcavas del Tajo apenas dejan pasar la luz, los riscos tienen formas caprichosas y si alguien se encuentra con ánimo, puede seguir ruta hacia los molinos  y seguir aguas abajo por la ladera, a través de una senda que nunca parece tener fin, pero que acaba regresando al cruce de los dos barrancos.




Durante muchos años, Narciso Yepes ofreció un concierto en el interior del monasterio. A él acudían melómanos de medio mundo capaces de pagar por la entrada lo que se pidiera. No había precio, eran aportaciones personales, pero cuentan quienes vivieron de cerca esos conciertos, que gracias a las donaciones de ese día y al empeño de la Asociación de los Amigos de Buenafuente, el cenobio salió adelante y fue creciendo hasta convertirse en lo que es hoy: la capital mundial del retiro y el silencio.


¿Y para comer? Por cercanía, calidad y méritos propios, en El Chozo del Resinero en Olmeda de Cobeta, salón amplio y comida serrana elaborada con cariño y esmero. Buenos vinos y terraza más que agradable con vistas al monte. Esta casa ya ha pasado por estas páginas, pero no me canso de recomendarla. Buen camino.



Y para terminar, aquí os dejo al gran Narciso Yepes interpretando el Concierto de Aranjuez, la obra del maestro Rodrigo con la que recorrió el mundo.

martes, 13 de mayo de 2014

"Mamar" en las Tetas de Viana



En la Alcarria se dice que las Tetas de Viana muchos las ven pero pocos las maman. Es más, Camilo J. Cela, en plan fantasma, dijo que eran las únicas tetas que se le habían resistido en su vida. Quiso subirlas en globo y se estampó en el intento. Os aseguro que alcanzar la cima no es para tanto,  y no hace falta hacerlo en globo, por eso os propongo ir a “mamar” a las Tetas de Viana, subir a la punta del pecho de la Alcarria y desde allí contemplar uno de los espectáculos más hermosos y sensuales  de la provincia.


Andando, desde Trillo, tardamos  2 horas y 15 minutos en coronar la única “teta” accesible hasta la cumbre. Caminata tranquila, disfrutando del paisaje y haciendo fotos, eso sí, más de una hora ascendiendo. Bajar supone 1 hora y 15 minutos cuesta abajo, a ritmo de descenso, ligero. No es una ruta para hacer con cochecito, pero cualquiera puede subir. Quien prefiera las cuatro ruedas, puede acercarse hasta Viana de Mondéjar  y  tomar una pista transitable que se pone al pie de la roca, desde allí arranca la escalera que corona la cima. Ahora bien, merece la pena pasear por el quejigar que rodea a estas dos montañas.


Al llegar a Trillo cruzad el puente del río y continuad con el coche la cuesta arriba, sin dejar la calle Camino de Viana, que es continuación de la boca del puente. Subid hasta que se termine el asfalto. Antes, un indicador os señalará la pista de motocross, eso quiere decir que vais por buen camino. Nada más pasar las casetas de las pistas, dejad el coche. Veréis un cartel señalizando la ruta y una serie de indicadores que os acompañarán durante todo el camino. Es imposible perderse, está perfectamente señalizado. Llevad calzado apropiado, agua y un par de manzanas para recuperar fuerzas.


El comienzo de la caminata es prometedor. Bajo nuestros pies se ve el valle del Tajo, el balneario de Carlos III y el complejo turístico de El Colvillo. Tres reclamos únicos para una zona en la que el agua y el bosque mediterráneo se dan la mano entre roquedales y vallejos.






La segunda sorpresa será la Entrepeña. Nuestro camino atraviesa una enorme roca antes de emprender rumbo hacia el monte. A partir de aquí caminaremos entre quejigos, encinas, romero y algún que otro pino, bajo una espesa y agradable sombra que, ya en este tiempo, alivia el paseo. La primera hora es tranquila, cómoda, llana, salvo algún que otro ascenso de poca importancia. En la segunda, el desnivel se acentúa y hay que tomárselo con más calma. Pero que no se asuste nadie, la senda está bien marcada y trazada con sentido común.



Andamos por la Alcarria más genuina, por una vieja ruta que transitaron pastores y comerciantes apoyados en sus bestias, con las alforjas cargadas de miel, aceite, aguardiente o telas. De cuando en cuando se hace un claro en el monte, es un cruce de caminos donde no cabe la duda, hay que seguir hacia arriba, hasta que la sombra de las tetas no nos deje ver más allá. De pronto el monte se abre y aparecen a un lado y otro las crestas que le culminan. Ya hemos llegado.



Un indicador nos señala la escalera de la “redonda”, la única cumbre accesible. Se trata de una escalera metálica, protegida y segura que con apenas 25 peldaños nos acercan a la explanada, una pradera enmarcada por rocas que se precipitan hacia el suelo. Es el momento de disfrutar. De pasear alrededor de la cumbre y contemplar a lo lejos la inmensidad del paisaje. En cada punto cardinal un horizonte distinto. Las Sierras de Ayllón y Guadarrama, el Moncayo, el Alto Tajo, La Alcarria en su grandeza. Pocos balcones se asoman al mundo con tanta belleza como las Tetas de Viana. Junto a los otros dos vértices: Ocejón y Alto Rey, forman el triángulo geodésico de nuestra provincia. Aprovechad, disfrutad y cuando ya el hambre os arrecie emprended el camino de regreso.





En poco más de una hora estaréis de nuevo en Trillo y allí os aconsejo que paréis en la cascada que se forma en la desembocadura del río Cifuentes en el Tajo, nada más pasar el puente. Un lugar fresco, sonoro, con una terraza abierta y cubierta, a gusto del consumidor y de la estación del año. La cafetería restaurante se llama Víctor (Tfno. 949 815327/650644377. No tiene página web), está recién restaurada, con gusto. Un sitio amplio, cómodo, con buena brasa y un estupendo bacalao confitado con crema de piquillos. También hay raciones: oreja a la cazuela y sartén de huevos, entre otras; ensaladas, asado de encargo y un menú diario. Una buena oferta gastronómica con la mejor de las salsas: descansar y charlar junto a la cascada del río. Un día perfecto. ¡Salud!



martes, 6 de mayo de 2014

La Vereda, la perla negra

Llegar a La Vereda no es fácil, pero merece la pena. Si se va en un 4x4 mejor, pero con un turismo que no sea muy bajo también se puede. Os propongo que os dirijáis hasta Retiendas. Una vez allí, unos metros antes de llegar al cementerio, sale a mano izquierda una carretera. En su arranque hay un cartel que indica: pantano de El Vado. Circulad con prudencia, despacio, disfrutando del paisaje. Al mismo tiempo que se asciende por una hermosa ladera poblada de sabinas, pinos y matorral, se contempla la hermosura del valle donde los monjes del Císter levantaron Bonaval. Abajo se ve el alegre corretear del río Jarama, todavía mozo, pero ya con un importante caudal de agua. Tras seis kilómetros aproximadamente de ascensión el viajero se encuentra con las compuertas y las casas de los guardas de la presa de El Vado. Si se prefiere también se puede acceder hasta este punto desde Tamajón. Se da algo más de vuelta, pero la carretera es más cómoda.



El agua entre montañas produce una placidez que invita a la contemplación sosegada. Bajaos del coche y disfrutad. Tras cruzar la compuerta principal, la carretera se bifurca. A mano izquierda continúa en una pronunciada cuesta hacia la parte baja de la ladera. A la derecha, una pista de tierra asciende sobre las aguas del pantano. Os propongo tomar la pista de la derecha, que está en perfecto estado e incluso tiene tramos asfaltados. No debe asustarse el viajero porque la dificultad de conducción no será mucha y sin embargo, los paisajes que va a presenciar serán inolvidables.
A medida que se va tomando altura empiezan a divisarse los contornos del pantano. Visto desde cualquiera de los picos que lo flanquean, el pantano de El Vado tiene forma de estrella. Por el camino, que junto al río y subiendo hacia La Vereda llega hasta la presa, se puede disfrutar de una de las vistas más impresionantes de la sierra. El Ocejón, el Pico de las Tres Provincias y el del Lobo, parecen guardianes infranqueables de esta balsa de agua con dos puertas, que serpea entre sus faldas acogiendo el escueto manar de los arroyos. Desde la sierra, el Alto Rey  regala las vistas más hermosas del Macizo de Ayllón. Pero de la sierra, de su impresionante presencia negra, esta ascensión desde El Vado hasta La Vereda no tiene rival.



Abajo, junto al agua, los restos del antiguo poblado de El Vado, las ermitas de Nuestra Señora de las Angustias y de la Virgen Blanca, obras del siglo XVI, que tienen un acceso casi imposible, y recomendado sólo para auténticos aventureros equipados con buen material. Su contemplación desde la distancia es lo suficientemente evocadora como para no arriesgarse en un descenso bastante inseguro. Probablemente éste sea, junto al Alto Tajo, en la otra punta de Guadalajara, el paisaje natural más atractivo de toda la provincia.


Cuando se llevan 10 kilómetros de camino se aprecia otra joya de la naturaleza, en esta ocasión, como en la anterior, también creada por el hombre, que a veces no sólo destruye, o cuando lo hace el resultado le sorprende incluso a él mismo. Se trata del pueblo de La Vereda. Es el primer contacto en esta ruta que tenemos con la llamada Arquitectura Negra. Todo el pueblo está levantado con losas de pizarra que se usan para las paredes, los tejados e incluso la pavimentación de las calles y suelos de las viviendas. 





El conjunto se funde de manera impresionante con el paisaje, que a estas alturas de la sierra toma un color verde oscuro, dado por el sabinar y los gigantescos pinares, y negruzco debido a la piedra. Pasear por las calles del pequeño pueblo de La Vereda es regresar en el tiempo varios cientos de años. Desde sus calles, prendidas de la montaña, se divisa, al fondo del valle, el vivaz discurrir del río Jarama. Sin ningún género de dudas estamos ante un paisaje único, sólo igualable en las aldeas perdidas de Asturias o de León. Nadie puede imaginar que esta maravilla exista en Guadalajara, a la que muchos consideran una paramera inhóspita.




La Vereda pertenece a la Consejería de Agricultura de Castilla-La Mancha, pues al quedar despoblada en los años sesenta sus montes pasaron al Estado y éste los transfirió después al gobierno regional. Una asociación de arquitectos de Madrid lo tenía alquilado, no sabemos si lo conserva aún, con el propósito de restaurar sus viviendas y habitar en usufructo hasta que sale una nueva licitación, que se repite cada seis años. La labor desarrollada por este colectivo ha sido bastante positiva y hoy pueden verse construcciones perfectamente integradas en el paisaje y dispuestas para ser habitadas. Si la visita se hace al final de la primavera pueden degustarse las rojas cerezas que, con una abundancia exagerada, pueblan los árboles del valle.




La Vereda y su vecino  Matallana, al que podemos acercarnos siguiendo la pista que nos ha traído hasta aquí,  son  dos pueblos labrados en la montaña que se escabullen entre las negras pizarras de la serranía. Suelen pasar desapercibidos al viajero con prisas, pero quienes conocen la zona no dudan en decir, sin exagerar, que son dos de los pueblos más hermosos de la provincia. No tienen castillo, ni catedral, ni palacios ducales, ni tan siquiera caserones blasonados. La Vereda y Matallana son dos aldeas, cuyas casas parecen chozas. Dos villejas que siempre fueron habitadas por pastores y leñadores de alta montaña. Esa es su grandeza, su sencillez natural entremezclada con las encinas, las rocas y los negros barrancos.




La Vereda parece, asomada al precipicio del Macizo de Ayllón, querer tirarse al vacío por culpa de su abandono. Pero a la vez, se sujeta a las piedras arrastrada por los invisibles brazos del paisaje. Todos los valles por los que transcurre el Jarama en nuestra provincia son estrechos, pedregosos y abruptos. Parecen cortados a serrucho por la mano de un serrador tembloroso. En La Vereda no suele vivir nadie, aunque los fines de semana y en el verano puede verse algún vecino nostálgico. Por supuesto no hay dónde comer, recomendable nevera y tortilla u organizarse para comer en Tamajón. El regreso, por donde se ha venido seguro que, yendo despacio, descubrimos paisajes que antes no habíamos visto.