Hay pueblos
que nunca aparecerán en los libros de Historia. En sus tierras no se libraron
grandes ni pequeñas batallas, ni nacieron ilustres personajes, ni acaecieron
hechos ni sucesos dignos de formar parte de las crónicas, ni se asentaron
familias de relumbrón. El Cubillo de Uceda, donde hoy vamos a poner nuestros ojos y nuestros pies, es uno
de esos pueblos que son lo que son por ellos mismos, guste más o guste menos. El
Cubillo podría ser la capital de la humildad y de la decencia.
Por aquí,
por no pasar no pasaron ni El Cid ni Don Quijote que ¡ojo la de rutas que abrieron
por Castilla! Eso sí, ya sería el colmo que no hubiera pasado tampoco El
Empecinado. A tanto no llegó la cosa. El noble, terco y poco delicado líder
popular, mosca cojonera de Napoleón y del general Hugo (padre del famoso
escritor), sí merodeó por estas tierras en busca de gabachos expoliadores que,
entre otras tropelías, se llevaron todo lo que había de valor en la iglesia del
pueblo. Pero a pesar de visitante tan ilustre, El Cubillo no se ha dado importancia
y ha continuado su devenir histórico de manera tranquila, yendo a sus cosas y
dejando la impronta que le correspondía en cada momento con sencillez y
resolución.
Cuando nos acercamos por carretera, desde Guadalajara, y subimos al alto de Viñuelas, el horizonte se nos abre de tal manera, con tal anchura y nitidez, que el paisaje nos obliga a parar el coche, salirnos fuera y recorrer con la cabeza, de derecha a izquierda, todo el mosaico, en versión gran angular, que tenemos ante nosotros. Una línea trazada con compás separa la inmensa llanura de las primeras estribaciones de las sierras de Ayllón y Guadarrama, como si los campos de cereal chocasen contra una pared de piedra, por donde se dibuja la línea sinuosa del Canal de Isabel II. Entre ambos planos sólo las torres de las iglesias de El Cubillo, Casa de Uceda y Villaseca desafían la horizontalidad. Es impresionante la panorámica de esta tierra austera que tiene en la sencillez toda su grandeza.
El Cubillo tiene una ermita con un pórtico de doble arcada y en su iglesia uno de los ábsides del románico mudéjar más bonitos de la provincia de Guadalajara. Por tanto, sí sale en los libros, pero de Arte. Ahora bien, es un ábside popular, humilde, realizado por los árabes que permanecieron en estas tierras una vez resuelta la reconquista del territorio por los cristianos. Un ejemplo de mestizaje que permanece 800 años después. El resto de la iglesia es posterior, pero no desmerece en nada al edificio.
Las casas
del pueblo son modernas pero la mayoría respetan la esencia de las
construcciones de la zona, donde se mezclan el ladrillo macizo, la piedra y el
enfoscado de cemento simulando el viejo tapial de barro y paja o el adobe de
época medieval, materiales que han estado usándose hasta bien entrado el siglo
XX. De hecho todavía pueden verse en algunas viviendas restos de aquella vieja
manera de hacer las casas.
Frente a la
iglesia hay una picota con crucero que indica que El Cubillo pasó de aldea a
villa, como muchos pueblos de la Alcarria y la Campiña de Guadalajara, pagando
al señor de turno, ya fuera noble, la Iglesia o el Rey, su libertad a precio de
oro. Aquí lo hicieron en 1583, hace ahora 430 años, con mucho esfuerzo
monetario y gracias a un aval que conoceremos con detalle en unos momentos: el
Monte de la Dehesa. La aldea pertenecía
en ese momento a la Corona, y estaba encuadrada dentro del alfoz de
Uceda, pueblo que ejercía el hecho de ser el más grande y la capital de la
“agrupación de municipios” de manera un tanto egoísta e injusta. Hartos ya de
estar hartos, de dar mucho y de recibir nada, los hombres y mujeres de El
Cubillo, que ya habían protagonizado un levantamiento similar al de
Fuenteovejuna unos años antes, colgando del cuello a varios guardas del regidor
de Uceda, decidieron pagar lo que les pidiesen por su independencia.
Necesitado
de dinero para sufragar tanta guerra, y sin un maravedí, Felipe II decidió pagar con municipios de
propiedad real a quienes les habían prestado dinero. Eso sí, el pueblo que
fuera capaz de reunir, por sí mismo, la cantidad tasada del valor de las casas
y las tierras del término, podía conseguir la libertad. Era mucho dinero, pero
los cubillanos pusieron como aval todo un monte rico en pastos y leña hasta
conseguir los maravedíes necesarios, y sacudirse de una vez para siempre el
yugo y los caprichos de reyes, obispos y regidores que, desde Uceda, les tenían
fritos. A partir de entonces, los hombres y mujeres de El Cubillo han hecho
gala de su bien ganada libertad y señorean de su picota frente a la iglesia y
las escuelas, todo un símbolo.
Pero echemos
a andar y salgamos del pueblo, si la seña de identidad de El Cubillo es su
iglesia, lo que ha hecho del municipio un pueblo seguro de sí mismo y deseado
por el resto, es el monte. Una extensa mancha de encinas, quejigos, jaras y
chaparras que se extiende entre vallejos y baja hasta el Jarama. Por aquí, el
río transcurre tranquilo escondido entre una nube de chopos. Un lugar único
para pasear en otoño y disfrutar del contraste de colores de esta época del año.
En menos de
una hora de camino, cruzando la llanura por la pista que sale del pueblo en
dirección a Casa de Uceda, llegaremos a la rivera donde podemos sentarnos y
tomar un tentempié para reponer fuerzas hasta la hora de comer. El regreso es
duro, porque ya se sabe que todo lo que baja sube, y viceversa, y si nos las
prometíamos felices bajando a la vega, mientras veíamos al fondo la villa de
Uceda y las estribaciones de Buitrago y Torrelaguna, subir es otra cosa. Aún
así merece la pena, porque al ascender veremos a mano izquierda las laderas
estriadas de los cerros de tierra arcillosa que acompañan al Jarama por esta
zona de la provincia y que nos recuerdan, en otra dimensión, los desfiladeros de las películas del oeste.
Parte de la
llanura y del monte que baja al río fueron adquiridos hace más de 30 años por
la Brigada Paracaidista para hacer lanzamientos desde el aire. Así que nadie se
extrañe si está paseando y ve cómo caen del cielo nuestros paracaidistas. No es
una invasión, es un espectáculo añadido, una sorpresa más de esta Guadalajara
nuestra de película.
Y después de
este agradable paseo por la orilla del Jarama, que mejor que unas croquetas de
cocido de las que hace Pilar, de esas que la masa se deshace con tropezones en
la boca según se le hinca el diente. Unas croquetas que nos llevan a otros
tiempos y a otra manera de entender la cocina. Cuando nuestras madres
aprovechaban la carne y los garbanzos que habían sobrado el día anterior para
hacer ropa vieja, refreían los garbanzos con cebolla para la cena o elaboraban
esa masa deliciosa con el caldo del cocido para estas benditas croquetas. El
Cubillo es humildad y sabor popular y las manos de Pilar son El Cubillo.
Imaginaos, si las croquetas están buenas, cómo estará el cocido de los viernes o
la paella de los jueves, o los postres caseros que elabora durante todo el año,
¡unas tartas de manual de los de antes! Vamos que no hay que irse de El Cubillo
para, sin subirse a un avión y tirarse en paracaídas, rozar el cielo. El
restaurante, se llama Stop y es el único que hay en el pueblo, en el cruce, y
espabilad, que muchas veces está lleno.
P.D. Gracias a Alicia García Acero por sus imágenes. Por cierto, si queréis saber algo más sobre la historia de El Cubillo os recomiendo este libro:
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