La Sierra Pela, que en otro tiempo se llamó Sierra de
Miedes, esconde algunos rincones únicos. Entre los más hermosos está la laguna
de Somolinos. Hoy regresamos de nuevo a este humedal para ascender al Alto del
Portillo en una ruta circular. Una ruta que nos llevará poco más de dos horas
de caminata y que nos tiene reservadas varias sorpresas.
Somolinos es un pueblo serrano y pequeño. En invierno apenas
viven una decena de personas. En verano, con las flores y el verdor de los
campos, regresan los jubilados con los nietos y vuelven las risas, las voces y
las bicicletas.
De la parte alta del pueblo sale un camino asfaltado que se
aleja y asciende paralelo a la carretera y al río Bornova. El camino
muere en un complejo rural que se llama Molingordo, que en tiempos fue una fábrica de papel y
después un molino de moler cereal. Aunque
no lo parezca, Somolinos siempre fue un pueblo industrial, o al menos con
industria. Allí hubo fábrica de harinas, de sillas, de luz e incluso una mina
de plata de la que todavía queda en pie la chimenea de uno de sus respiraderos,
en la ladera de las montañas que rodean la laguna.
Con el tiempo, toda la actividad fue despareciendo y a los
vecinos no les quedó otra salida que la emigración. Los hombres y mujeres se
fueron y allí se quedaron la laguna, fresca y limpia, y los vestigios de una
vida que fue y ya no es.
En la laguna de Somolinos se ven pescadores, pájaros de
todos los colores, una flora de ribera variada y pintona en la primavera y
algunos peces asomándose a la superficie para comer mosquitos. Los carteles que
bordean la orilla dicen que hay nutrias, pero nadie las ha visto nunca.
El camino que rodea la gran charca nos acerca a los cerros y
nos permite ver los caprichos que el viento y el agua han esculpido en las
rocas calizas. Sobre ellas, un águila observa la jugada y espera su momento. Lo
tendrá, seguro que lo tendrá.
Al dejar al laguna hay un pequeño complejo recreativo con
barbacoa y mesas de piedra y, poco más allá, un cartel que nos indica el
manadero, o lo que es lo mismo, el punto exacto donde nace el río Bornova: un
vómito de agua entre unas piedras al pie de un barranco, que sirve de sendero
sin pérdida hasta el Alto del Portillo.
El barranco se llama Borbocid y dicen que fue utilizado por
Rodrigo Díaz y sus huestes para cruzar desde tierras sorianas hasta Valencia.
No lo creo. En algunos tramos es tan angosto que cuesta trabajo imaginar que
haya servido de paso obligado a la comitiva del Cid, si es que alguna vez la
hubo.
No conocía este barranco y he de reconocer que me ha
sorprendido.
Las filigranas de la piedra, la dificultad con la que la senda se
abre camino entre los bloques grisáceos de lo que fue un cauce caudaloso y hoy
apenas es un arroyuelo, hacen que el caminante se sienta protegido. Apenas sin
darnos cuenta, ascendemos hasta los casi 1.400 metros de la cima del Altillo,
donde Soria y Guadalajara se rozan y desde donde puede verse la serena altivez
de los cerros de la Sierra Pela.
Para bajar hay que tomar el mismo camino y pasar de nuevo
junto a la fuente de las Canalejas, que nos refrescó el gaznate durante el
ascenso suave y sereno. Para comer, el sitio más cercano hacia el oeste es Campisábalos, ya hablamos en su día de
este interesante restaurante serrano. Hacia el este, Atienza, con una variada
oferta. Os confieso que yo me marché algo más lejos, hasta Hiendelaencina, donde
tenía una asignatura pendiente con Savory.