Os voy a ser sincero. La ruta de hoy era la excusa perfecta
para ir a comer a Casa Juan, en Aguilar de Anguita. Debería llamarse “Casa de
Ángel, Lucía y de sus tres hijos”. Ellos son el alma de este restaurante donde todos arriman el hombro. Cada uno tiene su especialidad a la hora de cocinar y son
conscientes de que los platos se enriquecen con el tiempo, el boca a boca y las
aportaciones de los comensales, lo que podríamos llamar una cocina social de
autor. Pero antes de comer, echemos a andar.
Aguilar de Anguita tiene algunos reclamos de interés: la
ermita de la Virgen del Robusto, un dolmen de la Edad del Bronce, unas antiguas
salinas, un puente romano y, si se tienen muchas ganas de andar, el paraje
de La Cerca y la necrópolis del Altillo, donde aparecieron en su día más de
5.000 enterramientos de la Edad del Hierro, algunos con su ajuar. En ambos
parajes, apenas quedan visibles los restos de muralla y algunas piedras.
La ruta la comenzamos al pie del restaurante, a donde
regresaremos, y la seguimos carretera abajo en dirección a Maranchón. Tomaremos
el primer camino que sale a mano izquierda. Es una pista que nos lleva directa
a la ermita y que no dejaremos hasta bien pasado el dolmen. La ruta no está
señalizada pero tiene carteles explicativos de los diferentes hitos, y no tiene
pérdida.
Una recomendación para este tiempo: la sombra hay que
llevársela puesta y el agua también. Eso sí, al llegar a la ermita podremos
descansar junto a sus muros y contemplar el ancho valle que se extiende ante
nosotros. Una vega flanqueada por una cresta partida, en cuya mitad se
encuentran el pueblo de Aguilar y la carretera. Un paisaje medieval inalterado.
El interior de la ermita no puede verse, así que regresaremos
a la pista y continuaremos con la mirada puesta en el lado izquierdo, donde veremos
un cartel, en medio de una finca de labor, que nos indica la ubicación del
dolmen.
Gracias al texto escrito entendemos el sentido y la
importancia que tienen estas piedras esparcidas por el suelo en forma de tumba
desproporcionada. Bajo una capa de tierra y una lona se encuentran las tumbas,
ya vacías, de los habitantes de estas tierras hace 4.000 años.
La pista sigue, y aunque el calor aprieta, de vez en cuando
se levanta una agradable brisa que azota los matorrales y nos refresca la piel.
Bajo un arbusto vemos salir como un rayo a una corza. Al acercarnos, el
“corcino”, de apenas un día de vida,
permanece inmóvil y asustado. La madre llama nuestra atención para que
nos alejemos. Las sorpresas que siempre nos tiene guardadas la generosa
naturaleza. El milagro de la maternidad y la vida.
Cuando al camino se corta por otro camino procedente del lado izquierdo, giramos a la derecha, en dirección a la carretera. Caminamos durante
15 minutos paralelos al camino que llevábamos, pero en sentido contrario. Pronto
nos encontramos con las antiguas salinas, hoy en desuso, pero que en tiempos
tuvieron su importancia. La sal fue durante siglos moneda de cambio y riqueza
asegurada. Su presencia dice mucho de la vida y de la actividad económica que hubo
por estas tierras.
Ya hemos visto tres de los hitos que íbamos buscando. Para
ver el cuarto debemos continuar el camino, cruzar la carretera y nada más pasar
una agradable chopera, que nos da un remanso de sombra que ya necesitábamos,
veremos otro cartel que señala la leyenda del puente romano.
Es un puente pequeño sobre un arroyo, el del Prado, que
refresca la vega. De la época romana solo conserva las bases, el resto es medieval
pero puede verse su estructura sencilla, útil y duradera. Le cruza lo que fuera
una calzada romana que tomaremos ya en dirección al pueblo. Han pasado dos
horas y media y hay que refrescarse. La Cerca y la necrópolis se quedarán para
otra ocasión.
En Casa Juan hay un porche con sombra y un ambiente
agradable. Es la hora del vermú y los vecinos del pueblo charlan. El
restaurante es conocido en toda la comarca y se llena rápidamente. En esta
tierra sabemos distinguir lo bueno. Nos tomamos unas patatas ali oli con
carácter y una cerveza. Después, un morteruelo con su toque de canela y
pimiento, unos garbanzos con rabo de toro y una lengua de cerdo escabechado. De
postre tarta de galletas y un café, pero café, café, de primera. Eso comimos
nosotros pero los que conocen el sitio hablan y no paran de la práctica
totalidad de los platos. ¡Con deciros que mi admirado Sánchez de Sigüenza, el
del restaurante de la Alameda, en sus días libres se acerca a comer a Aguilar
de Anguita! Con eso os digo todo. ¡Salud!
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