Nunca había estado antes en las ruinas del monasterio
franciscano de La Salceda, eslabón de la Contrarreforma y retiro del cardenal Cisneros. Durante años
había visto de refilón los restos de su iglesia entre los árboles, antes de que
la N-320, la carretera de Cuenca, cambiara su recorrido y se alejase de
Tendilla.
Siempre he tenido
curiosidad por ir a visitar estas ruinas y
acceder a ellas por una de las sendas o caminos que a buen seguro usaron
los frailes. El camino existe, parte del pueblo de Tendilla y nos lleva al pie
de las ruinas en algo más de una hora y media de caminata entre pinos, encinas
y carrascas.
Tendilla es un pueblo que ha crecido en torno a una
carretera. Su arquitectura urbana se ajusta al valle por el que transita el
paso que lleva hasta Sacedón y Cuenca. El camino que nos acerca al cenobio franciscano parte de la
parte alta del pueblo, junto al depósito de agua. Unos metros antes de llegar a él, se dispara a mano
derecha una pista que se adentra en el pinar y que llega hasta la fuente de Iñaña o “de los gusarapos”, depende de quién
nos hable de ella.
Detrás de la fuente, a unos 20 metros superado el pilón,
otra pista comienza un estimable ascenso pinar arriba que ya no debemos dejar hasta alcanzar las
ruinas. En Tendilla hay varias fuentes,. Yo vi cinco, pero seguramente haya
más. En Tendilla también hay varias ermitas, una iglesia original que tiene a
medio hacer la nave y cuya torre está separada del templo y un palacio de bella
estampa.
Pero sobre todo Tendilla tiene unos soportales castellanos
que nos indican que tuvo buena feria, hoy se sigue celebrando a finales de
febrero, y una casa donde pasaron algunas temporadas Pío Baroja y su sobrino
Julio Caro. Con esto quiero decir que es conveniente que recorráis el pueblo
antes o después de caminar, merece la pena.
Nos habíamos quedado en el ascenso por el pinar. Las vistas
del pueblo según cogemos altura son hermosas. Las casas se estiran a lo largo
del valle, entre las lomas, sin apenas espacio para que se cuele la carretera.
El paseo es cómodo, aunque con alguna cuesta, y el entorno, siempre en medio
del monte, me sorprendió por su frondosidad.
El camino avanza todo el tiempo por la mitad alta de una de
las laderas que flanquean la vega. En cada recodo hay ocasión de asomarse a
ella en pequeños balcones. El suelo está en este tiempo cubierto de nieve. Es
un camino umbrío en muchos de sus tramos y el sol apenas se asoma durante todo
el invierno.
Los pinos huelen a pino, no
son falsetes, y las carrascas arropan el camino sin llegar a inundarlo.
En el suelo y en los árboles se ven señales verdes y blancas que nos indican
que vamos por buen camino y algunas estacas marcan un circuito de bicicleta de
montaña. Sin duda es uno de los paseos más agradables que podemos regalarnos en
el entorno cercano a Guadalajara. Apenas 20 minutos en coche desde la capital y
estamos a pie de pista.
Como todo lo que sube acaba bajando, la pista desciende
hasta la antigua carretera, hoy apenas transitada, y nos deja a los pies del
monolito levantado en 1929 en recuerdo de lo que fue un monasterio importante
en la historia de España y, a comienzos del siglo XX, apenas una ruina. A un
lado y otro de la carretera aparecen los restos del recinto del monasterio, las
huertas y la vieja capilla que aún
conserva altivo parte del ábside.
Pasear entre las ruinas es uno de mis mayores placeres. La
decadencia lo envuelve todo en un halo de melancolía, de referencias históricas
y artísticas que siempre me han llamado la atención… la vena romántica. Pero
volvamos al siglo XXI, la mañana avanza y es hora de regresar por el camino
andado o por la carretera, menos sugerente pero más rápida y con muy poco
tráfico. Regresamos a Tendilla.
Al llegar al pueblo nos espera el restaurante Los Jardines, reconocido
en la zona, buen ambiente de vermú con aperitivos, sobre todo torreznos,
elaborados en Tendilla en un industria familiar. Los jardines cuenta con un buen menú del día que no llega a 11 euros.
Especialidad de la casa el cordero asado, la buena carne a la brasa y las
legumbres. Comida tradicional y abundante, sin duda un remate final de altura.
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