Hoy vamos a recorrer la cresta de la sierra de Altomira, también conocida
por los paisanos de la zona como sierra de San Cristóbal. De hecho, en uno de
los cruces del camino veremos la imagen de este santo incrustada en un
monolito. Disfrutaremos de la mejor vista, sin duda la más completa, de los
pantanos de Entrepeñas y Buendía, con un regalo en el regato de Bolarque.
Nuestra primera meta es llegar
hasta Sacedón y subir, tomando en la primera rotonda de entrada al pueblo la carretera vieja, el camino de cemento que
asciende hasta la imagen del Sagrado Corazón que vemos sobre nuestras cabezas.
Subid en coche y dejadle en el aparcamiento que hay bajo los pies de la enorme
escultura.
Una vez arriba, ya podemos
disfrutar del paisaje de agua, trigos, barbechos, olivos y carrascas que puebla
este rincón de la Alcarria. Esa paleta de tonos ocres, azulados y verdosos que
tan espléndidamente refleja en sus cuadros el pintor Jesús Campoamor, cuya
obra, por cierto, se expone estos días en Guadalajara. Junto a la tierra, la caprichosa silueta del
pantano de Entrepeñas se nos presenta de
una manera única, imprevista, mostrando en toda su crudeza la desecación, por
culpa del trasvase Tajo-Segura, de las faldas de los montes que trazan el
embalse.
Desde allí tomaremos la pista de
acceso, esta vez hacia abajo y andando, y a mano derecha veremos otra pista
ancha y perfectamente señalizada que nos conducirá hasta nuestro punto final:
la ermita de Nuestra Señora del Socorro.
La “distancia”, en minutos, que
separa estos dos puntos es de aproximadamente una hora y cuarto por un camino
cómodo, con algún altibajo, pero sobre un firme que perfectamente nos hubiera
permitido venir en vehículo… pero no es lo mismo.
La sierra de Altomira es un
balcón permanente, primero al pueblo de Sacedón, después a las Entrepeñas y más
adelante a Buendía y a las estribaciones de Bolarque. Cada diez minutos exige
una parada, de ahí que la hora y cuarto se nos pueda convertir en casi dos
horas en el camino de ida, tiempo bien empleado, puro placer.
Sin duda la atalaya más
sorprendente la encontraremos al final del recorrido, unos minutos antes de
llegar a la ermita del Socorro. El Tajo, encajonado, convertido en el estrecho pantano de Bolarque,
serpentea entre los barrancos de la sierra bajo la mirada atenta del castillo
de Anguix, que permanece altivo a pesar de los años. La altura nos permite
jugar con los rincones que trazan el agua y la montaña. Todo parece detenerse
bajo nuestros pies.
Tras el éxtasis final, nos
acercamos a la ermita de Nuestra Señora
del Socorro, un edificio del siglo XVII y un entorno habilitado para romerías,
concentraciones de fieles y amantes de la naturaleza. Un lugar perfecto para
echar un trago de agua, darle un bocado a una manzana y emprender camino de
regreso para llegar a la hora de comer a La Botería.
Dentro en el salón, o en la
terraza ahora que llega el buen tiempo, encontraremos el lugar adecuado para
el merecido descanso. Empezamos refrescando el gaznate con una cerveza. Las
raciones están bien cocinadas. Muy ricas la oreja a la plancha y la ensalada de
ventresca con pimientos. Buena carne a la brasa, el pisto excepcional y la
quesada de postre casi perfecta. La carta de vinos no es muy amplia pero
suficiente, no os despistéis. ¡Al lío!
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