martes, 7 de abril de 2015

La silenciosa hoz de Moratilla del Henares



Solo quienes viajan en tren desde Guadalajara a Sigüenza han podido disfrutar de la hoz de Moratilla sin bajarse del coche. En otros tiempos, todos los que hacían este recorrido no tenían más remedio que adentrase  entre las fauces de la hoz, fueran a pie o en carro. Por este camino, que seguía el cauce del río Henares, transcurría la calzada que unía Complutum  con Caesaraugusta, o lo que es lo mismo, Alcalá de Henares con Zaragoza.


Era pues una “autovía romana” y, por consiguiente, durante siglos, la ruta que hoy os propongo fue un camino muy transitado. El pasado domingo, en las tres horas que tardamos en recorrerla, entre la ida y la vuelta, no vimos un alma ni a pie, ni en tren. A causa de la reducción de horarios, el tren tradicional se ha convertido en una aparición casi fantasmal.  Los únicos seres vivos que nos acompañaron por el camino fueron los buitres… ¡Lagarto, lagarto…!



A Moratilla del Henares se llega desde Sigüenza. La carretera sale al entrar a la ciudad medieval  a mano izquierda, entre las gasolineras,  y durante cinco kilómetros transcurre junto al río. Dejaremos el coche en la entrada de Moratilla, antes del puente que cruza las vías del tren, y desde allí cogeremos una pista ancha, paralela al camino de hierro. Éste será nuestro mejor referente en caso de duda, tomar la opción que más se acerque a las vías. No hay pérdida.


Muchas de las rutas de este blog no tienen un destino concreto, su encanto está en el viaje y no en la meta. Sin embargo, ésta sí lo tiene, llegaremos al manantial de la Fuente del Jardín, un rincón sugerente que, para nuestro mal,  está cercado, cubierto y entubado para uso exclusivo de Font Vella. Digo yo, y no soy el único ni el primero que lo dice, que podrían haber dejado un chorrillo accesible al público para calmar la sed de los caminantes.



No es así, por consiguiente no queda otra que disfrutar del cañón del río Henares, sin hacerse muchas ilusiones en la meta.  Os puedo asegurar que es un paseo más que agradable, sobre todo a partir de los 20 primeros minutos, cuando el camino se adentra en la hoz y aparecen los primeros cortados rocosos,  las laderas se pueblan de quejigos, álamos, encinas , sauces, fresnos, espadañas, carrizos e incluso algún tilo. El silencio solo lo rompe el sonido del agua en cada regato, que se hace acompañar de ráfagas de  viento que, como un espejismo sonoro, nos engaña y nos hace creer que se acerca algún tren por la vía solitaria, que siempre llevamos cerca.


El Henares, por estos últimos retazos de la sierra, es todavía un río estrecho pero caudaloso. Lleva suficiente agua como para haber abastecido durante años a un  viejo molino transformado en vivienda  y a una  pequeña central eléctrica, Gimena. Bonito nombre para una industria que aunque está en desuso sus dueños protegen, quizá en exceso, con una horrible valla de latón. Un decorado urbanita y  barriobajero que no se merece  una escena natural tan hermosa como la que nos ofrece el río Henares por esta hoz.



Parece mentira, pero ni las catenarias del tren ni los hierros de las vías parecen herir el paisaje como lo hace esa valla injustificada. El tren lleva un siglo y medio transitando por estas tierras y su camino está  limpio, casi mimetizado, como también lo están el caz que lleva el agua a la subestación y el pequeño embalse que propicia el salto que mueve las turbinas. Llevan ahí más de un siglo también y forman parte del paisaje, lo que no tiene sentido es el chapado artificial y grosero, el alicatado metálico del paisaje. Alguien debería hacer algo.





Pero no nos fijemos tanto en lo poco que hay de feo, sino en lo mucho que hay de guapo. Las crestas de los acantilados, las alas extendidas y majestuosas de los buitres, los meandros del río, la variedad de árboles y flores en las laderas, el camino cerrado entre las copas … Todo es puro espectáculo del bueno. Como dice en los mosaicos de los bares: “Hoy es un día maravilloso, lástima que acabe apareciendo alguien que termine fastidiándolo”. No le dejéis. Es más, cuando acabéis la ruta y regreséis por el camino andado, acercaos a Sigüenza y disfrutad con la variedad de restaurantes y bares de tapeo que hay por toda la ciudad y echaos una caña o un café en alguna terraza de la Alameda. Como decía aquél: “¡La vida es un ratico…!”

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