Solo quienes viajan en tren desde Guadalajara a Sigüenza han
podido disfrutar de la hoz de Moratilla sin bajarse del coche. En otros
tiempos, todos los que hacían este recorrido no tenían más remedio que
adentrase entre las fauces de la hoz,
fueran a pie o en carro. Por este camino, que seguía el cauce del río Henares,
transcurría la calzada que unía Complutum
con Caesaraugusta, o lo que es lo mismo, Alcalá de Henares con Zaragoza.
Era pues una “autovía romana” y, por consiguiente, durante
siglos, la ruta que hoy os propongo fue un camino muy transitado. El pasado
domingo, en las tres horas que tardamos en recorrerla, entre la ida y la
vuelta, no vimos un alma ni a pie, ni en tren. A causa de la reducción de
horarios, el tren tradicional se ha convertido en una aparición casi fantasmal.
Los únicos seres vivos que nos
acompañaron por el camino fueron los buitres… ¡Lagarto, lagarto…!
A Moratilla del Henares se llega desde Sigüenza. La
carretera sale al entrar a la ciudad medieval a mano izquierda, entre las gasolineras, y durante cinco kilómetros transcurre junto
al río. Dejaremos el coche en la entrada de Moratilla, antes del puente que
cruza las vías del tren, y desde allí cogeremos una pista ancha, paralela al
camino de hierro. Éste será nuestro mejor referente en caso de duda, tomar la
opción que más se acerque a las vías. No hay pérdida.
Muchas de las rutas de este blog no tienen un destino
concreto, su encanto está en el viaje y no en la meta. Sin embargo, ésta sí lo
tiene, llegaremos al manantial de la Fuente del Jardín, un rincón sugerente
que, para nuestro mal, está cercado,
cubierto y entubado para uso exclusivo de Font Vella. Digo yo, y no soy el
único ni el primero que lo dice, que podrían haber dejado un chorrillo
accesible al público para calmar la sed de los caminantes.
No es así, por consiguiente no queda otra que disfrutar del
cañón del río Henares, sin hacerse muchas ilusiones en la meta. Os puedo asegurar que es un paseo más que agradable,
sobre todo a partir de los 20 primeros minutos, cuando el camino se adentra en
la hoz y aparecen los primeros cortados rocosos, las laderas se pueblan de quejigos, álamos,
encinas , sauces, fresnos, espadañas, carrizos e incluso algún tilo. El silencio
solo lo rompe el sonido del agua en cada regato, que se hace acompañar de
ráfagas de viento que, como un espejismo
sonoro, nos engaña y nos hace creer que se acerca algún tren por la vía
solitaria, que siempre llevamos cerca.
El Henares, por estos últimos retazos de la sierra, es
todavía un río estrecho pero caudaloso. Lleva suficiente agua como para haber
abastecido durante años a un viejo
molino transformado en vivienda y a una pequeña central eléctrica, Gimena. Bonito
nombre para una industria que aunque está en desuso sus dueños protegen, quizá
en exceso, con una horrible valla de latón. Un decorado urbanita y barriobajero que no se merece una escena natural tan hermosa como la que
nos ofrece el río Henares por esta hoz.
Parece mentira, pero ni las catenarias del tren ni los
hierros de las vías parecen herir el paisaje como lo hace esa valla
injustificada. El tren lleva un siglo y medio transitando por estas tierras y
su camino está limpio, casi mimetizado,
como también lo están el caz que lleva el agua a la subestación y el pequeño
embalse que propicia el salto que mueve las turbinas. Llevan ahí más de un
siglo también y forman parte del paisaje, lo que no tiene sentido es el chapado
artificial y grosero, el alicatado metálico del paisaje. Alguien debería hacer
algo.
Pero no nos fijemos tanto en lo poco que hay de feo, sino en
lo mucho que hay de guapo. Las crestas de los acantilados, las alas extendidas
y majestuosas de los buitres, los meandros del río, la variedad de árboles y
flores en las laderas, el camino cerrado entre las copas … Todo es puro
espectáculo del bueno. Como dice en los mosaicos de los bares: “Hoy es un día
maravilloso, lástima que acabe apareciendo alguien que termine fastidiándolo”.
No le dejéis. Es más, cuando acabéis la ruta y regreséis por el camino andado,
acercaos a Sigüenza y disfrutad con la variedad de restaurantes y bares de
tapeo que hay por toda la ciudad y echaos una caña o un café en alguna terraza
de la Alameda. Como decía aquél: “¡La vida es un ratico…!”
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