Procuro huir en este blog de las
rutas archiconocidas y masificadas. Me propuse desde el principio poner el ojo
y la tecla en esos rincones menos transitados y conocidos de nuestra provincia.
Sin embargo, creo que sería un pecado imperdonable no rendir un último homenaje
al otoño del hayedo de Tejera Negra. Hasta el día 21 de diciembre no empieza el
invierno, pero el esplendor de este paraíso natural está llegando a su fin,
apenas le quedan diez días. Después, la hoja se cae y hasta el próximo año no
podremos volver a disfrutar de uno de los espectáculos otoñales más
impresionante de la sierra.
El hayedo está en el término municipal
de Cantalojas, a una hora y cuarto de Guadalajara. Cantalojas es un pueblo
ganadero y setero que en estos meses recibe la visita de media provincia. La
fiebre del hongo y el reclamo del cambio de color de la hoja en el hayedo, le
convierten en un lugar de culto para los amantes de las escapadas del fin de
semana.
El aparcamiento del hayedo se
encuentra a 10 kilómetros del pueblo y a 8 del control de acceso al Parque. La
carretera sale desde la parte alta, justo en la puerta de un restaurante en el
que nos detendremos a la vuelta. En esta época conviene pedir cita por internet
antes de acercarse. El Parque tiene el acceso limitado y nos podemos encontrar
con la sorpresa de que no poder pasar el coche hasta el aparcamiento y tener
que andar 8 kilómetros hasta llegar al pie del hayedo, donde nos espera una
ruta corta de unos 6 kilómetros, y otra más larga de más del doble, va en
gustos. Hoy nos quedamos con la corta.
El hayedo de Tejera Negra y el de
Montejo, ya en la provincia de Madrid, son los más septentrionales de Europa.
Está delimitado por los río Lillas y Zarzas, que nacen en el valle glaciar de
La Buitrera, y a ellos se unen multitud de arroyos que alegran el paseo por un
bosque que bien pudiera ser centroeuropeo. El microclima de la zona y su aislamiento
han hecho posible que sobrevivan las hayas, que llegaron aquí hace miles de
años, cuando el clima era más frío, y
que se acompañen de una enorme variedad de especies protegidas como el tejo, el
acebo o el abedul, además de los más comunes robles, serbales, mostajos,
avellanos o pinos.
En pocos metros podemos disfrutar
de una variedad de hojas, troncos y copas que cuando llega el otoño cambian de
color y convierten el paisaje en una paleta de pintor. Basta con asomarse a uno
de los múltiples miradores que nos permite el recorrido, para observar, en la
distancia, el estallido de tonos, de tinturas diferentes que se acentúan con el
reflejo de los rayos de sol.
Durante el recorrido por el hayedo
de tejera Negra nos encontramos, en su estrado más puro, hayas centenarias,
algunas con más de 300 años, compartiendo espacio con otras más jóvenes y con
pinos, esenciales para crear suelo y con su sombra favorecer el desarrollo de
estos misteriosos árboles de tronco plateado. Donde hay un haya, siempre habrá
un pino cerca.
Las ruta que se propone en los
letreros que acompañan nuestro recorrido por el parque es bastante cómoda,
aunque tiene un tramo de aproximadamente media hora de ascenso al Cerro Peñote,
con algo más de dificultad, pero perfectamente superable.
No es fácil trasladar con
palabras las emociones visuales y sonoras que forman las hojas rojizas, ocres,
malvas y amarillentas de las diferentes especies, con el sonido del agua de los arroyos y el
resplandor de la luz, al abrirse paso entre las nubes. Tampoco es fácil
trasladar la sensación de andar por un camino de hojas humedecidas por la
lluvia y el rocío, que al trasluz forman una alfombra púrpura y dorada que nos
convierte, por dos horas, en estrellas de un espectáculo que parece no tener
fin. No es sencillo hablar del hayedo, ni siquiera es justo verlo en imágenes,
porque la realidad supera, con una diferencia abismal, la magia de lo virtual.
Me callo, no sigo más. Id a verlo, todavía estáis a tiempo.
Al regresar, ya sabéis, una
parada en el Hostal Restaurante El Hayedo y a disfrutar del calorcillo de una
agradable chimenea, de unas buenas patatas con níscalos, de unas setas de cardo a la plancha, un
salteado de boletus y de algo de carne, da igual la variedad que elijáis, es de
primera calidad, de la que pasta por estos valles y apenas huele el pienso. El
local suele estar lleno, llamad antes si queréis sentiros a gusto. Volveréis.
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