Hoy vamos a ver un castillo,
además un castillo roquero, de los de cresta y
acceso casi imposible. Pocas fortalezas medievales quedan en pie de
manera digna en la provincia de Guadalajara, pero sin duda una de las más
hermosas es la de la Riba. Hasta allí, por tierras seguntinas, encaminamos hoy
nuestros pasos.
Riba de Santiuste es un pueblo
pequeño y poco habitado. Llegamos a él después de atravesar Sigüenza por la
alameda y la vía del tren, subir al viejo cuartel y pararnos un momento para
disfrutar de las vistas de la ciudad. Sigüenza es hermosa se mire por donde se
mire. Seguimos en dirección a Atienza y
a mano derecha, antes de llegar a Imón, un cruce nos invita a tomar la
carretera que lleva a la Riba de Santiuste.
Enseguida vemos la figura de una
quilla de piedra de casi 100 metros de larga. Un castillo que fue castro
celtíbero, atalaya árabe y que Alfonso VI convirtió en refugio de castellanos
hasta que lo volaron los franceses en la guerra de la Independencia, casi
setecientos años después. Hace menos de medio siglo fue comprado en subasta por
un particular, restaurado y convertido en punto de encuentro de la asociación
Nueva Acrópolis, que gustaba de hacer reuniones festivas y telúricas entre sus
muros.
Nos hemos propuesto subir al
castillo y para ello dejamos el coche en el pueblo, nos dirigimos hacia la
iglesia y desde allí buscamos la pista que sube al cerro. Antes atravesamos un
precioso puente medieval de piedra rosácea que nos permite salvar las aguas del
río Salado. Un rincón agradable y acondicionado para el recreo.
El ascenso es cómodo. La pista es
ancha y está bien cuidada y el zigzag lo suficientemente bien pensado para que
no nos cueste subir. A medida que lo hacemos, coronaremos en menos de media
hora, vamos viendo la anchura del paisaje castellano que en estos días está
nevado y hermoso. La manta blanca que cubre el campo de cereal ilumina el
horizonte y nos permite lanzar la vista mucho más lejos de lo que pensábamos.
La anchura de esta tierra parece
no tener fin. Arriba, las rocas dibujan figuras caprichosas como la de dos
lagartos enamorados mirando en la distancia. Uno a uno se dibujan los pueblos
entre las piedras. Más cerca, el castillo se nos presenta inaccesible, con sus
muros y almenas bien trazadas buscando el equilibrio entre las piedras a modo
de barco encallado en la montaña.
Pocas vistas podremos
encontrar tan reconfortantes. Si la
nieve y el hielo lo permiten, os aconsejo que regreséis al pueblo por la senda
que regatea entre las rocas, por la vertiente contraria a la que habéis subido.
Es menos cómoda pero permite nuevas vistas del castillo y del pueblo. Como veis
no es una ruta difícil ni sofocante. Eso nos permite dejar que los chicos
jueguen con la nieve, si todavía sigue allí, o pasear por uno de los caminos
trazados y señalizados de la Ruta del Quijote que camina junto al río Salado.
Ambas cosas dan juego.
De vuelta os aconsejo parar y
comer unas estupendas judías con oreja en el hostal restaurante La cabaña. Está
en la misma carretera que nos devuelve a Sigüenza, hemos pasado junto a él al
comienzo de nuestra ruta.
Es un lugar agradable, con dos salones amplios y una
buena chimenea, menú y carta. Las migas, la sopa castellana, la perdiz, el
conejo y el churrasco de carne no os pasarán desapercibidos. En verano su terraza
es una tentación. ¡Parad y comed!
Muy interesante
ResponderEliminarOs hizo un día espléndido, y supongo que muy frío.
ResponderEliminarUnas imágenes preciosas. ¡Gracias por compartirlo!
Enrique