Hoy
propongo una ruta urbanita pero no exenta de naturaleza viva. Hace tiempo que
quería invitaros a recorrer el Parque de la Concordia de Guadalajara. La
mayoría estáis hartos de cruzarlo desde, y hacia, San Roque. ¿Pero a que no
tantos os habéis salido del camino trazado y habéis girado la cabeza como un
camaleón?¿A que pocos la habéis alzado y bajado para ver las copas de los
árboles y las flores de los jardines? Hacedlo, pasead por la Concordia esta
Semana Santa y sacadle el jugo a la ciudad.
Guadalajara
no sería la misma sin el Parque de la Concordia, durante años el único parque
de la capital. De su nombre mucho se ha escrito. Según parece con él no se
rememora a la vieja plaza parisina sino el acuerdo logrado, tras años de
intenso debate, entre los diversos sectores sociales. Unos querían que en las
viejas eras de pan trillar se construyeran edificios, otros querían dejarlas
como estaban y los más influyentes, que a la larga se salieron con la suya,
optaron, con buen criterio, por levantar un gran parque, un pulmón para la
ciudad.
Desde
su apertura en 1854 se tiene noticia de sus reformas (1941 y 1974), de su
templete (1916), de los actos sociales
allí acaecidos, del diseño de sus jardines (estilo inglés en los orígenes y
francés tras la primera reforma), de su mobiliario, de su verja de hierro
forjado y de las estatuas que le adornan… Incluso de sus nombres: Parque de la
Concordia (1854), Parque de la Unión Soviética (1937), Paseo de Calvo Sotelo
(1939) y de nuevo Parque de la Concordia (1981). Sin embargo, se ha escrito
poco de sus árboles, verdaderos protagonistas de este centro neurálgico del
paseo capitalino.
El
Ayuntamiento puso en su día letreros, en algunos de los ejemplares más
emblemáticos, que permitían al paseante aprender mientras paseaba y a los
profesores dictar “in situ” a los alumnos amenas clases de botánica. Hoy apenas
queda alguno. Hoy, el Parque de la Concordia no pasa por su mejor momento, se
denotan abandono y suciedad, está dormido y descuidado pero conserva ese aire
romántico, mudo y sombrío, que invita al paseo y a la meditación mientras el
aire agita la copa de los árboles.
Es
difícil destacar uno entre los cientos de ejemplares arbóreos que forman este
pequeño jardín botánico. Tal vez por sus dimensiones destaque un pino carrasco
situado detrás del templete, que se eleva más de treinta metros por encima del
suelo y cuyo tronco, en su parte baja, necesita los brazos de tres hombres para
abarcarlo. Está manco, pero ahí está, desafiando al tiempo. O un cedro del
Himalaya escorado a la izquierda de la plaza central del parque, con una
arquitectura casi perfecta, laminado en capas hacia el cielo, aunque ensombrecido
por una acacia de tres púas, ejemplar que se repite por todo el recorrido y que
es sin duda la especie más abundante.
Mientras eso
sucede, podemos pasear por La Concordia despacio y con la vista puesta en las
copas de los árboles, lo que nos llevará algo más de media hora. Pocos lo
hacemos y os aseguro que es más que recomendable, hay sorpresas en forma de
fuentes, de estatuas, de placas conmemorativas, en definitiva la historia de
una ciudad contada paso a paso, y aunque tuvo tiempos mejores, apliquemosle lo
que dice el poeta: “¿Quién le dijo que yo era siempre risa y nunca llanto, como
si fuera la primavera? No soy tanto”…
Además, si queremos comer tenemos al lado
la Taberna “El buen vivir”, sin duda uno de los locales de Guadalajara con
mejor oferta de vinos y con un tapeo de altura. Una taberna gastronómica donde,
además, encuentras viandas del mar, del monte y de la huerta, tiras de bacalao,
albóndigas de ternera y boletus, falafel de lentejas, ensaladas y lunch diarios
con platos de cuchara imaginativos y deliciosos. Esta semana, a modo de ejemplo
podéis degustar por separado o junto, a gusto del consumidor, unas patatas guisadas con costillas y boletus o un
pollo Tikka Masala con arroz aromático Basmati y de postre una tortita de
castañas, por ejemplo. Un complemento ideal para un paseo, si nos lo proponemos, diferente y especial.
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