miércoles, 10 de julio de 2013

Ruta arrabalera por Guadalajara

Os propongo hoy una ruta diferente. Ha llegado el verano y cada vez son más los que por culpa del trabajo, del no trabajo, o de las responsabilidades familiares deben quedarse en la ciudad. Guadalajara para eso es una capital agradecida. A pesar del deterioro del casco antiguo, propiciado en los años sesenta y setenta y apenas subsanado desde entonces para acá, mantiene un puñado de monumentos dignos de ser visitados. Desde la oficina de turismo que mantiene abierta Eduardo Barrera a fuerza de sangre, sudor y lágrimas, luchando contra la miopía política, se ofrecen unas rutas interesantes, guiadas y no guiadas, para conocer a fondo la ciudad de Guadalajara. Os aconsejo que si venís a la capital alcarreña, antes de echar a andar por sus calles, visitéis la oficina de Eduardo, situada justo enfrente del palacio del Infantado. No os arrepentiréis.
Yo, desde este portal, os propongo otra cosa, una ruta más arrabalera, en el sentido etimológico de la palabra. 



Un recorrido por las afueras de la ciudad. Un paseo  en la que apenas veremos los monumentos arquitectónicos y que nos enseña media docena de parques, un río, ¡Guadalajara tiene río!, varios puentes y buena sombra, una agradecida capota de árboles que nos quitará la pereza de pasear en verano, eso sí en horas saludables.



Arrancaremos del carril-bici, una buena idea, en la parte más alta de la ciudad: Las Cumbres. En concreto en el parque de la Amistad, un parque concurrido por paseantes con perro y sin perro, con sus indispensables  aparatos de gimnasia para mayores,  lago con patos, un corralillo para excrementos caninos, alguna fuente y unos columpios, vamos un parque, parque, con sus jubilados jugando a las cartas y a la petanca y su terraza de verano, por cierto muy concurrida y que protagoniza nuestra recomendación gastronómica de hoy. En verano no todo va a ser comer, pero la terraza del bar la Amistad se ha ganado merecida fama por la generosidad de sus tapas y la calidad de sus pinchos.


El carril para las bicicletas atraviesa el parque más alto de Guadalajara, fresco y venteado, con el único inconveniente del ruido de los vehículos de la autovía, que circulan a nuestra izquierda. Una ligera molestia que se puede evitar con  una buena dosis de imaginación, una entretenida conversación  o con unos cascos en estéreo por los que escuchar las Cuatro Estaciones de Vivaldi, por ejemplo.


Andamos y andamos y dejamos el parque, siguiendo el carril eso sí, procurando no pisar en su interior si no queremos que una bicicleta nos lleve por delante. Hay usuarios de las dos ruedas muy estrictos con lo que es  “suyo”  y  se muestran muy poco permisivos si alguien invade su terreno. Tanto tiempo atosigados por los conductores de vehículos de cuatro ruedas les convierte, a unos pocos, no exageremos, en atosigadores de quienes no llevan vehículo. Cosas de la vida. El caso es que el carril nos viene muy bien para trazar la ruta y nosotros, con el permiso de los ciclistas, vamos a usar su itinerario.


Tras dejar el parque, nos acercamos algo más a la carretera y podemos ver en la distancia las llanuras del Corredor del Henares, ahora amarillas y extensas, el morlaco de Osborne, la escultura futurista de Paco Sobrino y la original arquitectura del Ferial Plaza. Os invito a deteneros y fijaros  en los detalles, tiene su mérito. Pero sigamos camino. La “cuesta del toro” tiene su correspondiente pendiente al otro lado de la carretera en un parque que flanquea la autovía y en la que se pueden ver abundantes especies arbóreas junto a los tradicionales plátanos y álamos. 


 Árboles ornamentales, cipreses, espectaculares especies de pinos y abetos y un cuidado césped que invita a sentase, a quererse y a conversar.


Atravesamos ahora la avenida del Ejército. Loable la mediana de rosales que separa los dos carriles de esta arteria de Guadalajara, una de las primeras imágenes que ven quienes entran por primera vez a la ciudad. Nada más cruzar la avenida, otro parque, este más austero y menos frondoso, no en vano está dedicado a un olivo. A la derecha, La Rosaleda, hermosa y cuidada… Pero no nos desviemos y sigamos camino del río, eso sí, no sin antes  hacer la reverencia al templo del fútbol provincial, el campo Pedro Escartín, donde juega el Club Deportivo Guadalajara, que pasa por momentos de incertidumbre.



Guadalajara es una ciudad que siempre ha vivido de espaldas al río Henares. A pesar de que los primeros pobladores de la vieja Arriaca se asentaron junto a sus aguas, cuando a alguien se le ocurrió abandonar la orilla y subirse a las lomas, se olvidaron también  del río… y hasta hoy. Está por acometerse el proyecto que acabe incluyendo el Henares como un elemento activo y vivo de la ciudad, como son y han sido siempre los ríos. De momento es un apéndice, casi siempre molesto por los mosquitos o por las inundaciones o por las restricciones que imponen las autoridades fluviales o medioambientales.


 Eso sí, ese casi abandono en algunos de sus tramos, los más, le permite conservar un aspecto selvático que hace que muchas veces no podamos creernos que estamos en una ciudad, y más cuando en un momento de nuestro camino, pasamos bajo el ojo de un puente que nació  árabe y que conserva restos medievales.


Yo os aconsejo que nada más cruzar el río cojáis el camino de la izquierda que bordea el viejo barrio de Manantiales y os acerquéis a la orilla lo más que podáis, os parecerá que estáis en otro lugar. Al final del camino están los restos de una vieja fábrica. 


Es el momento de daros la vuelta y volver por donde habéis venido. Si queréis, en vez de por el sendero que discurre junto a la orilla, por el camino más ancho que se acerca a los chalets. A partir de aquí nos espera una larga recta, siempre junto al río, con el moderno puente de tirantes al fondo.


Las entrañables terreras avanzan con nosotros a la derecha.



Un paseo agradable que nos conduce hasta las pasarelas que cruzan el río y nos encañonan por el barranco de Aguas Vivas hasta la parte alta de la ciudad, en concreto a la trasera de la iglesia del Atance, pasando por la ciudad de la raqueta. Monumento anacrónico, de origen medieval , en medio de las urbanizaciones del nuevo desarrollo de la ciudad.


Sin apenas darnos cuenta hemos andado ya durante casi dos horas, y sin salir de la ciudad. Hemos visto un paisaje urbano nada urbanita y nos encaminamos por una avenida que atraviesa varias glorietas, a encontrarnos de nuevo con la autovía y con nuestro gran compañero de viaje, el carril bici, que lo tomamos ya junto a las vallas de la A2, en lo que se conoce como “la ruta de colesterol”.


 Tomamos el camino a mano derecha, a mano izquierda se nos queda la famosa glorieta “de la bicicleta”, y tras pasar por el parque de la piscina Sonia Reyes, ¡Ah, perdón, que ya no se llama así! ¿Y cómo se llama?... Bueno pasaremos junto a la piscina cubierta, al campo de atletismo de la Fuente de la Niña y nos encontraremos de nuevo con la glorieta de Cuatro Caminos y el Parque de la Amistad, de donde partimos dos horas y media atrás. No hemos visto el palacio del Infantado, ni el panteón de la Duquesa ni  la iglesia de San Francisco, pero nos hemos hecho una idea de cómo son los arrabales de nuestra ciudad, las “cocinas” de una urbe que nos muestra sus vergüenzas, sus desvergüenzas y sus beldades de andar por casa. Feliz verano, nos volvemos a ver el primer miércoles del mes de septiembre con nuevas propuestas por la provincia. ¡Andad, comed y descansad, que os lo habéis ganado!

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miércoles, 3 de julio de 2013

Las cárcavas del río Dulce, el plató de Félix

Los caminos de agua pueden iniciarse aguas abajo o aguas arriba, depende de lo que se busque. El que hoy proponemos, entre las localidades de Pelegrina y Aragosa da igual cómo se haga. Se suba o se baje, son dos horas largas andando en la ida y otras tantas a la vuelta. 




En verano hay buena sombra, pero que nadie se crea que todo es resguardo. Durante el paseo hay también una extensa raña de cereal que se une al ensanche de la vega de Pelegrina, que nos deja veinte minutos a merced de un sol, que si es de justicia, se acuerda uno del reino de los injustos.


Para quien no conozca aun el Parque Natural del Barranco del Río Dulce, diremos que es uno de esos paseos imprescindibles por la provincia de Guadalajara, y además cómodo y aconsejable en cualquier época del año. Está antes de llegar a Sigüenza, a mano izquierda de la A2, dirección Zaragoza, a unos 100 kilómetros de Madrid y la mitad de Guadalajara, aproximadamente.


El río Dulce nace en Sierra Ministra y en su caminar forma uno de los valles más sosegados y calmos de cuantos existen por estas sierras. Cuando nadie daba un duro por el encanto natural de esta provincia, el pionero, el amigo de los animales, el bueno de Félix Rodríguez de la Fuente paseaba sin cesar por las cárcavas del río Dulce y decidió quedarse para mostrar al mundo la grandeza de sus paisajes. Muchas de las más famosas escenas de las míticas series El hombre y la Tierra y Fauna Ibérica, fueron rodadas en este valle. ¡Quién no recuerda al águila imperial sujetando con su férreas garras el corzo herido, lanzándose a tumba abierta contra las rocas para levantar después el vuelo con poderío, soportando el peso del animal bajo sus alas!. Esto ocurrió en Pelegrina, con el río Dulce como sonoro testigo. O el impresionante relato de los lobos corriendo entre las cárcavas de Pelegrina, narrado por Félix con su voz profunda y embaucadora, mientras la música machacona, que nos acompañará toda la vida, marcaba la carrera de la manada. Vamos, que este río forma parte de nuestra infancia y en él, millones de españoles empezamos a ver la naturaleza, su fauna y su flora, con otros ojos y, lo más importante, con otra mirada.



Con estos antecedentes, no es de extrañar que este camino sea cada vez más transitado por los amigos del senderismo. Por aquí transcurren tramos de la Ruta del Quijote, del Camino del Cid, de la Ruta de laLana (Camino de Santiago) y los GR10 y GR118. Es decir, que aunque parezca, cuando nos escondemos bajo los riscos y vemos planear los buitres sobre nuestras cabezas, que estamos descubriendo el mundo, por estas tierras los parajes llevan mucho tiempo siendo disfrutados y pateados por unos y otros.


Hoy os propongo que sigáis la ruta aguas abajo, sobre todo para que, a la vuelta, podáis disfrutar de las croquetas de boletus, de la sopa castellana y del asado del restaurante El Paraíso de Pelegrina, que cuenta con uno de los miradores más espectaculares que conozco. He tenido el privilegio de comer en su sala mientras se organizaba una tormenta en el valle, y la explosión de agua y la traca son tales, que estremecen al más valiente. ¡Un espectáculo!




Pelegrina es un pueblo levantado bajo la sombra de un castillo, hoy en ruinas, en una loma solariega llena de cuestas y de viejos recuerdos. Su fortaleza fue en tiempos lugar de descanso de los obispos de Sigüenza, señores de esta tierra, hasta que la abandonaron hace doscientos años para convertirla en pasto de las huestes carlistas y, un siglo después, de las tropas de Napoleón. Ambos destruyeron la fortaleza sin piedad para evitar que fuese usada por sus enemigos. Dejaron en pie los cuatro cubos, algunos muros pequeños y también su diminuta iglesia románica, levantada en el siglo XII. Una joya con un artesonado mudéjar y un retablo del XVI que en nada desmerecen la sencillez medieval de este templo levantado durante la repoblación  de esta tierra en la Edad Media. 


Al otro lado del pueblo, en lo alto de las barranqueras, no hace mucho se alzó un monumento al malogrado naturalista. Desde allí, aún pueden verse familias de buitres surcando el cielo en busca de alguna carroña que echarse al pico.
Una empinada cuesta baja del pueblo al barranco y allí, ahora aguas arriba, iremos a ver la cascada Gollorio, un cuarto de hora andando que merece la pena si no han “cortado el grifo”, como suele ocurrir casi todos los veranos, éste también. .Cosas de la meteorología. Una vez visto el salto de agua, retomamos aguas abajo cruzando el Dulce por uno de los puentes de madera. Camino de la cascada veremos lo que queda de la caseta y el cercado donde Felíx guardaba los lobos y algunos otros animales en semicautividad que usaba para sus rodajes.



Desde Pelegrina el Dulce llega sigiloso hasta  La Cabrera. "Solemne, pulcra, mansa y verdadera. Huele a silencio y calma entre sus rocas, y es casto el aire y el verdor y el agua. Al resguardo de encinas y enebrales el alma se sosiega y se recrece. Quien te miró una vez ya no te olvida, porque eres novedad y permanencia. Siga guardando Dios tu pura calma y el corazón en tu silencio duerma." Estas bellas palabras del párroco y poeta local Constantino Casado, le sirven al viajero para saber dónde se encuentra. 



En cada casa, casi las mismas que calles, hay un cartel de madera con un nombre y un adorno verde en el borde. En la esquina de la pequeña iglesia hay un ciprés y frente a él un puente de piedra mandado construir por Carlos III, según figura en una losa. El Dulce, por La Cabrera, es un río truchero que perdona la vida a sus peces. Los animales se dejan querer y enseñan sus lustrosos lomos, a veces provocando y otras jugando, para que a los pescadores se les pongan los dientes largos y para que los niños disfruten descubriendo sus rubios colores. A veces ocurre que a los chicos se les escapa una piedra y las truchas organizan cierto revuelo submarino, pero lo hacen para seguir el juego.


Tras bañar La Cabrera, el Dulce continúa hacia el Henares, vigilado por la atenta mirada de las grullas, que se sienten protegidas entre las matas y satisfechas con la abundante pesca. Boj, fresnos, retama, chopos, álamos… la variedad de árboles que nos acompañan junto al río es tal, que el valle podría ser el perfecto escenario para una Facultad de Botánica.




Antes de llegar a Mandayona, el pueblo en el que se encuentra el Centro de Interpretación del Parque, que aconsejo se visite a la ida o a la vuelta con el coche, el río pasa por Aragosa, un pequeño pueblo que tuvo castillo y  también fábrica de papel en el paraje de los Eros,  pero que ahora sólo tiene paz y recuerdos.  El primer billete empleado en el Banco de España se fabricó en Aragosa. Todavía pueden verse los restos de la vieja factoría. 


En Aragosa podremos echar un trago de agua en la fuente y volver por donde hemos venido porque las tripas ya empiezan a componer su sinfonía y en Pelegrina nos espera el Paraíso. ¡Ah, por cierto! Hoy le he pedido prestado algunas fotos a María Matilla, compañera de andanzas nada pelegrinas!



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