martes, 27 de enero de 2015

La ruina es bella, viaje al monasterio de La Salceda



Nunca había estado antes en las ruinas del monasterio franciscano de La Salceda, eslabón de la Contrarreforma y  retiro del cardenal Cisneros. Durante años había visto de refilón los restos de su iglesia entre los árboles, antes de que la N-320, la carretera de Cuenca, cambiara su recorrido y se alejase de Tendilla.
Siempre he tenido curiosidad por ir a visitar estas ruinas y  acceder a ellas por una de las sendas o caminos que a buen seguro usaron los frailes. El camino existe, parte del pueblo de Tendilla y nos lleva al pie de las ruinas en algo más de una hora y media de caminata entre pinos, encinas y carrascas.



Tendilla es un pueblo que ha crecido en torno a una carretera. Su arquitectura urbana se ajusta al valle por el que transita el paso que lleva hasta Sacedón y Cuenca. El camino que nos  acerca al cenobio franciscano parte de la parte alta del pueblo, junto al depósito de agua. Unos metros  antes de llegar a él, se dispara a mano derecha una pista que se adentra en el pinar y que llega hasta la fuente de  Iñaña o “de los gusarapos”, depende de quién nos hable de ella.



Detrás de la fuente, a unos 20 metros superado el pilón, otra pista comienza un estimable ascenso pinar arriba que  ya no debemos dejar hasta alcanzar las ruinas. En Tendilla hay varias fuentes,. Yo vi cinco, pero seguramente haya más. En Tendilla también hay varias ermitas, una iglesia original que tiene a medio hacer la nave y cuya torre está separada del templo y un palacio de bella estampa.
Pero sobre todo Tendilla tiene unos soportales castellanos que nos indican que tuvo buena feria, hoy se sigue celebrando a finales de febrero, y una casa donde pasaron algunas temporadas Pío Baroja y su sobrino Julio Caro. Con esto quiero decir que es conveniente que recorráis el pueblo antes o después de caminar, merece la pena.





Nos habíamos quedado en el ascenso por el pinar. Las vistas del pueblo según cogemos altura son hermosas. Las casas se estiran a lo largo del valle, entre las lomas, sin apenas espacio para que se cuele la carretera. El paseo es cómodo, aunque con alguna cuesta, y el entorno, siempre en medio del monte, me sorprendió por su frondosidad.



El camino avanza todo el tiempo por la mitad alta de una de las laderas que flanquean la vega. En cada recodo hay ocasión de asomarse a ella en pequeños balcones. El suelo está en este tiempo cubierto de nieve. Es un camino umbrío en muchos de sus tramos y el sol apenas se asoma durante todo el invierno.
Los pinos huelen a pino, no  son falsetes, y las carrascas arropan el camino sin llegar a inundarlo. En el suelo y en los árboles se ven señales verdes y blancas que nos indican que vamos por buen camino y algunas estacas marcan un circuito de bicicleta de montaña. Sin duda es uno de los paseos más agradables que podemos regalarnos en el entorno cercano a Guadalajara. Apenas 20 minutos en coche desde la capital y estamos a pie de pista.



Como todo lo que sube acaba bajando, la pista desciende hasta la antigua carretera, hoy apenas transitada, y nos deja a los pies del monolito levantado en 1929 en recuerdo de lo que fue un monasterio importante en la historia de España y, a comienzos del siglo XX, apenas una ruina. A un lado y otro de la carretera aparecen los restos del recinto del monasterio, las huertas y  la vieja capilla que aún conserva altivo parte del ábside.




Pasear entre las ruinas es uno de mis mayores placeres. La decadencia lo envuelve todo en un halo de melancolía, de referencias históricas y artísticas que siempre me han llamado la atención… la vena romántica. Pero volvamos al siglo XXI, la mañana avanza y es hora de regresar por el camino andado o por la carretera, menos sugerente pero más rápida y con muy poco tráfico. Regresamos a Tendilla.




Al llegar al pueblo  nos espera el restaurante Los Jardines, reconocido en la zona, buen ambiente de vermú con aperitivos, sobre todo torreznos, elaborados en Tendilla en un industria familiar. Los jardines cuenta con  un buen menú del día que no llega a 11 euros. Especialidad de la casa el cordero asado, la buena carne a la brasa y las legumbres. Comida tradicional y abundante, sin duda un remate final de altura.

martes, 20 de enero de 2015

Ascenso al balcón de La Muela



En medio de la llanura campiñera, entre la Meseta y el Ocejón, hay tres montañas, tres pequeños, muy pequeños, “kilimanjaros” que se alzan sobre los limpios campos de olivo y cereal: el cerro de Hita, La Muela y El Colmillo.



 El nombre de los dos últimos suena a guasa, pero no tienen otro nombre, así los han llamado desde siempre los vecinos de estas tierras y los que se asomaban desde el rostro de la meseta, allá en la Alcarria Alta. Un mosaico geométrico. Una pirámide, un trapecio y un cono. Un colmillo con su muela y un cerro histórico de cuyo castillo, en la punta, apenas quedan restos. Acercaos un día a Trijueque y desde el Mirador del Cid, os podéis asomar y veréis como llevo razón.





Hoy, os propongo una ruta ascendente acompañada de un  puñado de ilusiones: el ascenso a la Muela de Alarilla, donde el hombre sigue subiendo para intentar volar. Si medimos desde abajo del cerro, donde se juntan dos ríos vitales para esta provincia y para la vecina Madrid: el Sorbe y el Henares, La Muela alcanza los mil metros de altura. Si alzamos la vista, la montaña se alza como una pared terrosa de difícil acceso, ideal para lanzarse al vacío con paracaídas, claro está. Hasta allí subieron los primeros pobladores de estas tierras y en lo más alto construyeron su poblado, al resguardo de los enemigos y con buenas vistas hacia el horizonte. Hasta allí subiremos nosotros también.



Hoy, La Muela es una conocida pista de despegue para los aficionados al vuelo libre. Parapentes y alas delta merodean en torno a la falda de la montaña como los buitres lo hacen ante su presa, en círculos y sin perder la verticalidad.


Subir hasta la Muela apenas nos llevará media hora por una pista hormigonada a la que se podría acceder en coche, pero yo os propongo que lo hagáis andando y disfrutéis del paisaje que se va abriendo a lo lejos, según ascendemos. No tiene pérdida, el camino arranca desde la última calle del pueblo, la más alta, y va zigzagueando hasta alcanzar la cima. Cualquiera puede subir.



Siendo una de las atalayas naturales más antiguas de la provincia, desde su cumbre se ven, al norte, Humanes, Tamajón y las estribaciones de la sierra. Al oeste El Colmillo y el valle del Sorbe en la distancia. Bajo nuestros pies el pueblo de Alarilla, con su iglesia renacentista en lo más alto.




 Si recorremos el perímetro de este balcón y miramos al sur, veremos el cerro de Hita y la cornisa de la meseta, Trijueque, Gajanejos y la senda de Rebollosa. Al este, las cárcavas del Henares, que baja veloz hasta la capital regando una vega fértil donde el ladrillo y las canteras desplazan a las huertas.



 Cuatro puntos cardinales y cuatro paisajes distintos desde un balcón privilegiado donde una cruz y un monumento recuerdan a los valientes muertos en su arriesgado deporte. Volar, la asignatura pendiente del hombre, es mucho más fácil desde La Muela. Sentir el azote del viento en la cara, dejarse caer y luego flotar mientras el aire tira de las cuerdas hacia el cielo, debe ser lo más parecido a despegar las alas y jugar con las corrientes sintiéndose el dueño del espacio. Nosotros no llegaremos a tanto, pero os aseguro que disfrutaréis viendo media provincia bajo vuestros pies.



Para comer os aconsejo acercaos a dos pueblos cercanos: Hita y Humanes. En Hita podéis disfrutar de la cocina casera, la buena legumbre, el asado y la carne a la parrilla de La posada de Rosa. Si optáis por ir a Humanes, sin duda Restaurante Meléndez, buen arroz, buena fabada y buen pescado.



martes, 13 de enero de 2015

De Muriel a Peñamira


No sólo los monasterios están ubicados en rincones privilegiados, también los pantanos. En Guadalajara contamos con un buen número y he de reconocer que todos merecen una visita. Pasear por sus inmediaciones, a ser posible lejos del dique, permite descubrir paisajes como el que el río Sorbe brinda al convertirse, por imperativo legal, en el embalse de Beleña. De todos los accesos posibles a este remanso de agua y paz hoy os propongo el recorrido que desde el pueblo de Muriel se acerca a la ermita de Peñamira.



El trayecto se cubre en 90 minutos de ida y otros tantos de vuelta por la misma pista. Hay una posibilidad de volver por una senda que discurre junto al río, pero suele estar cubierta por el pantano, sobre todo en esta época del año, y eso puede obligarnos a desandar el camino andado, así que mejor será ir sobre seguro. Se me olvidaba, os aconsejo acercaros a Muriel, de dónde arranca la ruta, por Arbancón, el entorno es una delicia.


Desde que salimos de Muriel, el camino hacia la ermita, que sale junto a las pistas deportivas, es una sucesión de pequeños toboganes. Subidas y bajadas continuadas pero muy asequibles. No es aconsejable llevar carrito de niños porque el firme aunque en perfectas condiciones para andar, tiene grietas causadas por las pequeñas torrenteras que dificultan la circulación de las ruedas.


En cada otero es recomendable volver la cabeza y disfrutar las vistas que nos brinda el monte de encina y carrasca primero, y pino después en torno a las Cabezuelas. Durante la primera hora no vemos el agua, pero disfrutamos del vuelo de las águilas, del olor del monte y la variedad de arbustos y matojos. Si con el sol del invierno el paseo se disfruta, en verano con el frescor de la mañana o al atardecer es motivo más que suficiente para comprarse casa en Muriel. Venden solares.


Pero sin duda lo más reconfortante está por llegar. Las primeras vistas del pantano, entre pinos y jaras, son como una aparición. El cielo se mezcla con el agua en una inmensa laja azulada y gris que sorprende por su dimensión. Como el mar, es un paisaje monótono solo en apariencia, porque de pronto descubrimos pequeñas calas escondidas, resguardos de roca y monte, donde los árboles y las piedras caprichosas son capaces de pintar cuadros obvios pero hermosos.




Poco a poco nos acercamos a la ermita y es el momento de parar, sentarse en la explanada, echar un trago y mirar a izquierda y derecha. Nada estorba, todo está perfectamente situado para que no queramos irnos. El sol ayuda a que nos embriaguemos de agua y de monte. Realmente el paseo ha merecido la pena.



La ermita de Peñamira es de nueva construcción (1997) y sólo algunos sillares pertenecen a la primera edificación románica que contaba con una talla de una virgen de madera que se perdió en la guerra del 36. La talla actual es de escayola y sólo puede verse en días señalados, aunque en el bar del pueblo, “Mirador de Muriel”, hay una réplica pintada sobre una teja que nos ayuda a hacernos una idea. A este local iremos  a parar cuando no tengamos más remedio que regresar. Pero no tengáis prisa que nunca cierran.



En el “Mirador de Muriel” si llamas antes por teléfono (949 85911) te preparan comida de encargo, sobre todo asado y paella, son expertos. Pero suele haber morcillas,  lomos y chorizos de matanza, níscalos en temporada y buenas ensaladas. Algún día alguien tendría que homenajear a estos hosteleros que mantienen abiertos los bares de los pueblos y vivas las tertulias y las partidas de cartas, y donde dan de comer a los transeúntes y a quien lo pida con generosidad y pulcritud.




Si buscan un restaurante más al uso hay que irse a Arbancón, el hostal restaurante El Balcón tiene un menú del día por 15 euros y tiene fama de haber hecho buen asado, aunque todo parece indicar que ha habido cambio de rumbo. Es otra opción, aunque por nostalgia, prefiero la primera. ¡Salud!