miércoles, 26 de junio de 2013

El barranco del "Montesino" y el chozo del resinero

En una vaguada del río Arandilla, entre el pueblo de Cobeta y el valle de Ablanque, hay una ermita a la que acuden en romería hasta nueve pueblos. En ella se venera a Nuestra Señora de Montesinos, y como todas las advocaciones marianas tiene su milagro o leyenda. Dicen que la ermita la construyó un terrateniente y capitán moro, convertido al cristianismo, cuando vio el milagro que la imagen de la Virgen hizo en una niña manca de la zona. ¿Será verdad?


Hasta hace pocos años,“El Montesino”, que es como se conoce al paraje en esta zona de la provincia de Guadalajara, que en tiempos perteneció al Ducado de Medinaceli, tenía su santero. Se llamaba Francisco Checa y cuidaba de la ermita, tenía limpio el entorno y escribía unos versos interminables a la sombra de las rocas caprichosas de este pequeño cañón. Quien se acercaba recibía una estampa de la Virgen y un poema escrito o recitado, según la ocasión. Era la manera que tenía Francisco de pagar su culpa. Una losa que soportaba desde los tiempos de la Guerra Civil cuando, estando en el frente con los nacionales, no se le ocurrió otra cosa que entrar en la iglesia de Bustarviejo y descolgar el Cristo. Le hubiera costado la cárcel o algo más si no le llegan a dar por loco. Un mal aire, un arrebato decía él, que le llevó en el año 1940 de santero a su pueblo hasta que las piernas ya no le permitían andar y recorrer los cinco kilómetros que separan Cobeta de Montesinos.
Os puedo asegurar que cuando se conoce este rincón de la provincia de Guadalajara, para unos molinés y para otros todavía no, se tiene envidia del bueno de Francisco y del más de medio siglo que pasó en este barranco, versión reducida del  Barranco del río Gallo o Barranco de la Hoz, junto a Corduente, y al que nos acercaremos en otra ocasión.


Entre los caprichos que el viento y el agua han labrado en las rocas que flanquean el río Arandilla, hay quien ve la cara de un indio, o la cara de Francisco vigilando la ermita. Son cosas de la imaginación, de concederle a la Naturaleza propiedades humanas. No siempre el arte procede de las manos del hombre. En cualquier caso, ahora que ya estamos en época de calores, pasearse por las sombras del Montesino, escuchar el rumor del agua y ver a los cangrejos correr por las orillas y a las truchas brincar entre las cantos, es un recreo para los sentidos, una recomendación que hago desde estas páginas a todos aquellos que quieran conocer en profundidad la provincia de Guadalajara.


Para llegar a Montesinos se puede ir en coche, tomando a mano izquierda el cruce que sale de la carretera que desde Mazarete lleva a Cobeta. Al llegar al río, una señal indica el paraje, entonces se deja el asfalto y se toma una pista en buen estado que nos acerca al pie de la ermita.  No tiene pérdida porque en la bifurcación, al tomar el desvío por carretera, hay una caseta de protección para los vecinos que esperan el autobús. Ahora bien, quien quiera respirar el aroma de los pinos en esta época del año, puede ir andando desde Cobeta. Es una hora larga de camino, pero una hora más que aprovechada entre pinares y descampados por uno de los términos municipales más espectaculares de Guadalajara. Señores, estamos en el Alto Tajo!


Cobeta, además de tener una alcaldesa joven y simpática que cuida de su pueblo como si de un chico pequeño se tratara, tiene una fisionomía singular. Las casas del pueblo y las viejas cercas para el ganado se dejan caer por la falda de una ladera mimetizándose con el color de la tierra, labrando un paisaje peculiar y hermoso. Un mirador natural que se enfrenta a los restos de un viejo castillo, una vieja torre de vigilancia, hoy convertida en sala de exposiciones desde donde puede observarse la variedad del entorno. 


Cereal, pinos, rocas y encinas rodean Cobeta, pueblo fresco y sano, ideal para escaparse un fin de semana desde la ciudad. Si os animáis, hablad con el Ayuntamiento que, entre un puñado de buenas iniciativas para favorecer el turismo, alquila apartamentos y casas bien equipadas y restauradas con gusto a precio más que asequible. 

Cobeta está a menos de dos horas de Madrid y poco más de una hora desde Guadalajara, por la A2, cruce de Alcolea del Pinar, N-211 o carretera de Molina de Aragón o de Teruel, hasta Mazarete y desde allí la carretera nos lleva a Cobeta pasando por las instalaciones de la Fundación Apadrina un Árbol, una zona de recreo donde se ofrecen campamentos veraniegos para niños y jóvenes y un punto de encuentro para empresas y particulares. Una buena iniciativa que se conoce poco y que bien merece la pena.


Los pueblos y el paisaje de toda esta comarca de los pinares del Ducado de Medinaceli, tierra de resineros, carboneros y leñadores, también de ganaderos, madereros y carpinteros, merecen más de una visita. Os animo a que reservéis un fin de semana para empaparos como Dios manda de una zona llena de sorpresas, arroyos que transcurren por vallejos casi inaccesibles, ermitas camufladas, pueblos mimetizados y miradores naturales que nos muestran la grandeza de un paisaje, castigado hace años por el fuego, pero que ya ha recuperado su esplendor.



A uno de los sitios que debéis acercaros, sin dudarlo, es a Olmeda de Cobeta, allí está El chozo del Resinero, una de esas apuestas por el turismo rural que no para de ganar adeptos. Un lugar donde hospedarse y donde comer una de las mejores carnes de la zona. Su dueño fue resinero y hoy comparte su tiempo entre el local y la labranza de la piedra. 



Con sus manos, grandes como serones y acostumbradas al trabajo, es capaz de dar vida a los pedruscos que encuentra en sus paseos por los alrededores de la Olmeda. Si tenéis ocasión de charlar con él hacedlo, os contará gustoso las peripecias de viejo resinero, un oficio perdido durante años y que parece remontar en estos tiempos de crisis. Venid a los pinares y os pasará como a muchos de los que lo  hicimos por primera vez hace ya muchos años, que la resina ya no dejará que os despeguéis de esta tierra, una tierra que venera al dios árbol, puerta de entrada al Parque Natural del Alto Tajo.



Por cierto, varias de estas fotos maravillosas no son mías, son de David Ronquillo que me las ha prestado generosamente. Gracias.


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miércoles, 19 de junio de 2013

Un río, dos monasterios y un manojo de espárragos

Recordaba en la anterior entrada una cena inolvidable en Hita junto a José Sacristán y un buen grupo de amigos. El actor recogía con orgullo y generosidad el galardón Arcipreste del Año 2010 con motivo del 50 aniversario del Festival Medieval más antiguo de España. Cenamos en la Posada de Rosa, un restaurante de buena carne y ricas legumbres, viandas de temporada y un servicio correcto.  A los postres Pepe Sacristán nos habló de las buenas gentes de esta tierra, que conoce bien desde que comparte su vida, hace ya años, con una yunquerana. Anécdotas, chistes, chascarrillos, un viejo cómico en toda su esencia se hizo con un público entregado. Al día siguiente compartimos el día rodando un anuncio de promoción de Hita y La Alcarria y aprendí más de cámaras y televisión que en cien años de universidad.



Hita es la capital del valle del Badiel, por historia y por población. Nuestra ruta gastronómica y viajera de hoy deja los caminos y toma la carretera para recorrer varios pueblos, pequeños y hermosos de Guadalajara, que pueden visitarse en una misma jornada. Hoy os aconsejo que os sumerjáis en el río Badiel.
Al río Henares vierten sus aguas varios afluentes, algunos de importante caudal como río el Salado, el Cañamares, el Bornova o el Sorbe. Otros son más humildes, casi riachuelos, como el río Dulce, el arroyo de las Dueñas y el río Badiel. De este último, y de su histórico valle, se ha escrito mucho, aunque en los tiempos que corren tenemos la impresión de que se ha visitado poco, salvo Hita, y por eso vamos andar por él.

 El Badiel nace en Almadrones, y allí nace nuestra ruta, en el kilómetro 103 de la A2, a una hora de Madrid y menos de treinta minutos de Guadalajara. La villa de Almadrones es conocida por su antigua venta, hoy convertida en uno de los mayores complejos hosteleros en los márgenes de la carretera que lleva a Barcelona. Su nombre, de origen árabe, hace mención a los numerosos manantiales que hacen posible el río.
Por su término siempre pasó una importante calzada hacia Zaragoza que luego fue Camino Real. En algunas de sus casas hay notables escudos y arcos de piedra. En su iglesia un hermoso pórtico del siglo XVI y un retablo que trajeron de Atienza. Dicen que hubo un apostolado de El Greco, que fue expoliado y diseminado por los museos del mundo. A los pies de Almadrones nace un estrecho valle, poblado de algunas huertas, un rápido arroyo y unos cuantos chopos que abre su horizonte a medida que avanza hacia el Henares.

         
  Argecilla es el nombre del segundo pueblo que contempla el Badiel en su corto peregrinar por tierras alcarreñas. El topónimo es prerromano e indica río pequeño de color blanco. En sus inmediaciones se han encontrado restos prehistóricos de la cultura almeriense. Sus casas están prendidas de una loma pronunciada. Sus calles son cuestas difíciles de transitar y hermosas de recorrer. Las casas de Argecilla forman una continua barbacana hacia el valle, que por sus inmediaciones empieza a dar sensación de lugar recogido, tranquilo y fértil. La villa perteneció a los duques de Pastrana, quienes mandaron levantar su añeja iglesia en el siglo XVII. Por su distribución urbana, Argecilla puede considerarse como uno de los pueblos más originales de la provincia.
También de origen prerromano es el topónimo Ledanca, que hace referencia al collado sobre el que se aposenta el siguiente pueblo en el transcurrir del río. El hombre, animal de instinto certero, siempre supo apreciar la mansedumbre de este paisaje. Al igual que en el pueblo vecino, las casas se encuentran ordenadas al viento bajo el mando protector de su iglesia. En la plaza hay una fuente barroca del siglo XVIII, y junto al río numerosas huertas e invernaderos cargados de historia. Si tenéis ganas de pasear, desde Ledanca arranca una ruta señalizada que, junto al río, camina hasta llevarnos a uno de los lugares sagrados de esta comarca: el monasterio de Valfermoso de las Monjas. Un paseo fresco y muy recomendable ahora que, parece, llegan los calores.


Cuando el matrimonio atencino formando por Juan Pascasio y su mujer doña Flambla decidieron a finales del siglo XII fundar y construir un monasterio, no nos extraña que eligiesen el Badiel para su cometido. Aguas abajo, hacia la Campiña, su valle se vuelve más hermoso. Algunos kilómetros después de su nacimiento, en el término de Valfermoso, pueblo creado para servir al monasterio, se instalaron las monjas benedictinas venidas de Francia que siempre contaron con el beneplácito del rey Alfonso VIII, uno de los grandes enamorados de esta tierra.
Con el paso de los años el monasterio llegó a extender sus dominios hacia la provincia de Madrid, siendo una de las más importantes haciendas en época de los Austrias. Allí, en la sosegada espesura del valle, pasó sus últimos años Juana Calderón, actriz popularmente llamada "La Calderona", que cautivó con sus encantos al rey Felipe IV, el personaje real que hoy vemos en “Águila roja”, de nuevo esta serie…. La cómica se recicló y acabó siendo madre abadesa y mujer de enorme prestigio por su carácter y su alto poder de persuasión en tareas nada mundanas. Cuentan que un bello lienzo con su rostro aún permanece enmarcado en una de las paredes del monasterio.
Desde que el Badiel arranca por las barranqueras de Almadrones, su valle se va ensanchando hasta desembocar en el Henares. Tras dejar Valfermoso y abandonar los muros benedictinos de su monasterio, el estrecho río se adentra en el término de Utande. Pequeño pueblo sobre una loma en cuyo topónimo se refleja el mojón o punto de la vieja calzada romana, mejor de uno de sus ramales, que en tiempos pasó por sus inmediaciones. En Utande se celebran las medievales Loas de San Acacio mártir. Ocho danzantes y una botarga se unen para interpretar una ancestral danza de paloteo, con la que presumiblemente se festeja desde el siglo XII una victoria en espectacular batalla contra los moros. Ocho danzantes y octavo el punto de la calzada que designa su nombre histórico.
En el pueblo hay varios molinos. En uno de ellos tuvo lugar a mediados de los años setenta una importante reunión del entonces clandestino Partido Comunista. Tras el encuentro, Carrillo y los suyos decidieron unirse a la reforma y abandonar las posiciones de ruptura. Fue un paso importante en nuestra transición política, consensuado en este anónimo pueblo alcarreño, que durante años permaneció ignorante a dicho acontecimiento. En otro de sus recoletos molinos compuso durante decenas de años sus obras el pintor y escultor guadalajareño Francisco Sobrino, tal vez el más internacional de nuestros artistas vivos. Sus creaciones, con depurada técnica constructiva, se pasean por los museos de medio mundo mostrando sus líneas futuristas y cibernéticas. El sosegado valle del Badiel sirve por igual a los amantes del paisaje como a los revolucionarios de las formas y la estética. Los caminos del arte son interminables.
A escasos metros de Utande el valle se ensancha dejando el pueblo de Muduex en el centro de su fértil vega. Según los libros, calceteros y mudejos son los habitantes de este pueblo que conserva en su topónimo la presencia musulmana. Muduex es una adaptación de la forma mozárabe que alude a los mudéjares, musulmanes que acataron la religión cristiana y permanecieron en España tras la Reconquista. Restos de esta cultura mudéjar, tan abundante en nuestra provincia, quedan en la torre de su iglesia.


En tiempos, el pueblo tuvo unos famosos bosques de roble y encina, de los que aún conserva buena parte en el llano, muy usados para la elaboración de carbón vegetal. Fue el municipio más poblado en los márgenes del Badiel y a pesar de los pesares de los años cincuenta y sesenta, conserva numerosas plazas y casonas que denotan su grandeza.
El devenir de las aguas nos lleva a Valdearenas, desde su independencia del común de Hita en el año 1630, siempre fue un villazgo famoso por sus olivos y por sus huertas. En su parte alta permanecen las ruinas de lo que fuera una bella iglesia del siglo XVI demolida en los años sesenta de este siglo para ser reconstruida. El dinero no llegó y el tiempo acabó convirtiendo el templo en una ruina. Algo más abajo hay una monumental fuente del siglo XVIII en forma de copa, con cuatro caños y agua abundante.
Pero si hay un referente histórico común entre los pueblos que conforman el valle del Badiel, ése es sin duda el mojón de Hita. Abrazada a la cintura de un cerro casi perfecto, a modo de anfiteatro, esta villa sirvió de límite entre los pueblos arévacos y carpetanos. De entonces para acá, la historia se ha ido ensanchando, como los campos que se divisan desde lo alto del cerro, hoy coronado por las ruinas del que fuera un noble castillo. Si os encontráis con fuelle os aconsejo la ascensión hasta lo más alto, las vistas son únicas.



Fueron los árabes quienes levantaron la primitiva atalaya, pasando después a ser uno de los bastiones más firmes del reino castellano, tras la Reconquista. Los Orozco y después los Mendoza fueron dilatando su señorío que llegó a contar con numerosas extensiones por toda la Campiña, llegando hasta las inmediaciones de la sierra. En tiempos del marqués de Santillana se alzaron las murallas, de las cuales se conservan lustrosos paños y un arco de entrada apuntado que luce las armas de sus mentores.
Hita recuerda 500 años después su gloria medieval, recreando las justas y torneos de los caballeros castellanos en un festival declarado de Interés Turístico y al que acuden miles de espectadores año tras año. En la fiesta, con todos los protagonistas vestidos de época, se rememora la figura del personaje más ilustre de la villa, el avispado Juan Ruiz, famoso Arcipreste y autor de uno de los libros más deliciosos de la literatura medieval. "El libro de Buen Amor". Guiados por la mano sabia de Manuel Criado de Val, el próximo sábado 6 de julio, un grupo de actores no profesionales interpretarán una pieza teatral compuesta para la ocasión por el prestigioso profesor y estudioso de esta tierra.


Sin dejar el término de Hita, nos encontramos con el monasterio benedictino de Sopetrán. Su primera construcción se remonta al siglo VII y hasta la desamortización del XIX, cinco fueron las veces que se reconstruyó. La última de ellas en el año 1372, siendo arzobispo de Toledo Gómez Manrique, quien dotó al monasterio con los pueblos de Heras, Torre y las tercias portificales de Trijueque, Muduex y Valdearenas. Tras un silencio de siglos, con las ruinas acechando este pedazo de historia, los benedictinos volvieron al monasterio esporádicamente  y comenzaron la restauración de parte del edificio y de las dependencias anejas donde se instaló una hospedería. Hoy todo permanece cerrado por culpa de la crisis.
Junto al monasterio, ya en término de Torre del Burgo, se encuentra una ermita bajo la advocación de la Virgen de Sopetrán, patrona del municipio. Dentro de sus muros se conserva un manantial de agua con fama de tener propiedades curativas y milagrosas. En él, todavía se bañan en el mes de septiembre los herniados venidos de todos los rincones de la península. A la puerta del templo, de otra fuente nacida de unas fallidas prospecciones de uranio, mana agua desde una profundidad de más de cien metros. La ausencia de cal y sus finas propiedades la convierten en tesoro codiciado por lugareños y domingueros, que hacen colas para recoger agua suficiente para toda la semana.


Desde Sopetrán el Badiel corre próximo al Henares, pero antes de juntarse a su cauce, riega la fértil vega del pueblo de Heras de Ayuso. Lugar de paso de la vía romana que unía Mérida con Zaragoza. El pueblo de Heras estuvo siempre ligado a los Mendoza, pero últimamente está unido a uno de los reyes de la gastronomía de esta vega: el espárrago verde. No lo digo yo, entre las orillas del Henares y el Badiel se cría el mejor espárrago verde del mundo, reconocido en los mercados españoles y solicitado por numerosos restaurantes. La temporada de recogida de esta esmeralda erecta, prácticamente ha terminado este año, pero todavía pueden comerse frescos, tersos y muy sabrosos espárragos en los restaurantes de Hita,  Muduex o Almadrones, tres pueblos con locales recomendables para probar, a buen precio, esta joya de la vega del Badiel, acompañada de una buena carne de cordero.



Y aquí acaba nuestro viaje gastronómico de hoy por la provincia de Guadalajara.  En Heras, el Badiel se deja caer en los brazos del Henares, que henchido y lozano cruzará los muros de la capital de la provincia, camino de las inmediaciones de Madrid.

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martes, 11 de junio de 2013

De ollas, marrana, actores y monjes

El director de cine José Luis Cuerda recordaba hace unas semanas, en su página de twitter, con motivo del fallecimiento de AlfredoLanda, una pregunta que le hizo el actor mientras rodaban “La marrana”: ¿José Luis, verdad que soy el actor que mejor come y habla al mismo tiempo?”. Cuerda le contestó que sí, que no conocía a nadie que fuera más feliz hablando y comiendo a la vez, y que lo hiciera con tanta facilidad y soltura. Comer y charlar maridan bien si se tiene apetito de ello.
Landa era un hombre que se entusiasmaba con la comida, con la buena cocina. Tuve ocasión de coincidir con él una vez en un restaurante de Villanuevade la Torre. Una asociación gastronómica le entregaba un premio, sabedores sus miembros de lo buen comensal, y lo agradecido que era Landa.  Hace ya muchos años de esto, pero recuerdo como si fuera ayer, que según iba degustando un cocido, el gran actor no paraba de contar anécdotas, de poner a parir a los políticos y de elogiar a la buena gente llana y sencilla que disfrutaba, como él, de la buena mesa y la charla entre amigos. No se me olvidará aquella cena, en la que yo iba de plumilla entrevistador. Por cierto,  le hice varias preguntas a los postres,  según se comía una macedonia de frutas, y puedo aseguraros que no fue nada frugal en sus respuestas. De entre todas ellas, recuerdo una frase que pertenece  al guión de “La marrana” y que la he llevado conmigo el resto de mi vida profesional: “Lo que uno ve tiene más tamaño cuanto más te acercas, lo que uno desea es mayor cuanto más lejos está”.

Mucho tiempo después de aquel cocido, también disfruté de una cena larga y amena en Hita, con uno de sus grandes amigos, José Sacristán, el tipo más divertido que conozco. Pero esa será otra historia que tendrá su espacio en este blog.
El caso es que el bueno de Alfredo Landa no le hizo ascos a un buen cocido, aunque fuera para cenar. En Guadalajara se comen buenos cocidos en muchos restaurantes. De hecho, la mayoría de las casas que se dedican a dar menús en la capital, le dedican un día a la semana al padre de todos los guisos, que sólo tiene un ingrediente imprescindible:  tiempo. Si además se dejan cocer las legumbres, la hortaliza y la carne de pollo, cerdo y ternera junto a la lumbre, en puchero de barro, entonces ya estamos ante un cocido de usía, de los de antes. No voy a citar establecimientos, para que no se me enfade nadie, pero larga fama tuvieron los cocidos de Casa Víctor, en la calle Bardales y los del viejo Casino, años ha… Tanto era así, que competían en gusto y sabor con los de Alcalá de Henares, e incluso con los de La Bola en Madrid, o al menos eso me cuentan algunos de los fieles que bajaban de los pueblos a la capital alcarreña sólo para degustar una buena olla.

No hay una receta estricta para un buen cocido. El contenido varía según el cocinero, la comarca… y el dinero que se tenga para echarle viandas al agua. Su madre, la olla podrida, era uno de los platos principales y más versátiles del Siglo de Oro. Por proximidad, aquí nos ajustamos más o menos a los ingredientes madrileños, que Lope de Vega puso en verso en su obra El hijo de los Leones:
Me conformo con la olla:
píntame el alma que tiene.
Buen carnero y vaca gorda,
la gallina que dormía
junto al gallo más sabrosa
que las demás, según dicen (…)
Tiene una famosa liebre
que, en esta cuesta arenosa
ayer mató mi Barcina,
que lleva viento en la cola;
y tiene un pernil de tocino
quitada toda la escoria
que chamusqué por San Juan (…)
Dos varas de longaniza,
que compiten con la lonja
del referido pernil,
y un chorizo y dos palomas (…)
Y sin aquesto, Joaquín,
ajos, garbanzos cebollas
tiene y otras zarandajas (…)
Eslava Galán en su obra Tumbaollas y hambrientos, da como probable que la olla podrida, nuestro actual cocido, surgiese de la mezcla de dos guisos. Uno, pobre: el puchero medieval (sopa de hortalizas, legumbres y carne cuando la había) “que se mantenía todo el día en evolución lenta, a fuego de granzas u hojas prensadas, y al que se iban agregando los materiales disponibles sin solución de continuidad, sobre los restos de la comida anterior”. En cuanto al otro antecesor sería la adalfina judía “convenientemente cristianizada mediante adición de cerdo”, en esencia guiso de carne con hortalizas, y no de hortalizas con carne, como el anterior, porque en esto de la cocina el orden de los factores sí altera el producto.
Sea cual fuese su origen, el caso es que la olla, “deconstruida”, eso sí sin aspavientos, en nuestro actual cocido, era uno de los platos preferidos de Alfredo Landa, actor que estuvo en Guadalajara en más de una ocasión, pero que hoy traemos a colación por su afición a la buena mesa y porque en nuestra provincia, y concretamente en la ruta que hoy vamos a recorrer, rodó junto a José Luis Cuerda y Antonio Resines la película “La marrana”.

Hoy os propongo un recorrido por la orilla del río Jarama, un río que aunque nos suena como de Madrid, recorre durante más de cien kilómetros la provincia de Guadalajara. Arrancaremos en el puente nuevo sobre el río que cruza la carretera que, desde Puebla de Valles lleva a Valdesotos. A mano derecha, antes de cruzar el río, sale un camino que sigue orilla adelante, aguas arriba. Allí dejaremos el coche y echaremos andar durante 50 minutos hasta llegar a las ruinas del monasterio de Bonaval.

 ¡Que no se asuste nadie! El camino sale de la carretera, en el puente nuevo que cruza el río, ya está dicho, a unos 40 kilómetros de Guadalajara y menos de 100 de Madrid, vamos, a tiro de piedra. Y de andar, una hora de ida y otra de vuelta, yendo despacio y por un sendero facilito, facilito. ¡Se me olvidaba! Si queréis, antes de coger el camino, río arriba, podéis ir andando por la carretera, cruzar el río y os encontraréis a cien metros un puente medieval de piedra, a mano izquierda. Una joya arquitectónica que Landa y Resines cruzaron más de una vez con la marrana del ramal, mientras Cuerda les gritaba: ¡Corten, otra vez!

Volvamos atrás, cojamos la senda que nos lleva por la orilla del río y nos adentraremos en un cañón estrecho, de altas paredes, mientras escuchamos, bajo nuestros pies, a veinte metros, el transcurrir del agua. La maleza nos va a impedir ver el agua, salvo en contadas ocasiones, pero lo que sí  podremos es disfrutar de un paisaje único que nos traslada a seiscientos años atrás. Una senda del tiempo por la que los monjes del monasterio de Bonaval transitaban para acercarse a las aldeas vecinas y abastecerse de productos para su olla.

Quejigos, robles, encinas, bog y algún que otro tejo flanquean nuestra caminata, mientras contemplamos sobre nosotros las paredes horadadas por los nidos de los pájaros y adornadas con los chorretones de sus excrementos. De fondo, escuchamos el piar de los pájaros y el rumor del agua del Jarama que nos acompaña, a nuestra izquierda, durante todo el camino. 

Cuando se abre el valle, y la senda se acerca a la altura del río, nos encontramos de golpe con una de las ruinas más hermosas de la provincia de Guadalajara: el monasterio de Bonaval, donde se retiraban a morir los monjes cistercienses. Un edificio del siglo XII, de estilo gótico, que se ha ido degradando con el tiempo y con la rapiña del hombre. Hasta hace poco podía recorrerse su interior, hoy, por motivos de seguridad, la ruina se encuentra vallada, pero su encanto sigue vivo. El reloj de sol, algunos arcos ojivales y su hermoso ábside pueden verse casi intactos…, el resto es ruina. Una ruina que hace poco hemos podido ver en un capítulo de la última entrega de la serie “Águila Roja”.



Unos metros más abajo, el Jarama pasa tranquilo e invita a refrescarse los pies. Desde allí tenemos dos opciones, volver por donde hemos  venido, o acercarnos al pueblo de Retiendas, a veinte minutos a pie. Allí nos podemos tomar una cerveza en el bar y ver la iglesia parroquial, antes de volver a por nuestro coche, junto al puente de la carretera de Valdesotos. 

Una recomendación. Si paráis en Puebla de Valles parar en Casa Mateos, siempre tiene en la sartén  productos de temporada, unos culebros amargos (espárragos zarzeros), setas, algo de caza o unas buenas hortalizas del huerto. Tomaros un vino y preguntad, no tenéis nada que perder, si acaso lo contrario.

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martes, 4 de junio de 2013

Salteado de Botargas y Mascaritas

¿Os imagináis un lugar en el que muchos días al año duerme más gente en el hotel rural que en todas las casas del pueblo?¿Un lugar donde el color en forma de máscara y el ruido irrumpen un día al año desde las montañas en un culto a la madre tierra? Pues ese homenaje a la paz, al silencio roto un día al año por la tradición está en la provincia de Guadalajara, a escasos cien kilómetros de Madrid, vamos a tiro de piedra, y el sitio se llama Almiruete, aunque se me vienen a la cabeza algunos pueblos más… Guadalajara tiene estas cosas.




La ruta que proponemos hoy nos lleva a la falda del Pico Ocejón. Un apéndice de la sierra de Ayllón donde se resguardan un ramillete de localidades que tienen en común el color de sus fachadas y tejados: el negro. Son los Pueblos Negros o Pueblos de la Arquitectura Negra, cuyas casas se diluyen en el paisaje. Como todo el mundo sabe, o debería de saber, estás viviendas están construidas de pizarra, y forman una ruta conocida y muy visitada que recomiendo, pero que no encaja con el sentido de este blog. Desde estas líneas apostamos por el detalle, por ese rincón y esa visita que nos aporte algo poco habitual. Por eso no hablo en esta ocasión ni de Campillo de Ranas, ni de Valverde de los Arroyos ni de Majaelrayo, las “capitales” de la Sierra Negra. A cada uno de ellos volveré por separado. Hoy vamos a detenernos en Almiruete, un pueblo de fachadas de piedra, pero no de pizarra, al que se llega por buena carretera, como podemos comprobar en el mapa a pie de página.


 Que nadie piense que Almiruete es una localidad por descubrir. Muchos otros la vieron antes. Personajes conocidos como Miguel Bosé, Jaime de Armiñán o Elena Santonja fueron pillados con las manos en la masa recorriendo estas calles y durmiendo en las casas que adquirieron en propiedad. Almiruete se presta al descanso del guerrero y a la mimetización con el paisaje. Hasta aquí no llegan las miradas molestas ni el acoso de los paparazzi, esto es otra cosa, aquí se viene a descansar y a disfrutar. Desde Almiruete uno puede organizarse la jornada con una interesante ruta senderista por los alrededores, visitando el Chorrerón, un salto de agua de más de cinco metros de altura, no es mucho, pero es precioso; subir a la Cabeza de Almiruete, desde donde se ve una de las vistas más hermosas de la falda del Ocejón, o acercarse hasta la Peña Blanca o a la ermita de los Enebrales en las inmediaciones de Tamajón. Los hay que incluso, con fuerza, valor y buenas viandas se atreven hasta subir al Pico Ocejón… Pero eso es mucho decir. Se tome el camino que se tome, incluso el del coche para dar una vuelta por el resto de los pueblos de alrededor, hay tres cosas que yo recomiendo hacer cuando llegues a Almiruete: pasear todas las calles del pueblo, visitar el Museo de las Mascaritas y comer la carne y la verdura del Restaurante El huerto del abuelo.


 Vamos por partes. Las calles de Almiruete están en cuesta, son desiguales en su forma y, por supuesto, no están hechas para pasear ligero. Por sus hechuras, se ve que están pensadas para ir despacio, entreteniéndose en mirar aquí y allá… Fijándonos en ese gato que dormita sobre el alfeizar de una ventana, en aquella puerta de madera de sabina que tiene más arrugas que la cara de un serrano, huellas de sabiduría y verdad…. O en ese huerto que se abre hueco entra la fachada de una casa y el barranco que mira al valle. Almiruete es un pueblo que huele a pueblo, sobre todo en invierno cuando humean las chimeneas… O ahora, en primavera, que la jara está blanca y mancha de flor de nieve las laderas del Ocejón, haciendo que todo se impregne de campo. En Almiruete, el sábado de Carnaval, un grupo de hombres y mujeres del pueblo se visten de blanco y, tapándose el rostro con una máscara, recorren las calles del pueblo. Ellos son Botargas, ellas Mascaritas.






A su paso por las casas, procedentes de la montaña, hacen sonar unos enormes cencerros, llamando a los vecinos a congregarse en la plaza, donde descargan una gran cantidad de pelusas blancas y papelillos, que no son otra cosa que el símbolo de la fertilidad de la tierra, como anuncio de una primavera que no tardará de llegar. Una tradición milenaria que sigue viva gracias al empeño de un pueblo que sabe que esta fiesta, declarada de Interés Turístico en los años ochenta del pasado siglo, es uno de los principales reclamos para el turismo, una oportunidad para que otros conozcan como son las gentes de la sierra. A lo largo de los años, se han elaborado cientos de caretas que poseen un denominador común: tienen que estar confeccionados con productos naturales: troncos de árbol, piedras, hojas secas, huesos… la imaginación no tiene límites. Con todas esas obras de arte popular, junto a imágenes, vestidos y utensilios usados por los protagonistas del Carnaval de Almiruete se ha elaborado un Museo. Está hecho y pensado con gusto, alma y rigor, puede visitarse los sábados, aunque si algún día vais y lo encontráis cerrado no dudéis en pedir la llave, que siempre habrá algún vecino dispuesto a enseñároslo encantado. ¡Hacedlo, merece la pena!




Pero Almiruete no sólo huele a campo, también sabe a campo. Desde el año 2003, año en que se abrió el Hotel Spa Restaurante “El huerto del abuelo”, quienes visitan Almiruete pueden comer, y comer bien, en un local que, con un enorme sacrificio abre todos los días del año. En casa de Alberto la gente no sólo acude a descansar, a relajarse y a inyectarse naturaleza en vena, sino que cada vez está siendo más conocido por su filete de ternera en salsa de boleto. Carne de la sierra, de aquí al lado, de Guadanorte, y boletos cogidos en Almiruete y los pueblos de alrededor, todo natural, todo con sabor a sierra. Si a eso le añadimos un salteado de verduras del huerto o unas setas en temporada, unas croquetas de jamón, unas migas de pastor hechas al estilo de Almiruete y una tarta de queso o un bizcocho borracho casero, estaréis conmigo en que la ruta que os propongo hoy es toda una tentación. 
Comer y viajar por Guadalajara tiene estas cosas, donde menos te lo esperas salta la Botarga!

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