miércoles, 18 de diciembre de 2013

Ocejón, el balcón de los balcones



“Arándano, tejo, quejigo y sobre todos ellos el dios Ocejón. Dos mil metros de piedra negra, vigilando el macizo de Ayllón, que sirven de frontera entre tres provincias, tierra de corderos, corzos y gorrinos. En las invernales canas del Ocejón un Dios niño reposa sobre la cumbre velando todo un año por nuestras conciencias. A sus pies, entre arroyos y pinares, coquetea el Sorbe; chorreras y pimplones salpican sus aguas picaronas haciendo del joven adolescente un río mozo. Ya será casi un hombre al dejar la sierra”.



Me cito, es lo que tiene coger cierta edad y haber andado tanto por estas tierras de Guadalajara. Me gusta aquello que escribí hace unos años sobre la madre de todas las rutas: el ascenso al Pico Ocejón,  por eso me pongo un pelín pedante.



Como os podéis imaginar, la ruta de hoy es apta sólo para personas con un buen estado de salud, aunque tampoco hay que ser un atleta, ni mucho menos. Además siempre aconsejo lo mismo, cuando uno ya no disfruta del paseo se para, observa el paisaje, descansa y da marcha atrás. Pero hoy quiero hablar del Ocejón porque este domingo, las buenas gentes del Club Alcarreño de Montaña con mis amigos Ángel de Juan, que me ha prestado la mayoría de las fotos, y Pepa, subirán un año más al Pico Ocejón, oirán una Misa e instalarán un Nacimiento testimonial en recuerdo de los amigos montañeros que ya no están. No podré acompañarles esta vez pero lo he hecho en otras ocasiones.




Encontrar hueco en el autobús que fleta el Club Alcarreño de Monataña suele ser complicado porque se llena con mucha antelación, pero podéis intentarlo. Si os acercáis por vuestra cuenta hay que madrugar. Os aconsejo que empecéis a subir entre las 9 y las 9,15 de la mañana. No estaréis solos y el ascenso, calcular unas tres horas, lo marca un buen grupo de animados montañeros que van cantando según ascienden y mientras les dura el resuello. Se puede subir desde Valverdede los Arroyos o desde Majaelrayo. Desde Majaelrayo sube más gente, el camino está más animado y, para algunos, es menos duro… La experiencia me dice que se llevan poco los dos recorridos.



En la región hay picos más altos, más aireados y de mejor estampa, pero el Ocejón es el señor de Guadalajara y eso nadie se lo puede discutir. Por él suben los montañeros que quieren bautizarse en caminos y escaladas, o simplemente aquellos que pretenden ver la vida desde otro punto de vista. En invierno permanece nevado durante varios meses. Ahora lo está, por lo tanto es obligatorio echarse unas buenas botas y ropa de abrigo. Tiene una altitud de 2.048 metros y, como todos los mitos, tiene su propia leyenda.



Cuentan que una madre tenía tres hijos que siempre andaban a la gresca. Se pegaban continuamente sin que ella pudiera hacer nada. Un buen día, la madre se hartó de tanta fiereza y decidió convertirlos en montañas, de forma que pudieran verse, pudieran hablarse a través del viento, pero nunca se tocaran. Estas tres montañas son el Pico Ocejón, la Sierra del Alto Rey situada algo más al norte, a 25 kilómetros en línea recta, y el Moncayo, ya en la provincia de Zaragoza. La majestuosidad de estas tres grandes montañas ha despertado durante siglos la imaginación popular.

 

Es hora de ascender. Según lo hacemos se van cubriendo etapas bien marcadas: Peñas Bernardas, Ocejoncillo, el Nevero y después el Pico, con su choza preparada para el Belén, que mañana servirá de altar, y el monolito que nos indica el valor cartográfico y estratégico de esta montaña.
Desde lo alto del Pico Ocejón se ve toda la provincia de Guadalajara y parte de la de Soria, Segovia y Madrid, incuso de Zaragoza si se tienen buenos prismáticos. Debajo se ven, como manchas esparcidas por los valles, todos los pueblos de la Sierra Negra.



Hacia el este, Valverde, con sus arroyos y sus turistas; junto a él Zarzuela y Umbralejo,  un pueblo que estuvo muerto para siempre y que ahora está vivo a ratos, a veces y a destiempo. Tras él se nos encara Almiruete, rodeado de senderos, laderas y árboles de encopado ramaje.  A lo lejos se ve Tamajón, considerada la capital de la comarca del Ocejón. Si agudizamos la vista veremos entre enebros y peñascos la ermita de la patrona de la localidad: la Virgen de los Enebrales. Ya destruído, puede verse a las afueras del pueblo el convento de franciscanos que estuvo en pie hasta la Desamortización de Mendizábal en el siglo pasado.

Si desde el Pico nos asomamos hacia el oeste vemos que una carretera cruza el valle y pasa cerca de un ramillete de pueblos levantados con piedra de pizarra: El Espinar, Campillejo y Campillo de Ranas. Bajo nuestros pies se encuentra Majaelrayo, de donde hemos partido. Por su situación es, junto a Valverde de los Arroyos y Campillo de Ranas, uno de los puntos turísticos preferidos por las gentes que se acercan a saborear los paisajes de la Sierra Negra. Aunque algunas de sus casas han perdido, por dejadez, el carácter típico de la vivienda de pizarra que se ve en localidades como La Vereda o Campillo, sigue siendo bella.



Al mirar hacia Majaelrayo, si nos fijamos bien, se ve que parten dos pistas, una de ellas asciende al Puerto de La Quesera, atravesando el parque natural de Sonsaz, cruza por las crestas de la serranía de Ayllón y en su recorrido ofrece unas vistas impresionantes. Desde allí se llega al límite con la provincia de Segovia, concretamente a Riaza, pasando previamente por la estación de esquí de La Pinilla. Son algo más de treinta kilómetros desde Majaelrayo, que recorreremos en otra coasión.



Además de un buen número de pueblos, desde el Ocejón se ven ríos, pantanos, ciudades y los reflejos de los rascacielos de Madrid a lo lejos. Es la vista más hermosa de toda la provincia de Guadalajara y bien en una mañana clara de invierno, bien en el comienzo de la primavera, cuando el calor todavía no levanta la bruma, es una asignatura pendiente de cualquiera que pretenda sentir en toda su grandeza la belleza y la diversidad de esta provincia.




Tras el éxtasis nos toca bajar. Son casi dos horas y media de caminata. Recomiendo hacerlas despacio, sobre todo al principio. El suelo es algo resbaladizo en este tiempo y las rodillas acaban resintiéndose. Hay que mirar al suelo por seguridad pero, de vez en cuando, hacedme caso, levantad la vista y disfrutad del paisaje, es un consejo. Cuando menos lo esperemos hemos llegado y toca echar un trago de agua en la fuente, una cerveza y comer en el Mesón Jabalí de Majaelrayo, donde se come buen cabrito, buen cordero y un excelente chorizo casero. Os recomiendo calentaros en su lumbre, que siempre está encendida y disfrutar con su cocina sencilla, pero muy serrana e ideal para reponer fuerzas. También se come dignamente, e incluso más que dignamente, en los restaurantes de Valverde de los Arroyos, Campillo de Ranas o Campillejo. Es un día de mucha afluencia de público y toca comer donde se encuentre hueco. Llamad antes y ánimo que, aunque cuesta, El Pico Ocejón se acaba subiendo.
¡FELICES FIESTAS! Nos vemos con nuevas rutas el día 8 de enero.


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martes, 10 de diciembre de 2013

Herrerría, el monte de piedra



Hay ocasiones en las que el camino nos sorprende, empezamos a andar sin saber muy bien qué nos encontraremos a nuestro paso y de pronto asistimos a un espectáculo único. Me pasó en Balbacil cuando descubrí el Regatillo y en Baides al pasear por el Museo del Ferrocarril al aire libre, camino de la estación. Pero otras veces es al revés, sales en busca de un rincón único, con una referencia precisa y te encuentras con que de lo dicho apenas queda nada. Eso sí, siempre, siempre merece la pena el viaje y en ocasiones es más reconfortante que la meta en sí. Os cuento.


Tenía noticia de que por las inmediaciones de Molina de Aragón existía un bosque petrificado, un paraje donde los fósiles eran tan abundantes que los había incluso de troncos de árboles completos. Sin duda era excusa más que suficiente para recomendar una visita a un pueblo, Herrería, que cuenta con un poblado celtíbero visitable, un pequeño parque arqueológico que nos enseña cómo vivíamos hace 2.600 años.
Herrería se encuentra a una hora aproximadamente de Guadalajara por la N-211, es decir, la carretera que desde Alcolea del Pinar lleva hasta Molina de Aragón y después se adentra en Teruel. El pueblo está al pie de la carretera y El Ceremeño, que así se llama el cerro en el que se encuentra el poblado, a mano derecha, a cien metros de la última casa.



Por supuesto, antes de echar a andar en busca del bosque de piedra, recorremos el recinto de este yacimiento arqueológico, descubierto hace 30 años, que reproduce un poblado del año VI a. de C. Aconsejo leer los paneles informativos a medida que andamos entre las calles, para sacar el jugo a esta visita. Aprendemos cómo se distribuían las viviendas de manera ordenada y eficiente para protegerse del frío o del calor y ganar en seguridad, toda una lección de vivienda sostenible, hoy tan de moda. Nos sorprende la perfecta delimitación de la muralla que protegía el poblado y la orientación de las entradas y salidas del recinto, perfectamente pensadas para evitar sorpresas. Interesante visita pues, que se completa con un pequeño centro de interpretación situado en un local del Ayuntamiento, que no siempre está abierto, pero que preguntando por los responsables municipales no suele haber problema para visitarlo. Herrería es un pueblo pequeño y todo está a mano.


Pero es hora de dejar El Ceremeño, cruzar la carretera y encaminarnos hacia el monte de pinos y sabinas que rodea el pueblo por la parte norte. Nos acompaña Esteban, un vecino ya jubilado que ha trabajado toda su vida en el campo. La resina, la labor, el ganado y la mina han sido sus ocupaciones desde que se vino de Barcelona, a donde fue en busca de una vida que al final le decepcionó y le obligó a regresar. Si alguien se conoce bien el término de Herrería ese es Esteban y, para corroborarlo, nos acompaña su hermano Bernardino, su mayor valedor. Con ellos recorremos un monte hermoso, que durante 5 kilómetros de camino por una pista forestal, nos llevará a nuestro destino.





Es curioso comprobar cómo árboles y rocas se han ido acomodando unas a otras a lo largo de los siglos. Los caprichos de las piedras areniscas por estos montes son un regalo del que sólo se puede disfrutar caminando entre los pinos y las sabinas. Esteban nos señala los parajes: La Piedra del Rancho, Los Peñones… el Pino del Sacristán… que no llegamos a ver porque está inaccesible, pero que es el único que se libra de las talas por respeto a un viejo servidor de la iglesia.


Caminar con un guía como Esteban es un lujo. Se conoce cada palmo del terreno, distingue la sabina, alta, arrugada y con su copa en forma de llama, del “sabinejo romo”, más sencillo y retorcido, pegado al suelo, buscando el resguardo. Llevamos una hora andando y no nos hemos dado cuenta escuchando a Esteban, que nos señala ahora el paraje donde se estrelló hace unos años un avión militar en el que murieron siete personas. Un trágico accidente que alteró durante varios días la vida apacible de las gentes de Herrería y de los pueblos de alrededor. Sin avisar, nuestro Cicerone se para y nos señala en el suelo lo que fue un cepellón de árbol hoy convertido en piedra.



No hay que tener mucha imaginación para comprobar que lo que hoy es roca fue en su día un árbol, pero está muy deteriorado. Nuestros acompañantes nos dicen que la mano del hombre ha sido agresiva con este paraje, que no hace mucho tiempo había más troncos enteros, pero que se los han ido llevando los vecinos y los que han venido de fuera, de manera que hoy sólo queda un referente difícil de arrancar, pegado al suelo como un emblema de lo que fue en su día un bosque petrificado.
No puedo disimular mi decepción, no por la visita, el paseo ha sido una delicia que recomiendo, sino por la necedad del ser humano, capaz de acabar con obras insustituibles que han tardado miles de años en hacerse. No tenemos remedio.



Durante el camino, Esteban nos ha hablado de una mina de oro, plata y sobre todo hierro, en la que él estuvo trabajando, la que sin duda ha dado nombre al pueblo. Está a un kilómetro escaso de donde nos encontramos, monte arriba, y nos decidimos a visitarla. Los edificios que formaban la mina están en ruinas, el paraje, desolado tras siglos y siglos de explotación minera. Ahora sólo quedan unos cuantos agujeros en el suelo, bocas de minas peligrosas y profundas, y un mirador natural hacia la sierra molinesa que justifica la visita.


Tras darnos un baño de paisaje regresamos al pueblo, ya cuesta abajo, con idea de ir a comer a Molina de Aragón. La oferta gastronómica de Molina de Aragón es variada y, salvo excepciones, se apuesta sobre seguro. La Ribera, El Castillo o Marisquería Rafa, son locales recomendables, cada uno en su estilo, todos con una cocina muy de la zona, de productos de temporada y raciones generosas. El Castillo ofrece una cocina más elaborada pero ajustada en cuanto a calidad y precio. Hoy nos detenemos en El Catacaldos, un antiguo convento de monjas Ursulinas rehabilitado con gusto y con un comedor muy agradable, además de una amplia zona de barra para tapear.




La cocina es variada, según la época del año, pero la carrillada de ternera, el paté, los productos de caza y lo postres caseros no faltan nunca. Hinqué el diente a una carrillera de ternera y os puedo asegurar que fue el colofón de una jornada excelente por tierras molinesas. Venid y probad.


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miércoles, 4 de diciembre de 2013

Al pan, pan y al Hundido, ruido




Hay  ocasiones en las que uno, por un trozo de pan, sería capaz de remover el mundo. En el país vecino, el pan fue el detonante de la Revolución Francesa del siglo XVIII, que cambiaría el rumbo de la historia, y en Italia, la base de una “guerra” que sustentó a la economía fascista durante dos décadas.
La ruta de la que vamos a hablar no la hice en busca de pan,  tiempo habrá de salir a encontrar esos viejos hornos dispersos por la geografía provincial. No fui en su búsqueda, lo reconozco, pero me encontré con él y me di cuenta de que pocos alimentos complementan mejor con todo, incluso con un paseo, como un buen trozo de pan.


Después de pasear durante algo más de dos horas por las orillas del río Tajo, os puedo asegurar que encontrarse con un restaurante que sirve pan de leña, de los de antes, de los que aún conservan parte de la ceniza y la carbonilla en su base, es un placer indescriptible.


El que me llevé a la boca el pasado domingo en Sacecorbo, después de olerlo en un ritual obligado, era dúctil como un muelle, de miga blanquecina y densa y con la corteza parda, no rubia. Era un pan, pan, y de un bocado se convirtió en protagonista del viaje.



Si a un gallego se le pregunta dónde está el secreto de un buen pan, nos dirá que en la silla. Es decir, en el tiempo que llevan la elaboración de la masa, la fermentación y la cocción. Para eso, los hornos de leña no tienen rival.  El del Hostal La Hoz de Sacecorbo  se calienta, y una vez encandilado, tan pronto se asa en él un cordero, como se cuece una hornada de pan o se hornean unas tortas. Estos hornos tan antiguos como el hombre, son una especie a extinguir y unas joyas de la gastronomía que hay que mimar por el bien de la humanidad. Si me permiten, yo los declaraba “patrimonio mundial”.


Pero no debo dejarme llevar sólo por dos sentidos, ¡cómo sabe y cómo huele el pan recién cocho! Insisto, no es de recibo caer en la tentación de acercarnos al Parque Natural del Alto Tajo y olvidarnos de dar rienda suelta a los otros tres sentidos corporales, que nos serán muy necesarios para disfrutar, como se merece, de esta ruta. Agarremos pues la garrota con las manos para que nos transmita la verdad de la tierra; disfrutemos del espectáculo visual de las hoces del río y gocemos con el sonido del agua embravecida que baja hasta la Alcarria.


Quien no ha visto el Hundido de Armallones no conoce el Alto Tajo. El Salto de Poveda de la Sierra, las inmediaciones del Puente de San Pedro o el entorno de la Herrería, en Peralejos de las Truchas, son, entre otros muchos parajes, rincones imprescindibles de este Parque. Pero si tengo que elegir uno, me quedo con el Hundido. Bien acercándonos a la orilla desde el mirador de Armallones, bien desde el pueblo de Ocentejo, la ruta que hoy os propongo es un espectáculo.



De Guadalajara a Ocentejo hay 90 kilómetros de distancia, una hora, a la que hay que añadir media más si se acerca uno desde Madrid. Obligatoriamente hay que pasar por Cifuentes y allí tomar la carretera que, por Canredondo, se desvía después hacia Sacecorbo y baja hasta Ocentejo. En la plaza dejamos el coche y tomamos el camino, perfectamente señalizado, que nos baja al río. Caminamos ya entre huertas y frutales por una pista de tierra que tiene por acera una acequia con la que se regaba la tierra.




Según nos acercamos al agua, el paisaje se nos echa encima, como si intentara acorralarnos. Lo que al principio era una mancha verde de pinar coronada con una cresta de piedra, se ha convertido de pronto en un talud, en un tajo violento en el que apenas pueden sujetarse los pinos, que se agarran a las piedras con sus nervosas manos huesudas. El ruido del agua acompaña la escena con una banda sonora  que suena a bronca. Es invierno y el río baja con prisa. Inmerso en su algarabía de voces se estampa contra las rocas, que el tiempo ha ido arrastrando al cauce y dificultan el paso del agua, produciendo un eco distante. El Hundido de Armallones es naturaleza en estado puro, salvaje, hiriente, desgarradora.



A pesar de estar ya en diciembre, o tal vez por serlo, la luz es clara, oxigenada,  casi se respira. La cámara de fotos agradece los rayos de sol, lo suficientemente altos, para no molestar, y distantes para no quemar el paisaje. El Hundido está solitario, el agua no deja que esté silencioso. En nuestro recorrido nos encontramos con Lourdes y Pedro, una pareja de navarros que llevan unos días recorriendo la provincia y dicen haberse quedado sorprendidos con la belleza del Hundido. Les invito a que lean este blog y conozcan otros rincones de la provincia de Guadalajara. Estoy seguro de que lo harán y volverán a vistarnos.







 Es hora de darnos la vuelta. Nos hemos acercado ya hasta el segundo mirador natural y se nos echa encima la hora de comer. Ya vale por hoy, aunque si esto fuera Galilea, más de uno construiría tres chozas.



En Ocentejo hay un restaurante, “Alegre”, pero está cerrado. Había oído hablar de que sus cocineros tienen buena mano e improvisan excelentes platos de temporada. No puede ser y nos acercamos hasta Sacecorbo: acierto pleno. Allí nos reencontramos con el pan de verdad, no insistiré, y con un asado más que digno, recomendable. Pero me vais a permitir que le rinda un pequeño homenaje a los torreznos. Si os acercáis no dudéis en pedirlos, están buenos hasta fríos. El Hostal La Hoz es un local sencillo pero cuidado, con sabor a sierra y un horno que invita a comer, sin duda el lugar ideal para reponer fuerzas y disfrutar de una comida alcarreña de las de toda la vida.




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miércoles, 27 de noviembre de 2013

Camino de la Granja, a golpe de espuela



Los caminos que llevan hasta los monasterios no defraudan, en estas páginas hemos podido comprobarlo en más de una ocasión. El entorno que escogían los frailes para levantar sus cenobios eran abundantes en agua, sombra y silencio, los tres ingredientes que más de mil años después, seguimos buscando quienes una vez a la semana huimos del mundanal ruido.


En la provincia de Guadalajara tampoco defraudan las ermitas, sobre todo las que son punto de encuentro de romeros y vecinos de varios pueblos de una misma comarca. Al ser edificios menores, el monumento no es nunca tan espectacular como un monasterio, pero el camino que conduce hasta la ermita sí lo es. Hoy vamos a acercarnos hasta la ermita de La Virgen de la Granja, un paraje singular, hermoso y cuidado al que acuden todos los años, en distintas fechas, vecinos de los pueblos de toda la Campiña. Aunque está ubicada en el término de Yunquera de Henares y los vecinos tienen la advocación como patrona de las fiestas principales del pueblo, los yunqueranos saben que esta ermita y esta Virgen no son sólo suyas. ¡Vistámonos de romeros!


Para comenzar a andar podemos tomar varios caminos. Desde Heras de Ayuso, el que baja hasta el río Henares y cruza por el Vado de las Carretas es una buena opción. Es el camino que tomaban los vecinos de este pueblo cuando iban a festejar a la Virgen. Son aproximadamente dos horas de agradable y fácil paseo. Pero hoy os propongo que lo hagáis desde Yunquera y aprovechéis para visitar la iglesia y el palacio de los Mendoza, dos joyas bien conservadas y cuidadas, verdaderos iconos de la arquitectura castellana civil y religiosa. Es como si en estos dos edificios se resumiese el catálogo monumental de la mayoría de los pueblos de la provincia. Pocos tienen un castillo o un monasterio, pero la mayoría cuentan con una iglesia digna y un palacete señorial: estandartes de los dos poderes que han marcado el devenir de nuestra historia.


La “dama de la Campiña”, así se conoce a la torre de la iglesia de San Pedro de Yunquera, se ve desde que salimos de Guadalajara (estamos a diez minutos de la capital) y si pasásemos de largo la seguiríamos viendo hasta introducirnos en la sierra. Esbelta y atenta, nos enseña sus adornos platerescos y renacentistas y su estampa del gótico tardío.


Bajo sus pies comenzaremos esta ruta que, camino del río, nos sacará del pueblo para adentrarnos en campos de labor, en su mayoría maizales, segados ya en este tiempo. La tierra de Yunquera es generosa. Tiene abundancia de agua y eso hace posible la existencia de juncos, que dan nombre al pueblo, de un regadío próspero que genera riqueza a sus gentes y la presencia de una vegetación de  chopos, álamos, sauces y fresnos, que flanquean el camino por el que avanzamos hacia La Granja.



Pasear en otoño por la provincia de Guadalajara tiene un valor añadido. Si el día está despejado no sólo podemos escudriñar las terreras de río a lo lejos sino que veremos de frente la sierra limpia y cercana. Es más que seguro que, en la hora escasa que dura nuestro paseo, escuchemos el sonido de la “Grande” (“Paño” la llaman algunos), de la “Serrana”, de la “Tabera” o de la “Virgen”, y de “Relojera”, las cuatro campanas que se turnan para alegrar a su dama todos los días del año y se ponen de acuerdo, en días solemnes, para agasajarla a la vez. No hay mejor música para adentrarnos en el paraje de la Granja, que el tañer de las campanas.






La explanada es una alfombra de hojas de álamo y chopo, un mantón que cubre de color ocre el suelo y no ensucia, alegra el entorno. Una fuente, bancos y mesas distribuidas alrededor de la ermita, y unas escaleras que conducen hasta su puerta, completan este rincón sencillo pero mágico. Hace frío y cuesta mantenerse quieto. Con otra temperatura, dejar pasar el tiempo sentado bajo los álamos, leyendo, rezando o simplemente disfrutando de la variedad de árboles y arbustos que rodean este parque natural tiene que ser un regalo. Nos emplazamos para hacerlo en otro momento. Ahora, regresamos, aún tenemos que detenernos en el palacio de los Mendoza y tomar un tentempié en casa de Alberto y Rosa.



Para volver a Yunquera podemos hacerlo por donde hemos venido, o subir por detrás de la ermita y coger un camino que nos conduce en dirección a Mohernando. A lo lejos veremos el pueblo vecino, pero antes giraremos a la izquierda para entrar en Yunquera por poniente. No tiene pérdida, la Campiña es transparente como el cristal. La entrada nos deja a las puertas del palacio que fuera de una de las familias más poderosas de España, los Mendoza, y que hoy está preparado para el disfrute de todos los yunqueranos. Aquí están las oficinas municipales y la biblioteca. El palacio es hermoso, las columnas son de piedra y los corredores que se extienden por la fachada le dan un empaque especial. El edificio está restaurado, muy restaurado, pero no ha perdido su estampa renacentista, merece una buena foto.


En Yunquera hay una gran afición a los caballos. Durante nuestro paseo hasta la Granja hemos visto más de un jinete paseando junto al río. Fruto de esa afición es una feria que se celebra anualmente al final de la primavera y en la que no sólo se compran y venden animales y aparejos, también se hacen exhibiciones y charlas sobre el mundo del caballo. En poco tiempo, esta feria se ha convertido en un referente del sector y hasta aquí acuden numerosos aficionados procedentes de la provincia de Guadalajara y de provincias aledañas, sobre todo de Madrid.


En Yunquera hay un centro hípico, se llama Las Espuelas, y recomiendo que os acerquéis, deis una vuelta por las instalaciones y aprovechéis para tomar una rica cerveza, un vino fino o un tinto y, ya de paso, probéis algunos de los platos que Rosa y Alberto ofrecen a quienes se acercan a su casa. Os aconsejo el magro con tomate hecho a la vieja usanza, “al estilo de la abuela Pili”, con mucho amor. Los trozos de carne cortados en su justa medida, bien fritos a fuego lento, sin prisa. Después se hace el tomate, con buen aceite y mucha paciencia… Se mezcla todo, se deja veinte minutos de cocción y  a chuparse los dedos.



Las espuelas es una casa rociera, flamenca y equina. Un lugar donde celebrar fiestas familiares y de cumpleaños y donde pasar una buena tarde o noche, un rincón andaluz en plena Campiña. Un lugar mágico en el que sin haber subido nunca a un caballo puedes protagonizar una ruta tranquila y deliciosa, como si fueras un experto jinete, hasta el despoblado del Majanar o hasta la ermita de La Granja, por ejemplo… Y si te acaba picando el gusanillo puedes recibir clases de equitación.


Una oferta diferente que forma parte del cada vez más variado abanico turístico de nuestra provincia donde, al mismo tiempo que uno disfruta de esta tierra, puede experimentar nuevas sensaciones.


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