martes, 26 de mayo de 2015

El Molino de Majaelrayo



La Arquitectura Negra es un ejemplo del trabajo bien hecho en la señalización de rutas turísticas. Las posibilidades son inmensas y abarcan desde el trayecto en coche o bicicleta, a la vía de senderismo. Los indicadores son numerosos y estratégicamente están bien colocados. Las probabilidades de perderse son muy escasas.



Tenía ganas de acercarme a las faldas del Ocejón y comprobar si la flor de nieve de los campos de jara empezaba a apuntar. Apunta y para el Corpus (4 de junio) como es tradición, volverá a nevar en la Sierra Negra. El negro y el blanco, el bien y el mal, el día y la noche… los contrastes me han llamado siempre la atención, son la esencia de la vida.





Comenzaremos el trayecto a pie en Robleluengo. Hasta allí llegaremos por la carretera que sale a mano izquierda, entre Campillo de Ranas y Majaelrayo. Dejaremos el coche junto a la iglesia y, a pie,  haremos caso al primer indicador, un monolito que nos señala el camino.



Los Pueblos Negros tienen un aire medieval y un poso triste durante buena parte del año. En primavera no. Entonces, las flores se apoderan de los campos, de los jardines, los balcones y las plazuelas; la hiedra se extiende por las fachadas y empiezan a escucharse las primeras voces en las calles, que rompen con el silencio del invierno. Sale el sol y el valle despierta del letargo ofreciendo lo mejor de un paisaje único.


Es ahora el momento de pasear por una de las numerosas rutas y llenarse los pulmones de aromas y sensaciones. El camino que conduce al viejo molino que abastecía a Majaelrayo es una gozada. Cada metro cuadrado de los prados en las laderas tiene una tonalidad diferente. Sobre el verde tupido, del que solo dan cuenta algunas vacas de vez en cuando, se van dibujando las flores más variadas. Mires hacia dónde mires, todo es de color. No tengáis miedo al sol, los robles se encargan de que no falte la sombra.


En menos de media hora iniciamos el descenso hacia el arroyo de La Matilla, generoso afluente del río Jarama, El Jaramilla le dicen por estas tierras. La vegetación cambia de aspecto y la humedad da paso a los árboles de ribera. Chopos, fresnos, alisos, retamas… El río baja bien escoltado pero sigue siendo accesible, más que algunos políticos.




Del viejo molino de Majaelrayo apenas quedan las cuatro paredes y el rastro del caz. Unos metros aguas arriba, una pequeña cascada salva el desnivel y anima el paisaje. Detrás se ve la carretera que conduce a Majaelrayo. La tomaremos en esa dirección, a nuestra derecha, serán solo unos minutos, e iniciaremos una subida que casi al coronar tiene marcado, con un poste de madera, el camino que debemos tomar para volver de nuevo al pueblo.


El descenso se hace por uno de los robledales más hermosos de la provincia, una sombra eterna que, de vez en cuando, clarea para dejarnos ver la Sierra de Ayllón a nuestra derecha. Dos horas y media después de haber dado el primer paso estaremos de nuevo delante de la pequeña y coqueta iglesia de Robleluengo.




Y como estoy seguro de que el paseo ha merecido la pena, hay que celebrarlo. Para comer, os recomiendo el restaurante Los Manzanos, en Campillejo. Para llegar cogeremos el coche y de regreso nos paramos en este pueblo que ya vimos al llegar. Es un restaurante muy bien acondicionado, con una terraza ideal para el verano y con buena carne. El asado es de encargo y en la carta tenemos setas, revueltos y  verdura según la temporada. Preguntar por el menú. Nosotros comimos unas albóndigas en salsa, de primera, dignas no ya de una madre, sino de una abuela. Los postres todos caseros y exquisitos. El flan de queso casi me hace llorar. Buen día.

martes, 19 de mayo de 2015

El valle del Arlés y la ermita de las cuatro fuentes


El paisaje alcarreño, a base de pequeños barrancos, laderas suaves, encinas carrascas, quejigos, tomillo, olivos y arroyos ascendidos a la categoría de río, tiene su quintaesencia en la ruta que hoy emprendemos. Llevaremos el coche hasta Alhóndiga, el corazón de la Alcarria más o menos, y allí aparcaremos para seguir camino por el valle del río Arlés hasta la ermita de la Virgen del Saz.
Alhóndiga es un pueblo bien protegido pero luminoso, que tiene una iglesia blanca, una picota, alguna ermita y un cementerio sobre lo que fue un viejo castillo.




 Un vecino ha construido una peculiar torre de vigilancia hacia el valle, nada estética, y aunque nadie sabe muy bien para qué, todo el mundo pregunta y sirve al menos para romper el hielo de la conversación entre el forastero y los paisanos.


Entre la ida y la vuelta, esta jornada nos llevará casi tres horas de camino. No hay mucha sombra, solo en el tramo  final, cuando el valle se estrecha y nos acercamos a la ermita. Al tiempo que vamos, se aconseja buena gorra o sombrero y cantimplora, que podremos refrescar bajo los pies de la Virgen del Saz.


El río Arlés es casi un arroyo pero no le falta agua. A sus orillas se extiende una fértil tierra de labor, y en su ribera abundan los cañaverales y se protegen los pájaros. El valle de este río histórico, en el que a buen seguro mojó sus pies Santa Teresa de Jesús a su paso por Pastrana, es el típico valle alcarreño.



Las laderas están pobladas de olivos y carrascas. En el suelo despuntan las primeras florecillas de primavera y a medida que cogemos altura (no os asustéis,  la cuesta es tendida y leve) aparecen hermosos pinos que, debido a la humedad y a lo benigno del clima, han alcanzado una altura considerable.




El camino no tiene pérdida, siempre andaremos por una pista de tierra compacta, accesible para coches y carritos, y ancha. Un camino cómodo que en un momento determinado cruza el río, a unos 2 kilómetros de la partida, y desemboca en una carretera, donde tomaremos el asfalto , solo por 200 metros, hacia la derecha. Luego, no hay más que seguir la indicación de la señal que nos conduce a la ermita a través de una vallejo cada vez más estrecho. No hay pérdida, ni dudas, pero por si fuera poco unas señales verdes y blancas en piedras y árboles nos darán aún mayor tranquilidad.



El paraje de la ermita de la Virgen del Saz es sombrío y agradable. Abunda el agua. Antes de llegar  veremos manar pequeños arroyos al margen izquierdo del camino. La ermita es de piedra y tiene dimensiones de iglesia . A su lado hay un refugio que sirve a los numerosos romeros que en el mes de septiembre se acercan a este lugar a pasar el día. 



Distribuidas por el entorno, donde hay mesas y bancos para disfrutar de las viandas, hay cuatro fuentes y de todas mana agua en abundancia. No es un lugar bíblico, pero dan ganas de levantar allí unas chozas y quedarse a vivir… pero toca regresar.


Lo podemos hacer por el mismo camino que hemos traído, o seguir la pista hacia arriba, pasar la ermita y a medio kilómetro tomar un camino que sale de nuestro costado izquierdo hasta llegar a una bifurcación, donde cogeremos de nuevo el camino de la izquierda, que ya nos lleva directos a Alhóndiga. En total andaremos 13 kilómetros. Si regresamos por donde hemos venido, alguno menos.

Ya en el pueblo nos refrescaremos en el bar San Juan. En su terraza, bajo el árbol que preside la plaza, podremos comer una buena comida casera, siempre que hayamos encargado antes (Tfno. 949 284254 y 634 660619). Os recomiendo la asadurilla y el arroz.


martes, 12 de mayo de 2015

Un oasis cercano, el Henares por Azuqueca


Reconozco que he copiado el título. Es el de un vídeo rodado por Campoamor, un extraordinario naturalista que conoce muy bien la zona por la que vamos a pasear hoy: la orilla del río Henares a su paso por Azuqueca.
No es fácil relacionar los términos municipales de las ciudades con la Naturaleza. Huimos de la ciudad en busca de oxígeno y, cuando lo hacemos, nos vamos lejos. Pero a veces el oasis está cerca de casa. No hace mucho hablábamos en estas páginas de Peña Hueva, el balcón perfecto. Hoy lo haremos de la Reserva Ornitológica de Azuqueca y del entorno natural del río Henares por la finca de la Acequilla.


Nuestra ruta arranca en el camino que sale, dirección al río, de la primera glorieta de la A2 que indica el acceso a Azuqueca. Cruzaremos la autovía y antes de completar la rotonda, a mano derecha, cogeremos una pista que nos dirigirá a las terreras del Henares. Cuando nos encontremos con una encrucijada de tres caminos, dejaremos el coche y echaremos a andar por el de la derecha.
Este año la primavera está insultante. Para los alérgicos, más que insultante insoportable. Para el resto: un espectáculo. Las líneas rojas de las amapolas compiten con el verde de los trigos, los tonos ocres de las terreras y el blanco de la pelusa de los chopos. Todo ello salpicado de flores y armonizado por oropéndolas y abubillas que no dejan de cantar.



Desde que nos hemos acercado al río no se escucha la ciudad. La única autopista que emite ruido es la de las aves que utilizan la cuenca del Henares para corretear a sus anchas. El camino no tiene pérdida. Durante cuatro kilómetros nos obliga a pasear paralelos al agua de manera cómoda y nos ofrece bocas y sendas que se acercan a la orilla y nos permite tocarla y refrescarnos. Hace calor, no hay fuentes y en este tiempo hay que tirar de gorra y cantimplora.



El río Henares tiene más de 20 terrazas naturales en su cuenca, algo extraordinario que convierte a esta ribera en única. Es el paraíso de los pájaros. En tiempos los halcones campaban a sus anchas, ahora apenas queda alguno. Sin embargo, ha invadido la orilla el mapache, un visitante foráneo que ha decidido quedarse y reproducirse, y que no se lleva nada bien con las nutrias y el resto de animales autóctonos.




Cuando llevamos media hora andando, casi siempre a la sombra, tenemos que retirarnos del río y bordear la finca de labor de La Cercadilla, un enorme caserón castellano que tiene un curioso palomar octogonal y una cigüeña anidada en su depósito. Más allá veremos el puente colgado, una joya a punto de venirse abajo. Antes habremos divisado los últimos restos de lo que fue el asentadero de la barca, que cruzaba el río con personas, caballerías y carros.



En una hora aproximadamente habremos llegado a la Reserva Ornitológica, un espacio mimado por el Ayuntamiento de Azuqueca, perfilado en las balsas de lo que fue la vieja depuradora del municipio. Un parque, que no lo parece, perfectamente señalizado y equipado para disfrutar del paisaje, de la flora y de la fauna de ribera. Una actuación bien hecha que pone el broche final a un paseo que recomiendo, sin duda un oasis cercano.



Una vez recorrida la Reserva, siguiendo un camino alrededor de la laguna, perfectamente señalizado, regresaremos por donde hemos venido. Si nos hemos quedado con ganas, podemos coger el coche y trasladarnos al otro puente que, lindando ya con Meco, nos acerca al río por la carretera de los Santos de la Humosa. De ahí parte un camino que conduce, aguas arriba, hacia la laguna de Miralcampo, pero está sin señalizar y puede dar lugar a pérdida si no se va acompañado. Yo tuve la suerte de estarlo de Imelda, una funcionaria del Ayuntamiento de Azuqueca enamorada de su trabajo. Sin duda otro recorrido a tener en cuenta. Y de regreso, una buena cerveza fresca.





Azuqueca es una ciudad que conserva el tapeo de pueblo y los vermús de largo aliento. Hay buenos bares, buenas terrazas y buen ambiente. Para comer recomiendo el restaurante Río Henares, y así no nos dispersamos. Es un restaurante que opera en el Centro de Ocio de Azuqueca, un edificio minimalista donde el agua y los árboles exóticos armonizan el ambiente, ideal para comer y cenar en la terraza. Quienes se acuerden de La gabarra, en Azuqueca, y de La gabarra de Joseba en Guadalajara, reconocerán a su cocinero. Buen pescado, como no podía ser de otra manera. Recomendable la ensalada de bacalao, el arroz y las croquetas de boletos. ¡Salud!

martes, 5 de mayo de 2015

Viaje al centro de la Tierra



La de hoy es una ruta singular y mixta. Singular porque una parte de su recorrido transcurre bajo tierra. Mixta porque para completarla es necesario coger el coche entre paseo y paseo. Nos vamos a acercar hoy a Villanueva de Alcorón. Allí recorreremos su dehesa y visitaremos una de sus simas. Y digo una, porque en el entorno, verdadero paraíso para los espeleólogos, hay contabilizadas unas 60 cavidades que se adentran en las profundidades de la tierra.



Villanueva de Alcorón se encuentra a una hora de distancia en coche desde Guadalajara. Se puede ir por Trillo o por Alcocer. Yo recomiendo este segundo itinerario porque es más corto. Antes de llegar a Villanueva, entre el kilómetro 41 y 42 de la carretera CM2015 hay que detener el coche y parar junto a unas lagunas que  tenemos a nuestra derecha.



Aquí comenzaremos nuestra ruta. Tras dar una vuelta alrededor de las lagunas, seguiremos un sendero perfectamente señalizado que nos adentra en la dehesa. En las charcas vemos una gran variedad de aves acuáticas que armonizan su deslizamiento sobre el agua con delicados movimientos, al compás del monótono croar de las ranas. Es una original réplica del lago de los cisnes. Estas lagunas se formaron hace años de manera natural, pero con la ayuda del hombre, que profundizó en este paraje en busca de caolín, se encontró un permanente chorro de agua.



El sendero es circular y llano. En su primer tramo coincide con el camino que lleva a un viejo vivero forestal. Junto a las lagunas encontramos un pozo singular, en forma de bóveda, conocido como el Pozo del Soto. El paseo se adentra luego en un bosque mixto de pino albar y quejigo. Es un paseo hermoso, tranquilo, muy relajante, en el que se van combinando el bosque y la paramera de manera armónica.




Completar el círculo nos llevará una hora y media aproximadamente, aunque siempre queda la posibilidad de volver sobre nuestros pasos si estamos cansados. No hay fuentes, aunque si pueden verse abrevaderos para animales y numerosas charcas naturales. De regreso a las lagunas tomaremos el coche y la carretera, pasaremos de largo el pueblo de Villanueva de Alcorón, que recomiendo visitar a la vuelta, y a unos 4,5 kilómetros en dirección a Peñalén, a mano izquierda, un monolito de piedra nos avisa de que cojamos el camino si queremos ir a la sima.



Nada más entrar en el pinar vemos un refugio y un recinto vallado pero accesible que nos señaliza la entrada de la cueva. Un consejo: antes de adentrarnos a los infiernos, coger una linterna y abrigaros. A Pedro Botero se le ha apagado la hoguera y no tiene intención de volver a encenderla.





Esta sima es la única que está adaptada para la visita, el resto están reservadas para expertos. Una escalera nos baja a una primera sala circular de 22 metros de diámetro y 15 metros de altura. Nada más entrar, impresiona el cambio de temperatura y la agresión que el agua ha producido en la roca durante siglos de insistencia. Otras escaleras, encajadas entre las rocas caídas del techo, nos conducen hasta los 62 metros de profundidad donde una pequeña represa recoge el agua helada  que cae de una cascada.




Abajo no hay luz, sólo silencio y el ruido de las gotas de agua que golpean la piedra. El resto lo iremos adivinando a medida que movamos el haz de la linterna. Los diferentes colores con los que los metales que transporta el agua han ido impregnando la roca, forman parte del espectáculo. Y ahora toca subir. Tomarlo con paciencia y con las necesarias paradas, que nos servirán para observar en toda su magnitud esta filigrana de la naturaleza. ¿Para comer? En el bar La Pilarica de Villanueva dan platos combinados y bocadillos. En Poveda y en Zaorejas hay restaurantes de comida casera, sencilla pero con buena materia prima.