viernes, 3 de julio de 2015

Cogolludo, Quevedo y el Marqués de Río Negro


He vuelto a la finca del Marqués de Río Negro que hoy explota la familia Fuentes, unos emprendedores palentinos que un buen día decidieron plantar una viña en las inmediaciones de Cogolludo. Las tierras que en su día fueran de los Duques de Medinaceli se extienden por el valle que forman dos ríos míticos: el Sorbe y el Bornova.




Hasta allí nos fuimos un grupo de amigos de la Sierra, invitados por José Manuel Fuentes, no para recorrer a pie estos parajes (en este blog ya lo hicimos en la entrada …) sino para llevar a cabo un paseo por la historia.
Cogolludo fue siempre tierra de buenos caldos, como nos recordó Inés Martín, ese ángel al que tanto debe esta tierra. Tuvo su propio estatuto del vino y sólo una de las iglesias del pueblo, Santa María, llegó a tener en propiedad hasta 13.000 cepas. No es de extrañar que el primer vino que se bebiera en América fuera de Cogolludo, sobre todo si es cierto lo que asegura Alfonso Sanz y ya sostenía su padre, don Ricardo, que Cristóbal Colón nació por estas tierras y fue hijo de doña Aldonza de Mendoza.


Rafa, y el resto de sus hermanos, hijos de Pérez Arribas, nos hablaron largo y tendido de los piropos que Felipe El Hermoso dedicóó a los vinos de Cogolludo cuando anduvo por estas tierras en su viaje de novios con Juana de Castilla. También del general  Hugo, quien junto a El Empecinado se dedicó, cada uno a su manera, a dinamitar los castillos de Guadalajara para que no los ocupase su rival. Dos energúmenos que también cataron nuestro vino. Dicen que el francés dejó de traerse el néctar de Francia cuando cató el que salía de las cepas y de las bodegas de Cogolludo. Raúl Conde defendió la necesidad de aunar esfuerzos entre los pueblos de la Sierra para vender un paquete conjunto de oportunidades turísticas donde se conjuguen los monumentos de piedra ( el palacio de Cogolludo es todo un estandarte), monumentos naturales (El Parque Natural de la Sierra Norte no termina de despertar) y oportunidades de ocio como pueden ser las actividades acuáticas, el senderismo en todas sus facetas, incluida la ecuestre, y por su puesto la enología, donde Finca Río Negro tiene mucho que enseñar. Como bien dijo Juan Solo, todo eso, bien aderezado en una buena campaña y una buena dosis de personajes y sucesos históricos, que sirva de caja de colores con lazo incluido, es un regalo para los millones de visitantes potenciales que tenemos a hora y media del palacio ducal.


En el último año, la bodega de los Fuentes ha recibido cerca de 4.000 visitas en 2014 y están convencidos de que la cifra se multiplicará este año. Una buena publicidad, un acondicionamiento de la bodega para hacerla visitable y una fama bien ganada de unos productos en los que se persigue la calidad “y nada más que la calidad”, como repiten sus mentores, están consiguiendo el milagro. Este tirón debe aprovecharse para despegar del todo, no sólo la Bodega, sino toda la comarca, toda la Sierra, todo el ámbito del Parque Natural.


En esas estábamos, hablando del futuro que nunca llega, como es obvio, cuando se me ocurrió subir a la mesa de los caldos y del excelente cordero, también había cabrito, a don Francisco de Quevedo y Villegas, un gran bebedor, a la altura de su ingenio. Les dije a los contertulios que alguien que fue capaz de jurarle al vino “amor contante más allá de la muerte” y que aseguró preferir morir en el vino “que vivir en el agua”, era alguien digno de ser tenido en cuenta en aquella reunión en la que se hablaba de vinos , de Cogolludo y de ingenio.
Quevedo fue amigo del Duque de Medinaceli y enemigo del Conde Duque de Olivares. En el palacio de Coglludo pasó largas jornadas y en el palacio que los duques tenían en Madrid fue apresado por los esbirros del Conde Duque tras escribir un memorial contra él, dirigido al rey Felipe IV. Recojo aquí un extracto de la carta en verso:



Á S. M. EL REY DON FELIPE IV 

MEMORIAL 

Católica, sacra y real majestad, 
Que Dios en la tierra os hizo deidad: 

Un anciano pobre, sencillo y honrado. 
Humilde os invoca y os habla postrado. 

Diré lo que es justo, y le pido al cielo 
Que así me suceda cual fuere mi celo. 

Ministro tenéis de sangre y valor, 
Que sólo pretende que reinéis, señor, 

La Corte, que es franca, paga en nuestros días 
Más pechos y cargas que las behetrías (demarcación)

Aun aquí lloramos con tristes gemidos, 
Sin llegar las quejas á vuestros oídos. 

Mal oiréis, señor, gemidos y queja 
De las dos Castillas, la Nueva y la Vieja. 

Alargad los ojos; que el Andalucía 
Sin zapatos anda, si un tiempo lucía. 

Si aquí viene el oro, y todo no vale, 
¿Qué será en los pueblos de donde ello sale? 

La arroba menguada de zupia (posos) y de hez 
Paga nueve reales, y el aceite diez. 

Ocho los borregos, por cada cabeza, 
Y las demás reses, á rata por pieza. 

Hoy viven los peces, ó mueren de risa; 
Que no hay quien los pesque, por la grande sisa. 

A cien reyes juntos nunca ha tributado 
España las sumas que á vuestro reinado. 

Perdieron su esfuerzo pechos españoles. 
Porque se sustentan de tronchos de coles. 

Familias sin pan y viudas sin tocas 
Esperan hambrientas, y mudas sus bocas. 

Un ministro, en paz, se come de gajes (sobresueldo)
Más que en guerra pueden gastar diez linajes. 

Perpetuos se venden oficios, gobiernos. 
Que es dar á los pueblos verdugos eternos. 

Todos somos hijos que Dios os encarga; 
No es bien que, cual bestias, nos mate la carga. 



Más adorna á un rey su pueblo abundante. 
Que vestirse al tope de fino diamante. 

Vuestro es el remedio: ponedle, señor. 
Así Dios os haga, de Grande, el Mayor. 

Quien más quita al hoyo, más grande le hace; 
Mirad quién lo ordena, veréis á quién place. 

Porque lo demás todo es cumplimiento 
De gente civil que vive del viento. 

Si en algo he excedido, merezca perdones: 
¡Dolor tan del alma no afecta razones! 



Quevedo intentó abrir los ojos a quien no quería abrirlos y fue apresado por ello, hasta que, de nuevo los de Medinaceli, consiguieron sacarle de la cárcel, ya casi para morir. Pero Quevedo fue un hombre que derrochaba vida y en ese menester el vino jugaba un papel esencial: “Para conservar la salud y cobrarla si se pierde, conviene alargar en todo y en todas maneras el uso del beber vino, por ser, con moderación, el mejor vehículo del alimento y la más eficaz medicina”. Eso escribía el amigo de los Duques. Cuentan que en una ocasión iba con un grupo de amigos y viendo venir a un hombre sobre un borrico, afectado el amo por los efluvios del vino, se inventó esta ripia:


Ese pollino que viene

montado en otro pollino
no viene como conviene
que viene como con vino.


No era amigo don Fran cisco de las buenas aguas que se beben por la sierra, decía que “mejor quiero escupir mosquitos que oír a las ranas cantar”. Aseguraba que el agua “da dolor de barriga y es madre de ranas y sapos y lavadora de trapos”, por lo cual es buena “para los bueyes  que tienen los cuernos duros”, pero no para las personas… sólo el vino debe ser adorado y alabado, “pues vale más en ti un besito que doscientos de mujeres”.


Tal fue el ingenio y la inspiración que el vino despertaba en Francisco de Quevedo que le escribió este genial soneto a los mosquitos que iban y morían en el vino, ahogados por “ansiosos”:

Tudescos Moscos de los sorbos finos,

caspa de las azumbres más sabrosas,
que porque el fuego tiene mariposas,
queréis que el mosto tenga marivinos.

Aves luquetes, átomos mezquinos,
motas borrachas, pájaras vinosas,
pelusas de los vinos envidiosas,
abejas de la miel de los tocinos,

liendres de la vendimia, yo os admito
en mi gaznate pues tenéis por soga
al nieto de la vid, licor bendito.

Tomad en el trazo hacia mi nuez la boga,
que bebiéndoos a todos, me desquito
del vino que bebiste y os ahoga.




Y en esas anduvimos largo rato hasta que convenimos en que los Fuentes, como gente de bien que son,  a buen seguro eran de siesta celiana: de pijama, padrenuestro y orinal, y decidimos irnos cada mochuelo a su olivo con una botella de Finca Río Negro cosecha de 2011 bajo el brazo, sin duda el tinto más logrado hasta la fecha, una maravilla que ya ha despertado la admiración de muchos críticos. Un gran regalo del que no tardaremos mucho en dar buena cuenta. ¡Salud!


miércoles, 17 de junio de 2015

Por el barranco de Borbocid hasta el Alto del Portillo


La Sierra Pela, que en otro tiempo se llamó Sierra de Miedes, esconde algunos rincones únicos. Entre los más hermosos está la laguna de Somolinos. Hoy regresamos de nuevo a este humedal para ascender al Alto del Portillo en una ruta circular. Una ruta que nos llevará poco más de dos horas de caminata y que nos tiene reservadas varias sorpresas.



Somolinos es un pueblo serrano y pequeño. En invierno apenas viven una decena de personas. En verano, con las flores y el verdor de los campos, regresan los jubilados con los nietos y vuelven las risas, las voces y las bicicletas.



De la parte alta del pueblo sale un camino asfaltado que se aleja y asciende paralelo a la carretera y al río Bornova. El camino muere en un complejo rural que se llama Molingordo,  que en tiempos fue una fábrica de papel y después un molino de moler cereal.  Aunque no lo parezca, Somolinos siempre fue un pueblo industrial, o al menos con industria. Allí hubo fábrica de harinas, de sillas, de luz e incluso una mina de plata de la que todavía queda en pie la chimenea de uno de sus respiraderos, en la ladera de las montañas que rodean la laguna.



Con el tiempo, toda la actividad fue despareciendo y a los vecinos no les quedó otra salida que la emigración. Los hombres y mujeres se fueron y allí se quedaron la laguna, fresca y limpia, y los vestigios de una vida que fue y ya no es.
En la laguna de Somolinos se ven pescadores, pájaros de todos los colores, una flora de ribera variada y pintona en la primavera y algunos peces asomándose a la superficie para comer mosquitos. Los carteles que bordean la orilla dicen que hay nutrias, pero nadie las ha visto nunca.



El camino que rodea la gran charca nos acerca a los cerros y nos permite ver los caprichos que el viento y el agua han esculpido en las rocas calizas. Sobre ellas, un águila observa la jugada y espera su momento. Lo tendrá, seguro que lo tendrá.
Al dejar al laguna hay un pequeño complejo recreativo con barbacoa y mesas de piedra y, poco más allá, un cartel que nos indica el manadero, o lo que es lo mismo, el punto exacto donde nace el río Bornova: un vómito de agua entre unas piedras al pie de un barranco, que sirve de sendero sin pérdida hasta el Alto del Portillo.



El barranco se llama Borbocid y dicen que fue utilizado por Rodrigo Díaz y sus huestes para cruzar desde tierras sorianas hasta Valencia. No lo creo. En algunos tramos es tan angosto que cuesta trabajo imaginar que haya servido de paso obligado a la comitiva del Cid, si es que alguna vez la hubo.
No conocía este barranco y he de reconocer que me ha sorprendido. 



Las filigranas de la piedra, la dificultad con la que la senda se abre camino entre los bloques grisáceos de lo que fue un cauce caudaloso y hoy apenas es un arroyuelo, hacen que el caminante se sienta protegido. Apenas sin darnos cuenta, ascendemos hasta los casi 1.400 metros de la cima del Altillo, donde Soria y Guadalajara se rozan y desde donde puede verse la serena altivez de los cerros de la Sierra Pela.




Para bajar hay que tomar el mismo camino y pasar de nuevo junto a la fuente de las Canalejas, que nos refrescó el gaznate durante el ascenso suave y sereno. Para comer, el sitio más cercano hacia el oeste  es Campisábalos, ya hablamos en su día de este interesante restaurante serrano. Hacia el este, Atienza, con una variada oferta. Os confieso que yo me marché algo más lejos, hasta Hiendelaencina, donde tenía una asignatura pendiente con Savory.

miércoles, 10 de junio de 2015

Entre ríos y caracoles, de Matillas a Villaseca de Henares



A su paso por nuestra provincia, el río Henares atraviesa paisajes muy variados. Desde la sierra seguntina hasta su llegada a la Campiña, al sur de la capital, su cuenca pinta con tiza de color verde una línea sinuosa entre  los roquedales serranos y los hoy amarillentos campos de cereal.  Solo las pequeñas motas de regadío se salvan del efecto del sol y de la falta de lluvia.


Entre dos de esos pueblos ribereños, por los que baja el Henares rumbo a Madrid, transcurre hoy nuestra ruta. Arrancamos en Matillas, pueblo con fábrica y estación de tren que conserva un inesperado aire industrial poco frecuente en nuestros pueblos. Entre sus calles nuevas  discurre el río. A su lado hay un parque y un lavadero en obras. Nosotros seguiremos aguas arriba en dirección a Villaseca de Henares. Tomarmeos para ello la Ruta del Cid perfectamente señalizada, que enseguida deja el caucel de Henares para arrimarse a la ribera del río Dulce.


Matillas es un pueblo con dos almas. Una muerta, llena de ruinas y de maleza, y otra joven, industrial y activa, sustentada por la vía del tren y por una fábrica de cemento que da trabajo en varios pueblos a la redonda. En el viejo poblado, completamente olvidado, sólo el ábside de la iglesia y su pequeña torre permanecen en pie. El resto son escombros, vigas comidas por la carcoma y desolación, mucha desolación. El camino que asciende al viejo pueblo está cubierto de matas salvajes. Ya nadie transita el arbolado paseo que conducía a la vieja plaza, ni se acuerdan del lento tañer de las campanas. Todos acabaron yéndose junto a la estación del ferrocarril, huyendo de algo y con ansias de estar más cerca del progreso y más lejos del hastío. Hoy Matillas es un pueblo vivo separado de su historia, de la que formaron parte los romanos, pero marcada con un futuro esperanzador.




Nada más dejar el pueblo, pasamos junto a una ermita y a los molinos de Edancho, hoy convertidos en casa de campo de una de las vegas más fértiles de la comarca. Caminamos en todo momento junto a un canal que lleva el agua del río, desde el molino a la fábrica. Anteriormente habrá pasado entre los cimientos de la Fábrica de Luz, hoy en desuso, productora de la energía consumida por los vecinos durante años.




Dejamos  la fábrica atrás. El camino transita ahora entre la falda de un cerro, situado a nuestra izquierda,  bajo cuyos pies camina oculto el canal, y un campo de cereal que nos separa del río Dulce. La mañana es calurosa. No hemos madrugado y aprieta el calor. En esta parte del recorrido ya no hay sombra hasta llegar a Villaseca de Henares.


Villaseca tiene una iglesia pequeña y una vega grande bañada por dos ríos, el Dulce y el Henares, un privilegio del que pocos pueblos pueden presumir. Sus casas están sobre una loma, espiando el horizonte y oreándose, entregadas de lleno al azote de los vientos de la sierra.
Los de Villaseca tienen fama de poetas, aunque les llamen belitres y remoloches, no se sabe muy bien porqué, como no se sabe muy bien el porqué le pusieron al pueblo primero Aldeaseca y luego Villaseca, cuando lo único que le sobra es agua. Será por eso.


En Semana Santa, los de Villaseca le cantan coplas y versos al Cristo resucitado y le dedican una bonita procesión, llena de sentimiento. Como siempre estuvo en alto, algo más cerca del cielo que sus vecinos, las musas les fueron siempre propicias a sus gentes. En la iglesia hay restos románicos de gran valor arquitectónico y varias laudas mortuorias pertenecientes a los señores del lugar, los Urbina y los Raposo. "Aquí el que palma no tiene repuesto”, recuerdo que me dijo hace años un paisano cuando visité el pueblo. “La poca agricultura que hay ya está cogida y los jóvenes se marchan a otros sitios. Donde antes se repetía la tabla de multiplicar con musiquilla, ahora pasa consulta el matasanos o se juegan partidas de mus y de brisca, según la hora del día”. ¡Cuánta sabiduría! En una de sus  plazas hemos visto una de las fachadas más estrechas del mundo.


Es hora de regresar, lo haremos una hora después por el camino andado, apenas 4,5 kilómetros separan los dos pueblos. Vamos derechos  al restaurante Rijujama, en Matillas, un oasis. Sabíamos que en su cocina se guisaban los mejores caracoles que pueden comerse en la provincia. La materia prima la tienen cerca, en la granja que hay en el pueblo que es visitable y se puede ver este sábado día 13 de junio entre las 11 y las 13 horas. Un aliciente más.




No pudimos probar los caracoles porque se habían acabado el día anterior, ¡cuánta aceptación tienen! Este contratiempo nos obliga a volver. No comimos caracoles pero probamos unas alcachofas fritas con humus, unos espárragos trigueros del Henares a la sal, un tataki de atún y un bacalao con pisto manchego… ¡de categoría! De postre: helado de manzana con caramelo. En la reserva, para acompañar a los caracoles el próximo día, dejamos un rabo de toro y una papada de cerdo crujiente. Se me olvidaba:  14 euros por persona. Está claro que volveremos.

martes, 2 de junio de 2015

Aguilar de Anguita, un dolmen, un puente y un restaurante



Os voy a ser sincero. La ruta de hoy era la excusa perfecta para ir a comer a Casa Juan, en Aguilar de Anguita. Debería llamarse “Casa de Ángel, Lucía y de sus tres hijos”. Ellos son el alma de este restaurante donde todos arriman el hombro. Cada uno tiene su especialidad a la hora de cocinar y son conscientes de que los platos se enriquecen con el tiempo, el boca a boca y las aportaciones de los comensales, lo que podríamos llamar una cocina social de autor. Pero antes de comer, echemos a andar.



Aguilar de Anguita tiene algunos reclamos de interés: la ermita de la Virgen del Robusto, un dolmen de la Edad del Bronce, unas antiguas salinas, un puente romano y, si se tienen muchas  ganas de andar, el paraje de La Cerca y la necrópolis del Altillo, donde aparecieron en su día más de 5.000 enterramientos de la Edad del Hierro, algunos con su ajuar. En ambos parajes, apenas quedan visibles los restos de muralla y algunas piedras.



La ruta la comenzamos al pie del restaurante, a donde regresaremos, y la seguimos carretera abajo en dirección a Maranchón. Tomaremos el primer camino que sale a mano izquierda. Es una pista que nos lleva directa a la ermita y que no dejaremos hasta bien pasado el dolmen. La ruta no está señalizada pero tiene carteles explicativos de los diferentes hitos, y no tiene pérdida.



Una recomendación para este tiempo: la sombra hay que llevársela puesta y el agua también. Eso sí, al llegar a la ermita podremos descansar junto a sus muros y contemplar el ancho valle que se extiende ante nosotros. Una vega flanqueada por una cresta partida, en cuya mitad se encuentran el pueblo de Aguilar y la carretera. Un paisaje medieval inalterado.




El interior de la ermita no puede verse, así que regresaremos a la pista y continuaremos con la mirada puesta en el lado izquierdo, donde veremos un cartel, en medio de una finca de labor, que nos indica la ubicación del dolmen.



Gracias al texto escrito entendemos el sentido y la importancia que tienen estas piedras esparcidas por el suelo en forma de tumba desproporcionada. Bajo una capa de tierra y una lona se encuentran las tumbas, ya vacías, de los habitantes de estas tierras hace 4.000 años.



La pista sigue, y aunque el calor aprieta, de vez en cuando se levanta una agradable brisa que azota los matorrales y nos refresca la piel. Bajo un arbusto vemos salir como un rayo a una corza. Al acercarnos, el “corcino”, de apenas un día de vida,  permanece inmóvil y asustado. La madre llama nuestra atención para que nos alejemos. Las sorpresas que siempre nos tiene guardadas la generosa naturaleza. El milagro de la maternidad y la vida.



Cuando al camino se corta por otro camino procedente del lado izquierdo, giramos a la derecha, en dirección a la carretera. Caminamos durante 15 minutos paralelos al camino que llevábamos, pero en sentido contrario. Pronto nos encontramos con las antiguas salinas, hoy en desuso, pero que en tiempos tuvieron su importancia. La sal fue durante siglos moneda de cambio y riqueza asegurada. Su presencia dice mucho de la vida y de la actividad económica que hubo por estas tierras.



Ya hemos visto tres de los hitos que íbamos buscando. Para ver el cuarto debemos continuar el camino, cruzar la carretera y nada más pasar una agradable chopera, que nos da un remanso de sombra que ya necesitábamos, veremos otro cartel que señala la leyenda del puente romano.
Es un puente pequeño sobre un arroyo, el del Prado, que refresca la vega. De la época romana solo conserva las bases, el resto es medieval pero puede verse su estructura sencilla, útil y duradera. Le cruza lo que fuera una calzada romana que tomaremos ya en dirección al pueblo. Han pasado dos horas y media y hay que refrescarse. La Cerca y la necrópolis se quedarán para otra ocasión.




En Casa Juan hay un porche con sombra y un ambiente agradable. Es la hora del vermú y los vecinos del pueblo charlan. El restaurante es conocido en toda la comarca y se llena rápidamente. En esta tierra sabemos distinguir lo bueno. Nos tomamos unas patatas ali oli con carácter y una cerveza. Después, un morteruelo con su toque de canela y pimiento, unos garbanzos con rabo de toro y una lengua de cerdo escabechado. De postre tarta de galletas y un café, pero café, café, de primera. Eso comimos nosotros pero los que conocen el sitio hablan y no paran de la práctica totalidad de los platos. ¡Con deciros que mi admirado Sánchez de Sigüenza, el del restaurante de la Alameda, en sus días libres se acerca a comer a Aguilar de Anguita! Con eso os digo todo. ¡Salud!