martes, 12 de noviembre de 2013

La leyenda de la Poza de los Aljibes y el ciervo guisado de Juli





El domingo asistí a uno de los espectáculos más maravillosos que se pueden disfrutar en otoño. He estado a punto de callarme y dejar que una galería de imágenes hiciera el trabajo. Guadalajara en esta época del año es una explosión de luz y color, más sugerente aún que en primavera. Me acerqué a las faldas del Pico Ocejón. Las vi teñidas de un manto vino burdeos, y desde allí quise descubrir el misterio que esconden las Pozas del Aljibe. Una vez más comprobé que, como sucede en cualquier viaje, en esta ruta no importa tanto la meta sino el camino. Quien no sea capaz de amar la naturaleza después de andar por el Parque Natural de la Sierra Norte en noviembre es mejor que no salga de casa, o como dicen por aquí: “¡Mejor será que se acerque hasta la poza!”



En Campillo de Ranas hablar del Aljibe trae mal fario. Este capricho de la naturaleza es a la Sierra,  lo que el viaducto a Madrid: un lugar de últimas y malas intenciones. En verdad se trata de un cambio de nivel del arroyo del Soto “luchando por alcanzar el río Jarama”. El entrecomillado es de Francisco Maroto, Paco, el alcalde de Campillo y uno de los mejores embajadores de esta tierra  fuera de nuestras fronteras. Él nos indica el camino, aunque no tiene pérdida porque está perfectamente señalizado.



A las pozas se puede ir desde El Espinar, desde Roblelacasa o desde Campillo de Ranas. Yo recomiendo esta última, primero porque pasa por Roblelacasa, lo cual es añadir aliciente a la ruta (y son sólo 15 minutos más de paseo), y segundo porque el paisaje es más espectacular que desde El Espinar. Hoy la ruta la vamos a hacer andando, con garrota. El trayecto nos supone una hora y media de ida y otro tanto de vuelta. La dificultad es poca y el camino perfecto, aunque con algunos desniveles que vienen bien, nos obligan a bajar el ritmo y disfrutar del paisaje.



La entrada en el valle con el coche (una hora y media desde Madrid y menos de una hora desde Guadalajara) ya es en sí un espectáculo. En cada golpe de vista se ve una postal. La viveza de los tonos amarillos y rojizos de la hoja en decadencia, convierte las faldas de la Sierra en una paleta de pintor. El fogonazo de luz de los robles, el verde oscuro de la jara, el negro de la pizarra y la claridad de los primeros pastos nos llegan a emocionar en los primeros pasos.



Al salir de Campillo por la Plazuela del Olmo, con su fuente redonda de lajas de pizarra, bajamos hacia el arroyo para luego subir, en un pequeño tramo de carretera, hasta Roblelacasa. El descenso se hace entre robles, por una senda marcada por cercas de piedra, vigilados por las vacas  que pastan extrañadas junto a nosotros. En la ascensión es obligado echar la vista atrás y ver la anchura del valle desplegarse ante nuestros ojos, limpia y diáfana, presidida por la peculiar torre de la iglesia de Campillo y por la mancha negruzca, más al fondo, que forman las casas de Majaelrrayo.



Roblelacasa es un pueblo modesto que se extiende por la ladera que mira hacia el Jarama. Para no perder ritmo, tomaremos la carretera que atraviesa el pueblo y, nada más pasar la iglesia, a mano izquierda veremos un monolito junto a un campo de juego de bolos: por allí descenderemos, calle abajo, hasta dejar las casas a nuestra espalda.







Cada recodo del camino nos pide una foto nueva y diferente a la anterior. ¡Menos mal que ya no hay carretes! En un momento dado dejamos de apretar el gatillo y  paramos a disfrutar, conscientes de que estamos asistiendo a un espectáculo único que, aunque se repite todos los años, tiene una duración determinada, apenas un mes. Somos unos privilegiados y eso hace que se dispare la adrenalina.
Según avanzamos, cambiamos de valle y nos acercamos a las hoces del Jarama. No son tan espectaculares como las del Gallo, pero marcan el paisaje con un tajo violento que sugiere rincones inaccesibles e impresionantes. Bajamos, sabedores de que luego hay que subir…  pero el misterio de las pozas nos llama a voces. A nuestra derecha, al otro lado del río,  se ven  las casas de Matallana. Un puente nuevo acabó con al aislamiento entre Campillo y su pedanía, obligadas sus gentes durante años a dar una vuelta de varios kilómetros ante la imposibilidad de vadear el río.




Algo en el ambiente nos dice que estamos llegando a nuestro destino. Antes, el camino nos obliga a recorrer parte de la hoz del Jarama por media ladera para descender de súbito unos metros después. A primera vista, las pozas se esconden a nuestros ojos, es necesario buscarlas, adentrarse entre las rocas, cada vez más estrechas, para descubrir su misterio. Al acercarnos, el ruido del agua nos advierte. Un chorro de algo más de tres metros de altura ha ido horadando la piedra hasta completar un pozo de cinco metros de profundidad y un diámetro del doble. El sobrante de la poza forma otro doble salto que vierte sobre su hermana pequeña y, desde allí, el agua cae de bruces en el cauce del río Jarama, que este año baja generoso y feliz.




En Campillo y Matallana las gentes aseguraban que el pozo de los Aljibes no tenía fondo y que comunicaba con el mar. Lo cierto y verdad es que, como nos cuenta Paco Maroto, los que no sabían nadar acababan siendo víctimas de la profundidad y de la imposibilidad de aferrarse a unas rocas pulidas por la acción del agua durante siglos. Algunos perecieron por accidente, pero otros buscaron allí el descanso eterno, confiados tal vez en que su cuerpo apareciera en otras tierras, lejos, muy lejos de las que entonces vieron su tormento. Tal fue el temor que las gentes de la Sierra tenían a este lugar, que durante la guerra civil de 1936 hubo un intento de acabar con este lugar maldito, dinamitando sus paredes. ¡Menos mal que alguien puso cordura!




La magia de este rincón es innegable. Es obligado sentarse, retomar fuerzas para iniciar la subida a la montaña y escuchar la voz del agua: cómo las pozas del Aljibe nos cuentan esas historias truculentas  que escucharon de boca de hombres y mujeres desesperados y que hicieron posible la leyenda.




Es hora de regresar. La parte del espectáculo que nos habíamos perdido a la ida, lo disfrutamos a la vuelta. La llamada de la rica cocina del restaurante La Fragua nos reclama. Juli nos espera en Campillo de Ranas con una cerveza fresca y un pincho de chorizo de gamo, con el picante justo para echar un buen trago. Julián es un hombre directo y recio, parece serrano aunque no lo es, forma parte de ese grupo de personas, “neorrurales” les llaman, que un buen día dejaron la ciudad y repoblaron nuestros pueblos. Apostó por la hostelería y dirige junto a su hermana un restaurante donde se come buena caza, ricos pasteles de verdura de temporada y unas croquetas de jamón generosas y en su punto. Todo ello acompañado de un entorno único:  una vieja fragua del siglo XVII, perfectamente acondicionada en varias alturas. La arquitectura popular más genuina de esta sierra respetada y aderezada con gusto y sencillez, como los platos de Juli y su gente. Me fui con las ganas de probar sus codornices “puteadas”, pero ya se habían acabado. El festival de cine documental de montaña, que se celebró entre Majaelrrayo y Campillo durante el fin de semana, acabó con ellas.  No tengo más remedio que volver y lo haré pronto. Allí nos vemos.






 

CIERVO GUISADO AL BRANDY

Se trocea el ciervo y se escurre.
Se pone en la cazuela sin añadir nada más que un poco de sal y se espera a que suelte y evapore casi todo su jugo.
A continuación añadimos el brandy y lo flambeamos.
Después ponemos la pimienta en grano y algún clavo y cubrimos con agua.
Dejamos cocer y vamos tanteando la carne para comprobar su dureza.
Cuando consideramos que la carne está casi en el punto de blandura que nos interesa añadimos las ciruelas y los orejones y esperamos a que esté todo maridado y blandito.

Nosotros lo presentamos en cazuela de barro y lo acompañamos con patatas panaderas.


Y a disfrutar.



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2 comentarios:

  1. Las codornices al igual que toda la comida, son congeladas, de todos modos cuando las pruebes lo comentas.

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  2. Qué cagada de lugar!!! Las Pozas del Aljibe, ya 2 veces nos advirtieron los aldeanos, llevar mucha agua y mucho cuidado que es peligroso la poza de abajo. Desde el pueblo Roblelacasa iniciamos un sendero que fué una maldita caminata de piedras y arena de hora y media, con plantas de jara pringosas, un inhóspito recorrido de constantes bajadas, apenas una sombra para parar y un sol castigador.
    En el último tramo un charco maloliente en una cuesta que hay que subir saltando entre piedras y tratando de no resbalar. Aún queda un puente formado con 2 troncos y alguna tablilla.
    Por fin, llegamos... No hay una sola sombra y mierdas de kilo minando los alrededores, la sombra de unas zarzas con espinas la única solución.
    Las Pozas del Aljibe no tienen un acceso facil, la poza de arriba hay que subir una roca vertical y luego bajar una peligrosa pared y ningún acceso a la poza de abajo...
    Aqui alguien tiene que matarse para prohibir bañarse ES PELIGROSO.
    Se ve a gente llegar poco a poco traen a su perro, también tengo perro de mascota y entiendo que todos quieren sentirse agusto y es justo llevar el perro atado.
    Qué MALEDUCADOS!!! llegué a contar 4 perros sueltos, vi como una mujer tumbada al sol y el perro sacudiendose para secarse, su perro está molestando por favor llamelo.
    Esto ya es lo último, unas gafas de sol graduadas de 150€ las tira el perro al fondo de la poza y los dueños responde que perdona. Ahora mismo ata al MALDITO perro. Ni de coña se recuperaron las gafas que están a más de 3 metros de profundidad...
    Ya toca volver, por un camino de cabras con pendientes de 40 grados, sol abrasador y mucho calor, aquí a mi esposa le dió un golpe de calor y ve a pedir ayuda, el pueblo más próximo Roblelacasa está a una hora.

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