Los caminos que llevan hasta los monasterios no defraudan, en
estas páginas hemos podido comprobarlo en más de una ocasión. El entorno que
escogían los frailes para levantar sus cenobios eran abundantes en agua, sombra
y silencio, los tres ingredientes que más de mil años después, seguimos
buscando quienes una vez a la semana huimos del mundanal ruido.
En la provincia de Guadalajara tampoco defraudan las ermitas,
sobre todo las que son punto de encuentro de romeros y vecinos de varios
pueblos de una misma comarca. Al ser edificios menores, el monumento no es
nunca tan espectacular como un monasterio, pero el camino que conduce hasta la
ermita sí lo es. Hoy vamos a acercarnos hasta la ermita de La Virgen de la
Granja, un paraje singular, hermoso y cuidado al que acuden todos los años, en
distintas fechas, vecinos de los pueblos de toda la Campiña. Aunque está
ubicada en el término de Yunquera de Henares y los vecinos tienen la advocación
como patrona de las fiestas principales del pueblo, los yunqueranos saben que
esta ermita y esta Virgen no son sólo suyas. ¡Vistámonos de romeros!
Para comenzar a andar podemos tomar varios caminos. Desde
Heras de Ayuso, el que baja hasta el río Henares y cruza por el Vado de las Carretas
es una buena opción. Es el camino que tomaban los vecinos de este pueblo cuando
iban a festejar a la Virgen. Son aproximadamente dos horas de agradable y fácil
paseo. Pero hoy os propongo que lo hagáis desde Yunquera y aprovechéis para
visitar la iglesia y el palacio de los Mendoza, dos joyas bien conservadas y
cuidadas, verdaderos iconos de la arquitectura castellana civil y religiosa. Es
como si en estos dos edificios se resumiese el catálogo monumental de la mayoría
de los pueblos de la provincia. Pocos tienen un castillo o un monasterio, pero
la mayoría cuentan con una iglesia digna y un palacete señorial: estandartes de
los dos poderes que han marcado el devenir de nuestra historia.
La “dama de la Campiña”, así se conoce a la torre de la
iglesia de San Pedro de Yunquera, se ve desde que salimos de Guadalajara (estamos
a diez minutos de la capital) y si pasásemos de largo la seguiríamos viendo
hasta introducirnos en la sierra. Esbelta y atenta, nos enseña sus adornos
platerescos y renacentistas y su estampa del gótico tardío.
Bajo sus pies
comenzaremos esta ruta que, camino del río, nos sacará del pueblo para
adentrarnos en campos de labor, en su mayoría maizales, segados ya en este
tiempo. La tierra de Yunquera es generosa. Tiene abundancia de agua y eso hace
posible la existencia de juncos, que dan nombre al pueblo, de un regadío
próspero que genera riqueza a sus gentes y la presencia de una vegetación de chopos, álamos, sauces y fresnos, que
flanquean el camino por el que avanzamos hacia La Granja.
Pasear en otoño por la provincia de Guadalajara tiene un
valor añadido. Si el día está despejado no sólo podemos escudriñar las terreras
de río a lo lejos sino que veremos de frente la sierra limpia y cercana. Es más
que seguro que, en la hora escasa que dura nuestro paseo, escuchemos el sonido
de la “Grande” (“Paño” la llaman algunos), de la “Serrana”, de la “Tabera” o de
la “Virgen”, y de “Relojera”, las cuatro campanas que se turnan para alegrar a
su dama todos los días del año y se ponen de acuerdo, en días solemnes, para
agasajarla a la vez. No hay mejor música para adentrarnos en el paraje de la
Granja, que el tañer de las campanas.
La explanada es una alfombra de hojas de álamo y chopo, un mantón que cubre de color ocre el suelo y no ensucia, alegra el entorno. Una fuente, bancos y mesas distribuidas alrededor de la ermita, y unas escaleras que conducen hasta su puerta, completan este rincón sencillo pero mágico. Hace frío y cuesta mantenerse quieto. Con otra temperatura, dejar pasar el tiempo sentado bajo los álamos, leyendo, rezando o simplemente disfrutando de la variedad de árboles y arbustos que rodean este parque natural tiene que ser un regalo. Nos emplazamos para hacerlo en otro momento. Ahora, regresamos, aún tenemos que detenernos en el palacio de los Mendoza y tomar un tentempié en casa de Alberto y Rosa.
Para volver a Yunquera podemos hacerlo por donde hemos venido,
o subir por detrás de la ermita y coger un camino que nos conduce en dirección
a Mohernando. A lo lejos veremos el pueblo vecino, pero antes giraremos a la
izquierda para entrar en Yunquera por poniente. No tiene pérdida, la Campiña es
transparente como el cristal. La entrada nos deja a las puertas del palacio que
fuera de una de las familias más poderosas de España, los Mendoza, y que hoy
está preparado para el disfrute de todos los yunqueranos. Aquí están las
oficinas municipales y la biblioteca. El palacio es hermoso, las columnas son
de piedra y los corredores que se extienden por la fachada le dan un empaque
especial. El edificio está restaurado, muy restaurado, pero no ha perdido su
estampa renacentista, merece una buena foto.
En Yunquera hay una gran afición a los caballos. Durante
nuestro paseo hasta la Granja hemos visto más de un jinete paseando junto al
río. Fruto de esa afición es una feria que se celebra anualmente al final de la
primavera y en la que no sólo se compran y venden animales y aparejos, también
se hacen exhibiciones y charlas sobre el mundo del caballo. En poco tiempo,
esta feria se ha convertido en un referente del sector y hasta aquí acuden
numerosos aficionados procedentes de la provincia de Guadalajara y de
provincias aledañas, sobre todo de Madrid.
En Yunquera hay un centro hípico, se llama Las Espuelas, y
recomiendo que os acerquéis, deis una vuelta por las instalaciones y
aprovechéis para tomar una rica cerveza, un vino fino o un tinto y, ya de paso,
probéis algunos de los platos que Rosa y Alberto ofrecen a quienes se acercan a
su casa. Os aconsejo el magro con tomate hecho a la vieja usanza, “al estilo de
la abuela Pili”, con mucho amor. Los trozos de carne cortados en su justa
medida, bien fritos a fuego lento, sin prisa. Después se hace el tomate, con
buen aceite y mucha paciencia… Se mezcla todo, se deja veinte minutos de
cocción y a chuparse los dedos.
Las espuelas es una casa rociera, flamenca y equina. Un lugar
donde celebrar fiestas familiares y de cumpleaños y donde pasar una buena tarde
o noche, un rincón andaluz en plena Campiña. Un lugar mágico en el que sin haber
subido nunca a un caballo puedes protagonizar una ruta tranquila y deliciosa,
como si fueras un experto jinete, hasta el despoblado del Majanar o hasta la ermita
de La Granja, por ejemplo… Y si te acaba picando el gusanillo puedes recibir
clases de equitación.
Una oferta diferente que forma parte del cada vez más variado
abanico turístico de nuestra provincia donde, al mismo tiempo que uno disfruta
de esta tierra, puede experimentar nuevas sensaciones.
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