martes, 2 de diciembre de 2014

Brihuega, una balada de otoño


“Serpeando entre álamos, por un estrecho vallejo, el Tajuña abandona Villaviciosa y se dispone a bañar los pies de una de las ciudades más atractivas y con más rancio abolengo de toda Castilla. Situada en el corazón de la Alcarria Alta, es uno de esos pueblos por los que ha pasado la historia dejando profunda huella. Una necrópolis celtibérica excavada a comienzos de siglo, en el llamado "arroyo de la villa", junto al río, dejó constancia de que cinco siglos antes de nuestra Era, ya era una aldea próspera.


Pero fue la Edad Media, con sus trajines y avatares, quien corrió su fama por toda Castilla. Alfonso VI vivió en la vega del Tajuña antes de ser elevado al trono. El rey moro Al-Mamún entregó la zona para que el cristiano la habitara en compañía de los nobles que, junto a él, huyeron de Sancho de León, su cruel hermano. Allí permaneció nueve meses en el castillo de Peña Bermeja, cuyos restos aún se conservan, y de allí partió para iniciar una de las campañas más victoriosas de la Reconquista, tomando Guadalajara, Madrid, Toledo y Talavera (…)”.


Me he citado a mí mismo, reproduciendo un texto escrito hace ya bastantes años, para dejar constancia de que la ruta que propongo está cargada de historia. Hoy entraremos en Brihuega, sin duda uno de los pueblos más interesanes de toda la provincia. Se llega en menos de media hora desde Guadalajara y tiene la ventaja de que el desvío de la carretera, desde la A2, obliga a pasar por Torija con lo que la visita puede verse enriquecida con la entrada a la plaza y al castillo, hoy convertido en el centro de interpretación turística de la provincia de Guadalajara (CITUG).



Insisto, Brihuega rezuma historia. Conserva buena parte de su muralla; un castillo convertido en cementerio, una “necrojoya”; dos iglesias románicas; un puñado de buenos restaurantes; una vega fértil y fresca, la del río Tajuña; una plaza, con un convento transformado en museo de miniaturas, y una Escuela de Gramáticos en cuya casa vivió hasta hace poco Manu Leguineche, a quien está dedicada la plaza. Si Cela descubrió La Alcarria al mundo, Leguineche la dotó de alma en su libro “La felicidad de la tierra”, que evoca la esencia del paisaje y del paisanaje alcarreños: “El sendero, la ermita, la anchurosa Alcarria, el tañido de una campana, el torreón hecho jirones, el chopo, el cantueso, el espliego, el tomillo, los crestones, los cenicientos, la oliva y la encina, las plazuelas sosegadas, la paramera sobrevolada por el águila, el arroyo, el ábside, las gachas y las migas de pastor….”. Así sentía Manu la Alcarria. ¡Larga vida al maestro!



Pero echemos a andar. Los rincones cargados de arte nos salen al encuentro a cada paso que damos. Con sólo entrar en Brihuega, el visitante puede ver parte de una vieja muralla y una preciosa puerta conocida como de "La Cadena". Frente a ella, una espaciosa plaza, antigua era de pan trillar, conocida como "Las Eras del agua" o Parque de María Cristina, lugar ideal para superar las peores horas del caluroso verano y sentir el otoño en toda su esencia. Gigantescos álamos y una fuente con dos abundantes caños componen una tenue balada que acompaña al silencio en esta época del año.
Muy cerca, calle Mayor abajo, allá por el  siglo XIII, y en un estilo románico de transición, se levantó una hermosa iglesia bajo la advocación de San Felipe nada más superar la muralla. Todavía sigue en pie. La simetría de sus formas y su interior medieval, con tres naves separadas por columnas decoradas y una capilla semicircular con cinco ventanales y una cúpula, hacen de esta iglesia uno de los más puros ejemplos del románico en nuestra provincia.



Detrás de San Felipe se encuentra la Real Fábrica de Paños y junto a sus restos unos jardines románticos construidos a imitación del barroco versallesco. La fábrica textil es del siglo XVIII y posee una curiosa forma circular. De sus jardines dijo Cela "es un jardín romántico, un jardín para morir en la adolescencia, de amor, de desesperación, de tisis y de nostalgia".



En la parte baja del pueblo se encuentra la plaza del Coso, con hechuras del medievo, donde destacan la fachada de la antigua cárcel, hoy transformada en Biblioteca para bien de todos, y los caños de dos fuentes que flanquean el camino hacia la parte alta del municipio.
Calle abajo están el castillo, hoy cementerio, la iglesia de Santa María, joya románica del siglo XIII que alberga la imagen de la patrona de la villa, la Virgen de la Peña, la escuela de gramáticos, donde vivió Manu Leguineche, la fuente de los doce caños, el arco de Cozagón, el antiguo convento de San José, la iglesia de San Juan... y mucho más.



Brihuega reúne uno de los patrimonios artísticos más ricos de Guadalajara, enmarcado todo él en un pueblo donde el paseo es una delicia, y más en otoño. Pasear por la inmediaciones del castillo o de Santa María en estos días, con las hojas de los árboles alfombrando nuestros pies, es como bucear sin reparo alguno por los versos de Bécquer o Espronceda.




Y, tras el paseo, un ramillete de buenos restaurantes que no defraudan. Cito algunos:  Princesa Elima, Quiñoneros, El Tolmo, Peña Bermeja y El Torreón. Cada uno en su estilo pero todos con algo distinto que ofrecer, sin abandonar la esencia de la comida castellana basada en la buena carne y los productos de temporada… como la ruta que os propongo, muy de temporada.

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