martes, 21 de abril de 2015

Ruta por el valle hermoso de las monjas



El valle del Badiel es uno de los rincones más silenciosos de la provincia, y como no podía ser de otra manera, allí se instaló un monasterio. Hacia él encaminamos hoy nuestra ruta. Partiremos del pueblo de Ledanca, al que se llega tras coger un desvío en el kilómetro 95 de la A2. El valle del Badiel es una de esas sorpresas que se pierden los usuarios de la autovía que no optan por desviarse un par de kilómetros de la carretera.


Ledanca es un pueblo encajado en el valle, subido en una loma y cuya estampa nos obliga a parar el coche antes de llegar para sacar la primera fotografía. En su plaza hay una modesta fuente del siglo XVIII donde podremos dejar el coche y emprender el camino a pie hacia la parte baja del pueblo, en dirección a la ermita.



Aquí comienza nuestra ruta. Tomamos para ello el sendero indicado con una baliza del Camino del Cid situada en la parte izquierda de la fachada de la ermita. Ya no hay pérdida. Por esa senda anduvieron las primeras pobladoras del convento benedictino de San Juan, allá por el siglo XII. Curiosamente fueron monjas francesas, protegidas por un matrimonio de nobles atencinos. Desde el comienzo, el monasterio tuvo la gracia de la nobleza castellana y después de la realeza, de manera que su futuro ha estado garantizado hasta nuestros días. Sorprendentemente hoy viven 19 hermanas benedictinas, lo que convierte el monasterio de San Juan de Valfermoso de las Monjas en el cenobio vivo más antiguo de la provincia.



El camino por el valle es cómodo e invita a la meditación. Caminamos en todo momento junto al río. Su cauce es estrecho pero la vegetación que nos acompaña es intensa y variada. No disfrutaremos de grandes vistas ni de amplios espacios, pero sí del continuo canto de los pájaros en esta primavera exultante.




Nogueras, algún olivo, encinas, sauces, chopos y arbustos de todas las formas y colores adornan el entorno. Una fuente a mitad del recorrido nos permite olvidarnos de la cantimplora y hacer el camino más relajados. En ocasiones, la senda se cubre con las ramas formando una bóveda que protege nuestro paso. En las tardes de verano, el frescor del río y la sombra de los árboles hacen de este paseo un privilegio al alcance de cualquiera.


Cuando llevamos  menos de una hora de marcha, y eso tomándolo con calma, vemos  entre los árboles la silueta del monasterio. Nos acercamos a él por la parte de atrás. Para ello cruzaremos el río por un puente nuevo que, entre las huertas de un viejo molino hoy convertido en vivienda, nos acerca a la puerta de entrada del convento. La mayoría del edificio no tiene nada de medieval. Las numerosas ampliaciones y transformaciones, sobre todo tras el incendio de 1936, hacen que apenas conserve vestigios de sus orígenes, salvo la fachada que da al patio de entrada y la iglesia, cuyo interior está vacío.



Mi recomendación es que antes de hacer el viaje llaméis al convento (Tfno. 949 285 002). He de reconocer que siempre he tenido la curiosidad de probar la comida de las monjas benedictinas de Valfermoso. Para ello hay que reservar con antelación y tener también un poco de suerte. Normalmente el comedor está reservado a los visitantes que se alojan en su interior,  grupos de oración y de catequesis, pero nosotros llamamos y comimos.



Os aconsejo que probéis. Disfrutaréis de un hermoso rincón, como sólo puede verse dentro de un monasterio, y de una comida sencilla pero natural. Las monjas tienen buena mano, al menos esa fama tienen en la comarca, pero hay que comer lo que cocinan ese día, no hay carta, no se dedican a dar comidas, lo hacen por caridad. Mi menú fue a base de chistorra frita y avellanas de aperitivo, acelgas con patatas, chuletas de cordero a la plancha y fruta. Hacen carne de membrillo para vender y miel. En temporada se come lo que tienen en el huerto, pero os puedo asegurar que en esta ocasión lo de menos es qué comemos sino dónde.




Para regresar, podéis tomar el camino andado o acercaos al pueblo de Valfermoso, diez minutos andando, y desde allí un camino os bajará de nuevo a la carretera que lleva a Ledanca. Tenéis dos opciones,  pisar asfalto, no hay tránsito; o cruzar el río donde podáis, es fácil, y tomar de nuevo la senda por donde caminamos al principio pero en dirección contraria.

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