martes, 2 de junio de 2015

Aguilar de Anguita, un dolmen, un puente y un restaurante



Os voy a ser sincero. La ruta de hoy era la excusa perfecta para ir a comer a Casa Juan, en Aguilar de Anguita. Debería llamarse “Casa de Ángel, Lucía y de sus tres hijos”. Ellos son el alma de este restaurante donde todos arriman el hombro. Cada uno tiene su especialidad a la hora de cocinar y son conscientes de que los platos se enriquecen con el tiempo, el boca a boca y las aportaciones de los comensales, lo que podríamos llamar una cocina social de autor. Pero antes de comer, echemos a andar.



Aguilar de Anguita tiene algunos reclamos de interés: la ermita de la Virgen del Robusto, un dolmen de la Edad del Bronce, unas antiguas salinas, un puente romano y, si se tienen muchas  ganas de andar, el paraje de La Cerca y la necrópolis del Altillo, donde aparecieron en su día más de 5.000 enterramientos de la Edad del Hierro, algunos con su ajuar. En ambos parajes, apenas quedan visibles los restos de muralla y algunas piedras.



La ruta la comenzamos al pie del restaurante, a donde regresaremos, y la seguimos carretera abajo en dirección a Maranchón. Tomaremos el primer camino que sale a mano izquierda. Es una pista que nos lleva directa a la ermita y que no dejaremos hasta bien pasado el dolmen. La ruta no está señalizada pero tiene carteles explicativos de los diferentes hitos, y no tiene pérdida.



Una recomendación para este tiempo: la sombra hay que llevársela puesta y el agua también. Eso sí, al llegar a la ermita podremos descansar junto a sus muros y contemplar el ancho valle que se extiende ante nosotros. Una vega flanqueada por una cresta partida, en cuya mitad se encuentran el pueblo de Aguilar y la carretera. Un paisaje medieval inalterado.




El interior de la ermita no puede verse, así que regresaremos a la pista y continuaremos con la mirada puesta en el lado izquierdo, donde veremos un cartel, en medio de una finca de labor, que nos indica la ubicación del dolmen.



Gracias al texto escrito entendemos el sentido y la importancia que tienen estas piedras esparcidas por el suelo en forma de tumba desproporcionada. Bajo una capa de tierra y una lona se encuentran las tumbas, ya vacías, de los habitantes de estas tierras hace 4.000 años.



La pista sigue, y aunque el calor aprieta, de vez en cuando se levanta una agradable brisa que azota los matorrales y nos refresca la piel. Bajo un arbusto vemos salir como un rayo a una corza. Al acercarnos, el “corcino”, de apenas un día de vida,  permanece inmóvil y asustado. La madre llama nuestra atención para que nos alejemos. Las sorpresas que siempre nos tiene guardadas la generosa naturaleza. El milagro de la maternidad y la vida.



Cuando al camino se corta por otro camino procedente del lado izquierdo, giramos a la derecha, en dirección a la carretera. Caminamos durante 15 minutos paralelos al camino que llevábamos, pero en sentido contrario. Pronto nos encontramos con las antiguas salinas, hoy en desuso, pero que en tiempos tuvieron su importancia. La sal fue durante siglos moneda de cambio y riqueza asegurada. Su presencia dice mucho de la vida y de la actividad económica que hubo por estas tierras.



Ya hemos visto tres de los hitos que íbamos buscando. Para ver el cuarto debemos continuar el camino, cruzar la carretera y nada más pasar una agradable chopera, que nos da un remanso de sombra que ya necesitábamos, veremos otro cartel que señala la leyenda del puente romano.
Es un puente pequeño sobre un arroyo, el del Prado, que refresca la vega. De la época romana solo conserva las bases, el resto es medieval pero puede verse su estructura sencilla, útil y duradera. Le cruza lo que fuera una calzada romana que tomaremos ya en dirección al pueblo. Han pasado dos horas y media y hay que refrescarse. La Cerca y la necrópolis se quedarán para otra ocasión.




En Casa Juan hay un porche con sombra y un ambiente agradable. Es la hora del vermú y los vecinos del pueblo charlan. El restaurante es conocido en toda la comarca y se llena rápidamente. En esta tierra sabemos distinguir lo bueno. Nos tomamos unas patatas ali oli con carácter y una cerveza. Después, un morteruelo con su toque de canela y pimiento, unos garbanzos con rabo de toro y una lengua de cerdo escabechado. De postre tarta de galletas y un café, pero café, café, de primera. Eso comimos nosotros pero los que conocen el sitio hablan y no paran de la práctica totalidad de los platos. ¡Con deciros que mi admirado Sánchez de Sigüenza, el del restaurante de la Alameda, en sus días libres se acerca a comer a Aguilar de Anguita! Con eso os digo todo. ¡Salud!


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