miércoles, 11 de septiembre de 2013

Los misterios de Zorita y los secretos culinarios de Abuela Maravillas

Pocos lugares han despertado tanta atracción en el pasado como Zorita de los Canes y su entorno. Los restos encontrados en estas márgenes del Tajo medio se remontan a miles de años y a nadie sorprende esta estrecha relación entre el hombre y este rincón de la Alcarria, porque aún hoy, tras el paso de la mano devoradora del ser humano, la belleza de este privilegiado balcón que mira al río Tajo crea adicción.


Hoy os propongo que os acerquéis hasta este pueblo pequeño, pero intenso en cuanto a sorpresas, y que disfrutéis de sus restos arqueológicos, dentro y fuera del municipio, y de su entorno natural. Está a poco más de una hora y cuarto de Madrid y a 45 minutos de Guadalajara.
Al llegar, lo primero que debéis hacer es aparcar el coche a la sombra, junto al río, al lado de un edificio de piedra donde pone Restaurante Zorita en una placa, Restaurante Los Canes en otra y que en verdad se llama Abuela Maravillas. Aquí, más adelante, os invitaré a degustar unos memorables platos, pagaréis vosotros, claro, pero no os arrepentiréis, no adelantemos acontecimientos.


En ese punto, extramuros de la fortificada Zorita, veréis que hay una zona de recreo junto al río y un cartel explicativo que os indica una ruta que, con un recorrido de ida y vuelta de apenas 3 kilómetros, conduce hasta los yacimientos de Recópolis. Se puede ir en coche, pero yo aconsejo que lo hagáis andando para disfrutar de la ribera del Tajo, de su fauna, su flora y su frescor. También podéis visitar primero el pueblo y su castillo y luego ir a Recópolis, pero es mejor que lo hagáis a la inversa, más que nada por seguir un itinerario cronológico. En cualquier caso, los paneles explicativos son muchos, claros y enriquecedores, deteneos a leer siempre que veáis uno.





Es una gozada seguir el curso del río, e incluso bañarse en él en este espacio, junto al pueblo, habilitado para ello con total seguridad. Las aguas bajan tranquilas y claras y los patos, acostumbrados, acompañan al bañista en su travesía. Caminar a la orilla del Tajo “en soledad amena”, que diría el poeta, es una gozada. Pero mayor aún es ver su silueta entre azul y verde retorcerse entre las tierras de labor, desde el alto del yacimiento y su Centro de Interpretación.




El edificio es moderno y por fuera está perfectamente encajado en el entorno. Al pasar a su interior me sucedió algo que nunca me había ocurrido. Un señor alardeaba de que después de varios meses cerrado, el Centro se había abierto gracias a él y que se había recogido la noticia en todos los periódicos. Estuve a punto de abrazarle y de darle las gracias por tan generosa aportación a la sociedad. Pensé, mantener abierto este centro le debe costar mucho dinero a este señor y es de agradecer que haya gente que dé lo que tiene de manera tan altruista. Menos mal que no lo hice, porque acto seguido me enteré de que la apertura no se debía a su generosidad sino que se financiaba con dinero público, de varias instituciones regionales, provinciales y del propio Ayuntamiento de Zorita, vamos que lo pagábamos entre todos. Este señor era el alcalde de Zorita y enseguida me di cuenta, por su forma de hablar, de que la democracia le había pillado mayor y a desmano, algo que me ratificó con su comportamiento poco después. Tras saludar cariñosamente a una visitante, a la que conocía con anterioridad, e intercambiar una tranquila conversación, empezó a subir el tono de voz de manera inusitada hasta el extremo de que la encargada del Centro le pidió que se saliese afuera, porque estaba molestado a los visitantes. Su cambio de actitud se debió a que la otra persona, una mujer bastante más tranquila y educada, no compartía su punto de vista sobre la situación del país y la acción del Gobierno. Este hombre no toleraba que alguien no pensase como él y lo justificaba dando voces primero, y acto seguido pasando a insultar de manera personal a la familia de esa mujer y a ella misma. Me quedé estupefacto. En aquel momento pensé dirigirme a él y decirle que si su actitud e insultos tan “varoniles” hubieran sido los mismos si delante hubiera tenido a un miembro masculino de dicha familia…. Pero no lo hice porque delante de mí tenía a alguien que no me iba a escuchar. Señor alcalde, los votos le legitiman para gobernar un pueblo, sin embargo la educación, la hombría y la categoría humana  se tienen o no se tienen, pero no se gana en las urnas.
A otra cosa. El Centro de Interpretación de Zorita es acogedor, cómodo y didáctico como pocos. Sin grandes alardes, tiene todo lo necesario para conocer mejor la historia y el origen de lo que vamos a ver a continuación: tal vez el yacimiento visigodo más importante de la Península. Un consejo: no os perdáis el video explicativo.
Una vez recorridas las dependencias del centro es cuando hay que acercarse al yacimiento que se encuentra a unos cincuenta metros, camino arriba.



  Dicen que un arqueólogo es la mejor pareja que puede tenerse, pues a medida que la mujer o el hombre envejecen  estará más interesado en ella o en él, según el género. Bromas aparte, la mítica figura del buscador de tesoros de finales del siglo pasado y comienzos de éste, el Indiana Jones de las películas de Spielberg, está muy lejos de la realidad. De su indumentaria tan sólo el sombrero, cuando no es desplazado por las gorras de lona y plástico con publicidad de abonos o de una caja de ahorros, sigue vigente. Con casi cuarenta grados, sin una sola sombra, en medio de un cerro, y rascando el suelo con piquetas y rastrillos, a las personas que han trabajado en la recuperación de Recópolis a lo largo de los años seguro que no les hace ninguna gracia que les comparen con el héroe de Hollywood. No hace mucho me contaba una arqueóloga que Indiana Jones había hecho mucho daño a esta profesión. La gente se había tomado el personaje en serio y se lanzaba a buscar tesoros con el detector de metales y haciendo agujeros sin control. El resultado no había sido otro que estropear años y años de trabajo a quienes pretendían simplemente interpretar la historia. Para un buen arqueólogo es mucho más importante estudiar la posición en que se encuentra enterrado un cadáver en una tumba, que los posibles tesoros que pueda llevar consigo. Por eso es importante que existan yacimientos vigilados y protegidos como éste y que estén vivos, activos, para que todo el mundo pueda aprender de la historia y ser más cultos y por consiguiente, más tolerantes.



El rey Leovigildo, guerrero y tirano como pocos, en sus continuas campañas contra los bizantinos durante el siglo VI, valoró de gran importancia estratégica en esta parte de la península un cerro conocido como La Oliva, situado sobre las márgenes del río Tajo. Se trata de un montículo que en su parte alta posee una llanura de casi 600 metros de largo por otros 600 metros de ancho. En honor a su hijo Recaredo, mandó fundar allí una ciudad amurallada en el año 578, construyendo un palacio con más de 150 metros de largo junto a la cornisa del cerro, y una basílica de gran envergadura. A su alrededor se levantó toda una ciudad que, según cuentan los cronicones de la época, tuvo una importancia fundamental durante el reinado de Leovigildo, sirviendo de lugar de descanso del rey en los pocos días del año en que no estaba batallando.


Algunos estudiosos aseguran que los visigodos utilizaron un antiguo poblado romano para levantar la nueva ciudad y se basan en algunos fustes y capiteles de estilo corintio y varios restos de un sarcófago romano-cristiano para asegurar dicho origen. Sin embargo, las nuevas excavaciones realizadas en la zona en los últimos años parecen indicar que dichos restos bien pudieran ser de alguna edificación situada en las proximidades del Cerro de la Oliva o bien realizadas a propósito en épocas posteriores, cuando los cristianos se asentaron en la vieja ciudad visigoda.
En el año 1944 el arqueólogo Juan Cabré empezó las primeras excavaciones en Recópolis guiado por los datos encontrados en los escritos de San Isidoro y en el Cronicón Emilianense, que aportaban datos de la construcción de una ciudad a orillas del Tajo. El geógrafo árabe Rasis, ya dejó escrito que el emplazamiento de esta ciudad se encontraba entre Santaver y Zorita y aseguraba que las piedras de Racupel (transcripción fonética de Recópolis) sirvieron para que sus coetáneos construyeran el castillo. Estos elementos escritos, unidos a la tradición mantenida entre las gentes de Zorita y Almonacid de celebrar una romería anual, la víspera de la Ascensión, a la ermita de Nuestra señora de la Oliva, para rezar un responso al rey Pepino (Leovigildo), dieron la clave al doctor Cabré, quien escuchó de boca de algunos ancianos la existencia de un despoblado en esa zona que pertenecía a la vieja ciudad de Rochafrida.


Una vez realizadas las primeras excavaciones aparecieron bajo los muros de la ermita los restos de una basílica de planta visigoda, sobre la que años después se había levantado una construcción de estilo románico, a la que se dirigían las romerías. A su lado fueron apareciendo algunos pequeños muretes desolados, que tras su oportuno estudio se supo que formaban parte de un suntuoso palacio de columnas con más de cien metros de longitud.
Entre los escombros estaba un sarcófago de mármol blanco y un tesorillo con noventa y dos monedas de oro visigodas, entre ellas varias de Leovigildo, que se encuentran actualmente en el museo Arqueológico de Madrid.
 La superficie total de Recópolis ronda las 33 hectáreas. Hasta el momento sólo un pequeño porcentaje de la extensión está excavada. Todo indica que como estructura urbana, Recópolis perdió su identidad cuando se construyó el castillo de Zorita con sus piedras, en el siglo IX. Algunos historiadores aventuran que fue la reacción de los pueblos orospedanos, en alianza con los bizantinos del sudeste de Hispania, quienes arremetieron contra Leovigildo guiados, entre otras razones, por motivos religiosos. El rey visigodo trataba de imponer el culto arriano a todos sus súbditos y esto levantó las iras de los cristianos que arrasaron, quemaron e incendiaron la ciudad. Pero no son más que conjeturas.
Para saber algo más sobre el final de la ciudad harán falta varias generaciones de trabajadores e investigadores desempolvando piedras con el sol y la sed como únicos aliados. Se conoce el trazado de dos de sus calles principales y se han descubierto algunas edificaciones de uso industrial para la elaboración de metalurgia, vidrio y cerámica. Se saben muchas cosas, pero todavía queda mucho por saber. Lleva más tiempo escribir la Historia que hacerla. Tengamos paciencia.




Una vez hayamos disfrutado de Recópolis, volveremos al pueblo aprovechando los balcones señalizados para detenernos y disfrutar con la estampa del Tajo correteando a nuestros pies. Las aguas bajan tranquilas por esta vertiente septentrional de la provincia de Guadalajara. Los pantanos de Entrepeñas y Bolarque, los meandros y la escasa pendiente de la Meseta, hacen que las aguas se recreen bajo las ruinas de Recópilis y, pocos kilómetros después, envuelvan a la vieja Zorita. Los patos aprovechan la quietud para hacer sus nidos y bañarse complacientes bajo la fortaleza.


Al subir, entre las calles del pueblo, hasta el castillo calatravo de Zorita de los Canes, veremos los angostos tejados  y la lengua azul del río retorciéndose en medio de la llanura. La fortaleza es un laberinto de edificaciones y pasos estrechos, todos perfectamente señalizados y explicados. Eso sí, la estancia está algo descuidada y sucia, merecería más atención. A pesar de todo, el castillo es un espectáculo en sí mismo. Si a estas alturas no nos hemos dado cuenta de que la caminata ha merecido la pena, es que somos insensibles e insípidos.



Hablando de sabores, os decía que, justo donde habéis dejado el coche hay un restaurante, con su bar y su mirador al río. Subid, sea invierno o verano y disfrutad de las manitas rellenas, la carrillera, los cangrejos de río en temporada o del pescado que, según mercado, preparan en Abuela Maravillas. ¡Y que no se me olvide el tiramisú! Una apuesta joven pero con fundamento, un local bien atendido, en un paraje único, con una relación calidad precio inmejorable. Hacía tiempo que Zorita se merecía un sitio así, esperemos que la apuesta por el mundo rural de los responsables del restaurante se vea recompensada. Por cierto, los mismos dueños tienen una posada en el pueblo, a escasos metros, donde por 20 euros más puede uno echarse la siesta, una oferta original, divertida y muy a tener en cuenta. Ya sabéis lo que decía Cela, ese gran escritor, viajero y comilón, que él no perdonaba ningún día del año la siesta, pero siesta, siesta “con pijama, padrenuestro y orinal”, así sea.





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