miércoles, 4 de septiembre de 2013

Luzón, agua y camino... pan y vino en Casa Juan

Ya de vuelta. No me perdonaría comenzar esta nueva etapa del blog (post) sin recomendaros la visita a uno de los parajes más hermosos y desconocidos de la Alcarria, me refiero al Alto Tajuña. A este río le pasa lo mismo que al Jarama, que como muere en la provincia vecina, a muchos se les antoja que un río exclusivamente madrileño, y nada más lejos de la realidad. El Tajuña nace en la provincia de Guadalajara, en las hermosas tierras del ducado de Medinaceli, tristemente famosas hace unos años por culpa de un dramático incendio.





En los pocos kilómetros que separan Luzón de Maranchón, el Tajuña, apenas un surco húmedo en su origen, se hace con el agua procedente de numerosas arroyos de acogida y de manantiales que le permiten señorearse en una estrecha pero fértil vega. A los pocos kilómetros de su nacimiento, ya en Luzón, un pueblo viejo y austero, donde en tiempos habitaron los lusones, el Tajuña es un río merecedor de tal nombre gracias a la fuente de nueve caños que hay a la entrada del pueblo y que arroja al cauce una considerable cantidad de litros por segundo. Aquí comenzaremos hoy nuestra ruta por la provincia de Guadalajara.




A Luzón se llega desde Madrid (150 kilómetros) o desde Guadalajara (menos de 100 km.) por la A2 dirección Zaragoza hasta  Alcolea del Pinar, donde debe tomarse  la vía  que conduce a Molina de Aragón. Diez minutos después, a mano derecha, está señalizado ya el desvío que nos invita a tomar una carretera estrecha pero cómoda. La misma carretera por la que en tiempos, los mozos de Luzón subieron a empellones un tronco de olmo con el que se hizo la viga de prensar del molino de cera de Maranchón. Esta maravilla de la industria mecánica descansa hoy en el Centro de Interpretación Apícola de Azuqueca de Henares. Aquellos recios campesinos tardaron varios días, a ratos y con la ayuda de unos chatos de vino que les pagó el dueño, en subir el tronco a la carretera principal para poder cargarla a un camión, no había otra manera de hacerlo desde la vega, los vehículos no podían con ella, era demasiado larga y pesada para tantas curvas. Nosotros nos plantamos en el pueblo en menos de cinco minutos… Son otros tiempos.




Se conserva en Luzón la tradición carnavalesca de los diablos. Hombres tiznados de hollín, con cuernas de buey, cencerros y trajes de saco que recorren las calles de la localidad tiznando a las mozas y a todo bicho viviente. Tradición milenaria, símbolo de fertilidad y de culto a las fuerzas extraterrenales que permitían el nacimiento de las cosechas y la continuidad de la especie.
Los diablos salían a la calle cuatro días al año en Luzón. El domingo, lunes y martes de Carnaval y el primer domingo de Cuaresma. Hoy lo hacen con la frecuencia que les permiten el trabajo y los periodos vacacionales. Entonces lo hacían al atardecer y de forma silenciosa para coger desprevenidas a las mujeres, pero sólo a las que no llevaban el rostro cubierto con máscaras. A última hora, las máscaras y los diablos se juntaban en un baile, como sucedía en Almiruete (¿Recordáis? Entrada de……) y entonces las féminas descubrían su rostro.


Las mujeres descubiertas eran atacadas por el diablo y tiznadas. La personalidad, con máscara o con hollín, debía permanecer encubierta. Es una costumbre ancestral. Según nos cuenta la mitología, Prometeo roba en su día la lumbre de los dioses y en torno a ese tizón los seres humanos urden la cultura pagana. El rescoldo pasa de mano en mano y de rostro en rostro, y todos se hacen partícipes de un mismo sentimiento. Señores y vasallos son iguales ante las fauces del tótem mundano, es decir, el espíritu igualitario del Carnaval. Bonita historia.
En Luzón nació el doctor Francisco Layna Serrano, tal vez el más grande historiador que haya dado la provincia de Guadalajara. Otro personaje señalado de la villa fue Juan Bolaños, sacerdote adinerado que a finales del siglo XIX levantó en su pueblo una monumental Fundación, conocida como Colegio de los Escolapios, en la que se propuso reunir a los niños y jóvenes de la comarca a fin de que tuvieran una enseñanza digna. Aunque el edificio nunca fue terminado en su totalidad, su hermosa y monumental capilla y las dos aulas, han sido utilizadas hasta hace pocas décadas como escuela local. Muchos luzoneros han cursado estudios fuera del pueblo gracias a las becas que instauró este generoso hijo de Luzón. Hoy es una activa Casa de Cultura con sala de exposiciones itinerantes y un museo donde se recrea un aula de comienzos del siglo pasado.



Mientras todo esto sucede en las alturas, vigilados por los Hitos del Rodenal, conjunto escultórico que se alzó en homenaje al monte perdido y que ocupa la parte más alta del municipio, en la vega se suceden junto al camino las pequeñas y fértiles huertas de los vecinos que pueblan los márgenes del río Tajuña. Éste será el camino a recorrer andando (también puede hacerse en coche, pero no lo aconsejo) una vez finalizado el paseo por el pueblo. Desde abajo se ve hermosa la torre de la iglesia de San Pedro, una monumental obra que preside un templo barroco en el que destaca un bello retablo mayor del siglo XVIII. Luzón es uno de esos pueblos que rezuma vida e historia en cada uno de sus rincones y de las piedras que lo conforman. Vamos, una cita obligada.

 Cuando el Tajuña abandona el pueblo, aguas abajo, es ya un río con caudal, ya lo hemos dicho, y no sólo con nombre. Son los arroyos y manantiales que nacen por los albores de la Sierra Ministra los que dan empaque y hechuras a este humilde arroyo que apenas se veía brotar del suelo en las inmediaciones de Maranchón.


Desde Luzón hacia Anguita, siguiendo el curso del río, el viajero que tenga un mínimo de curiosidad, que no se ponga orejeras y guste de mirar a izquierda y derecha, arriba y abajo según camina,  disfrutará de uno de los paisajes más hermosos de cuantos existen por estas sierras casi alcarreñas o por estas alcarrias casi serranas. Una pista de tierra en buen estado acompaña al Tajuña en su curso durante varios kilómetros. Cárcavas, roquedales y estirados chopos delimitan el transcurrir del agua.


El sol tiene sus justas horas. Dependiendo de la ubicación cruza presuroso el estrecho valle durante algunos minutos, al amanecer o por la tarde, iluminando con su cuchillo de oro las endebles hojas de los álamos y los sauces. El agua, sonora y bronca, levanta un frescor reconfortante a su paso que, mezclado con el trinar de los mirlos, despierta los sentidos de cuantos gozan de este singular recorrido.


Encontramos en nuestro camino una ermita flanqueada por unos girasoles espléndidos. Está dedicada a San Roque, reconocido ahuyentador de epidemias. Arriba, en la Cuesta de la Higuera, se esconden los restos de un antiguo castro celta del que se ven algunas paredes de los edificios. A lo largo del camino, hasta llegar a Anguita (algo más de dos horas) había en tiempos hasta  tres molinos que hacían su función, hoy no queda ninguno. Lo que si se mantiene más o menos altivo es un hornal (aproximadamente cuando llevamos una hora andando).



Se trata de una construcción hecha de piedra,  madera y tejas que servía para proteger y agrupar las colmenas. Protegidas del Norte, las abejas producían mejor esa rica miel que tanta fama ha dado a estas tierras. En su interior, cada celda alberga varios panales y en la fachada un pequeño orificio permitía la entrada y salida de los animales. Un prodigio de la arquitectura rural.


Muy cerca del hornal encontramos, rebuscando entre la maleza, la Fuente de la Canaleja, o mejor lo que queda de ella, donde en tiempos se bañaban los enfermos de reuma. Debían hacerlo nueve veces para que el agua milagrosa hiciera efecto. A partir de ese momento, el paisaje se estrecha y al oeste se nos aparecen figuras caprichosas esparcidas por la ladera, cuevas y peñas horadadas que en su día sirvieron para resguardo de las tropas del Cid.




Paisaje roquero, hermoso, único, ideal para que crezca el preciado té de roca, especie protegida de una enorme belleza y unas propiedades curativas extraordinarias. Es hora de un alto en el camino y de echar un trago en la Fuente horadá.


Podemos seguir andando y no dejaremos de maravillarnos con lo que nos brinda la naturaleza, pero la Peña Horadada es un buen momento para darnos la vuelta, después de algo más de una hora de agradable paseo, es hora de ir pensando en el almuerzo. Para otro día dejamos la visita a Anguita y sus alrededores. Esta ruta por sí sola merece un post.


Pero bueno, es hora de comer y esta vez os recomiendo que cojáis el coche y volváis por donde habéis venido. Tenéis que parar en Aguilar de Anguita, se ve desde la carretera antes de llegar a Alcolea del Pinar, de hecho habéis tenido que pasar antes por allí y os habrá sorprendido la cresta roquera y la belleza natural de este pueblecito que cuenta con el Mesón Casa Juan, una reliquia de las gastronomía casera. Uno de esos lugares sin pretensiones donde uno puede comer un menú por diez euros y quedar satisfecho, más que satisfecho de la calidad y la cantidad. O  puede invertir el doble y probar verduras, setas, boletus o carne de caza de temporada guisados como Dios manda, sin aspavientos pero con sentido común y sabiduría de las de antes. Es mi recomendación. Ya me diréis. Y recordad que a partir de este miércoles ya no lo dejamos, todas las semanas tenéis una cita. Buen viaje y buen apetito.



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