Torija es uno de esos pueblos de
Guadalajara donde no es necesario ir porque uno pasa. Encrucijada de caminos,
su situación junto a la A2, hace de este municipio, y en especial de su
castillo, uno de los más reconocidos de la provincia de Guadalajara. Ahora
bien, una cosa es reconocerlo, decir que sí sabes de qué pueblo te están
hablando, incluso indicar dónde está, y otra muy diferente es conocerlo de
verdad. Para eso hay que parar el coche y andar sus calles y monumentos con
detenimiento e interés.
Torija es la Puerta de la
Alcarria, o mejor, de lo que aquí conocemos como Alcarria Alta. A la Baja
Alcarria se va por las riberas del Tajo.
De hecho en Torija comenzó Camilo José Cela su recorrido que iba para
ser un reportaje de prensa y acabó en libro. Antes, eso sí, pasó por
Guadalajara, Taracena y Valdenoches. Aquí durmió su primera noche fuera de la
capital y aquí dejó la “carretera nacional”, hoy autovía, para adentrarse entre
los vallejos y pueblos que sus amigos intelectuales de Madrid le habían equiparado
a los de las Hurdes extremeñas. “Te vas a encontrar el mismo abandono y la
misma pobreza sobre la que escribir y estás al lado de Madrid que, cuando
necesites tomarte unos días de descanso te vuelves, coges fuerza y continúas el
viaje”, muy cómodo, para eso eran intelectuales no deportistas, y Cela así lo
hizo.
Hoy la Alcarria es otra cosa,
mañana… ya veremos. Pero no nos vayamos por el Alto de Brihuega. Hoy toca hablar
de Torija, mi pueblo, tenía que decirlo, y lo voy a hacer con honestidad.
Torija es un pueblo privilegiado por su situación, a la vista de todos, abierto
a los cuatro costados y eso ha hecho de él un lugar acogedor para el que ha
venido de paso o con la intención de quedarse. Un pueblo feriante, Azorín
equiparaba su feria de ganado con la de Medina del Campo, ¡ahí es nada!, y
aunque hoy ya no hay feria se celebra todos los años un certamen de Música
Tradicional Navideña que sigue atrayendo a miles de visitantes.
Decía al principio que Torija es
puerta, pero también es ventana. Un balcón privilegiado al resto de la
provincia a través de su castillo, convertido en el Centro de Interpretación
Turística de la Provincia de Guadalajara (CITUG) y una ventana a la que
asomarse hacia el oeste de su término municipal, desde el rostro de la Meseta
hacia la Campiña, la Sierra y Madrid, un mirador que compite con el del Cid en
Trijueque en belleza y amplitud de miras.
En el CITUG se desgrana imagen a
imagen, ruta a ruta, fiesta a fiesta, vianda a vianda… todo el abanico de
posibilidades turísticas de esta provincia. Con un diseño moderno y
perfectamente mimetizado con el edificio pétreo del siglo XV, cada una de las
estancias del castillo, que levantaron los Mendoza, es una invitación al paseo,
al recorrido lento y atento por una provincia que no tiene desperdicio y en la
que hay de todo, insisto: ¡de todo! para pasar un fin de semana. Hasta tenemos
el Mar de Castilla, el mayor número de kilómetros de “costa” de interior del
país, repartidos entre los nueve pantanos.
El CITUG es una visita obligada
para todo aquel que de verdad quiera saber qué esconde esta provincia, es como
este blog, pero de una vez y a lo bestia, eso sí, con la misma clase y talento,
es broma. Y además, en la Torre del Homenaje se levanta el que fue, no sé si
seguirá siendo, el único museo del mundo dedicado a un libro: “Viaje a la
Alcarria”. Las fotografías originales que Cela y el fotógrafo que le acompañó
en su recorrido en 1946 sacaron de los sitios por los que pasaban, los utensilios
usados o mencionados por él, mapas, muebles diseminados por las fondas,
retratos… todo el universo celiano encerrado en la torre de un castillo.
Pero crucemos el foso y salgamos
a la plaza empedrada, un verdadero monumento castellano, como lo es también su
plazuela porticada y las calles con edificios de piedra caliza, arcos y
dinteles barrocos.
La Carralafuente con su torreón, mirador privilegiado hacia el valle, siempre acompañada de su
moral encorvado, no por viejo sino por cotilla. La fuente del lavadero, donde
Cela escuchó cantar a unas mujeres mientras lavaban y que al ver al esmirriado
viajero se rieron de su triste estampa. La ermita, que encabeza la bajada a la
Fuente del Real, donde volveremos en un momento para ver dónde se crían las
hortalizas que vamos a comernos.
En la parte alta, la Picota,
símbolo de villazgo y justicia, restaurada, preciosa y la Picotilla, mojón con el que Carlos III abrió el camino hacia el Real Balneario de Trillo.
Y en el centro, altiva, la
torre de la iglesia, minarete de una joya de la arquitectura religiosa que en
su interior esconde un arco plateresco y una nave central de gran porte, varios
retablos y una bóveda con nervaduras.
Es mi pueblo, qué voy a deciros, pero,
sin pasión de hijo, merece la pena andarlo despacio y salirse del casco urbano
para ver algunas de sus fuentes, como la Fuente del Ardal que, como las dos
anteriores, necesitaría un poco más de atención y cuidados, pero que todavía
lucen lozanas y agradables. Camino del
Ardal, o del Espinazo del Asno como figura en los mapas, puede uno asomarse
hacia ese balcón que ofrece una mirada casi infinita, hasta que se tropieza con
los muros de la sierra o las torres de Madrid. Un paisaje limpio, austero,
ancho como esta Castilla nuestra.
Torija es ventana, es puerta y es
un hito, lo siento pero es así, un hito turístico provincial en forma de
castillo y un hito gastronómico. En el pueblo hay tres restaurantes: El Salero,
ubicado en la antigua fonda donde durmió Cela;
Las Cucharitas, en una de las callejas con encanto del pueblo y AsadorPocholo, junto a la plaza. En todos hay material para disfrutar, pero en este
blog hice la promesa de hablar de un paraje y un restaurante y la voy a cumplir,
tiempo habrá para hablar del resto, ustedes me sabrán perdonar.
Pocholo fue el primero. Es más,
antes de dar su nombre a un restaurante, Pocholo ya era un asador de fama
reconocida en la comarca por su peña de las eras, a las afueras del pueblo,
donde su hermano construyó un horno de barro con una vieja tinaja y él aprendió
a darle forma y gusto a la carne de los cabritos que se criaban por las
alcarrias y la sierra. Después vino la asadurilla, con cebollita y un pequeño
toque de pimentón, y las mollejas, refrititas, casi crujientes, un manjar, un
regalo de los dioses que tuve el placer de disfrutar junto a personalidades
como José Luis Sampedro, Javier Reverte, Joaquín Leguina, Juan Cruz y tantos
otros amigos que venían acompañando a Manu Leguineche, el padre de la tribu, alma mater del clan de la boina, como un
día nos bautizó Pérez Henares. ¡Días inolvidables!
Pues de aquellos fogones, estos
platos. De aquel choco nació un restaurante que ya se ha ganado fama en la
provincia por servir uno de los mejores cabritos asados que pueden comerse en
Guadalajara. Un restaurante familiar donde Miguel Ángel “Pocholo”, Carmen, su
mujer, Beatriz, Ana, Susana y Nanu, sus hijas, han sabido acompañar la comida
bien hecha de una considerable dosis de cordialidad, profesionalidad y cariño.
Cada uno aporta su granito de
arena en un negocio que no para de renovar su carta, sin perder el sentido
común. Con la base de la cocina tradicional se trabajan las carnes, la
hortaliza y los postres caseros, por favor no se vayan sin probarlos. Una de
las últimas aportaciones ha sido utilizar la hortaliza que ellos mismos crían
en el huerto de la Fuente del Real.
Agua de manantial fresca y sana y una tierra
donde ya cultivaron los monjes templarios en su antiguo monasterio, hoy
desaparecido. Un rincón excelente para que el pastel de berenjena tenga el
amargor justo sin dar escalofríos; para que la carne del tomate se pueda
masticar y la piel casi ni se note, ¡os
juro que existen esos tomates!, para que la judía verde se críe sin hebra y
tronche al cortarla y echarla en remojo,
y para que las cebollas y los calabacines pierdan su forma y se retuerzan entre
la tierra y la mata, como lo hacemos nosotros, pero de gusto, cuando les
hincamos el diente en la ensalada, a la plancha o en el guiso con el que nos
sorprendan las “Pocholas”. Todo un placer.
Y poco más que deciros. Así es
Torija, así es Pocholo y así de sencillo es llegar al paraíso: desde Madrid por la A2, dirección Zaragoza, sin dejarlo, hasta que, menos de una hora después, un castillo y
el olor a un cabrito asado ¡como Dios manda! os dé en los hocicos, perdón, se
os eche encima como una santa aparición. Que aproveche.
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Excelente presentación de Torija, como las de todos los pueblos, caminos y yantares que estás describiendo, amigo Pedro. Siempre estás viviendo la tierra desde la literatura. Enhorabuena
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