Hay ocasiones en las que uno, por un trozo de pan, sería capaz de remover el mundo. En el país vecino, el pan fue el detonante de la Revolución Francesa del siglo XVIII, que cambiaría el rumbo de la historia, y en Italia, la base de una “guerra” que sustentó a la economía fascista durante dos décadas.
La ruta de la que vamos a hablar
no la hice en busca de pan, tiempo habrá
de salir a encontrar esos viejos hornos dispersos por la geografía provincial.
No fui en su búsqueda, lo reconozco, pero me encontré con él y me di cuenta de
que pocos alimentos complementan mejor con todo, incluso con un paseo, como un
buen trozo de pan.
Después de pasear durante algo más de dos horas por las orillas del río Tajo, os puedo asegurar que encontrarse con un restaurante que sirve pan de leña, de los de antes, de los que aún conservan parte de la ceniza y la carbonilla en su base, es un placer indescriptible.
El que me llevé a la boca el pasado domingo en Sacecorbo, después de olerlo en un ritual obligado, era dúctil como un muelle, de miga blanquecina y densa y con la corteza parda, no rubia. Era un pan, pan, y de un bocado se convirtió en protagonista del viaje.
Después de pasear durante algo más de dos horas por las orillas del río Tajo, os puedo asegurar que encontrarse con un restaurante que sirve pan de leña, de los de antes, de los que aún conservan parte de la ceniza y la carbonilla en su base, es un placer indescriptible.
El que me llevé a la boca el pasado domingo en Sacecorbo, después de olerlo en un ritual obligado, era dúctil como un muelle, de miga blanquecina y densa y con la corteza parda, no rubia. Era un pan, pan, y de un bocado se convirtió en protagonista del viaje.
Si a un gallego se le pregunta
dónde está el secreto de un buen pan, nos dirá que en la silla. Es decir, en el
tiempo que llevan la elaboración de la masa, la fermentación y la cocción. Para
eso, los hornos de leña no tienen rival.
El del Hostal La Hoz de Sacecorbo se calienta, y una vez encandilado, tan pronto
se asa en él un cordero, como se cuece una hornada de pan o se hornean unas
tortas. Estos hornos tan antiguos como el hombre, son una especie a extinguir y
unas joyas de la gastronomía que hay que mimar por el bien de la humanidad. Si
me permiten, yo los declaraba “patrimonio mundial”.
Pero no debo dejarme llevar sólo
por dos sentidos, ¡cómo sabe y cómo huele el pan recién cocho! Insisto, no es
de recibo caer en la tentación de acercarnos al Parque Natural del Alto Tajo y
olvidarnos de dar rienda suelta a los otros tres sentidos corporales, que nos serán
muy necesarios para disfrutar, como se merece, de esta ruta. Agarremos pues la
garrota con las manos para que nos transmita la verdad de la tierra;
disfrutemos del espectáculo visual de las hoces del río y gocemos con el sonido
del agua embravecida que baja hasta la Alcarria.
Quien no ha visto el Hundido de Armallones
no conoce el Alto Tajo. El Salto de Poveda de la Sierra, las inmediaciones del Puente de San
Pedro o el entorno de la Herrería, en Peralejos de las Truchas, son, entre
otros muchos parajes, rincones imprescindibles de este Parque. Pero si tengo
que elegir uno, me quedo con el Hundido. Bien acercándonos a la orilla desde el
mirador de Armallones, bien desde el pueblo de Ocentejo, la ruta que hoy os
propongo es un espectáculo.
De Guadalajara a Ocentejo hay 90 kilómetros de distancia, una hora, a la que hay que añadir media más si se acerca uno desde Madrid. Obligatoriamente hay que pasar por Cifuentes y allí tomar la carretera que, por Canredondo, se desvía después hacia Sacecorbo y baja hasta Ocentejo. En la plaza dejamos el coche y tomamos el camino, perfectamente señalizado, que nos baja al río. Caminamos ya entre huertas y frutales por una pista de tierra que tiene por acera una acequia con la que se regaba la tierra.
Según nos acercamos al agua, el paisaje se nos echa encima, como si intentara acorralarnos. Lo que al principio era una mancha verde de pinar coronada con una cresta de piedra, se ha convertido de pronto en un talud, en un tajo violento en el que apenas pueden sujetarse los pinos, que se agarran a las piedras con sus nervosas manos huesudas. El ruido del agua acompaña la escena con una banda sonora que suena a bronca. Es invierno y el río baja con prisa. Inmerso en su algarabía de voces se estampa contra las rocas, que el tiempo ha ido arrastrando al cauce y dificultan el paso del agua, produciendo un eco distante. El Hundido de Armallones es naturaleza en estado puro, salvaje, hiriente, desgarradora.
A pesar de estar ya en diciembre,
o tal vez por serlo, la luz es clara, oxigenada, casi se respira. La cámara de fotos agradece
los rayos de sol, lo suficientemente altos, para no molestar, y distantes para
no quemar el paisaje. El Hundido está solitario, el agua no deja que esté
silencioso. En nuestro recorrido nos encontramos con Lourdes y Pedro, una
pareja de navarros que llevan unos días recorriendo la provincia y dicen
haberse quedado sorprendidos con la belleza del Hundido. Les invito a que lean
este blog y conozcan otros rincones de la provincia de Guadalajara. Estoy
seguro de que lo harán y volverán a vistarnos.
Es hora de darnos la vuelta. Nos hemos
acercado ya hasta el segundo mirador natural y se nos echa encima la hora de
comer. Ya vale por hoy, aunque si esto fuera Galilea, más de uno construiría
tres chozas.
En Ocentejo hay un restaurante,
“Alegre”, pero está cerrado. Había oído hablar de que sus cocineros tienen buena
mano e improvisan excelentes platos de temporada. No puede ser y nos acercamos
hasta Sacecorbo: acierto pleno. Allí nos reencontramos con el pan de verdad, no
insistiré, y con un asado más que digno, recomendable. Pero me vais a permitir
que le rinda un pequeño homenaje a los torreznos. Si os acercáis no dudéis en
pedirlos, están buenos hasta fríos. El Hostal La Hoz es un local sencillo pero
cuidado, con sabor a sierra y un horno que invita a comer, sin duda el lugar
ideal para reponer fuerzas y disfrutar de una comida alcarreña de las de toda
la vida.
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