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martes, 10 de marzo de 2015

El Olivar, la atalaya perfecta



La ruta que os propongo hoy es una vista al “mar” de interior, es el recorrido por una atalaya. Son muchas las vistas al pantano de Entrepeñas, muchos los cerros desde donde puede verse el agua del Tajo serpeando entre las laderas, basta con adentrarnos en la Alcarria.


Si nos asomamos al pueblo de Alocén, por ejemplo, el agua se recoge en un barranco y rara vez deja los tonos verdes o azulados, según la época del año, por muy seco que baje el río o por mucho que se trasvase a Murcia. La vista es hermosa. Convertida en mirador y orgullo de un pueblo que gusta de apoyarse en su paisaje para llamar a los visitantes.


Pero si en el mirador de Alocén el agua y sus orillas se nos echan encima queriendo impresionarnos, en El Olivar el paisaje de agua, tierra y olivares se pierde en la distancia abriendo a nuestros ojos un horizonte de contrastes.




Hoy nos quedamos en El Olivar. Media hora de coche nos separan de Guadalajara por la carretera de Cuenca hasta llegar al cruce de El Berral donde tenemos que desviarnos a mano izquierda y en pocos minutos un letrero nos avisa de que estamos llegando al pueblo. Una vez allí, dejamos el coche en la plaza, junto a la iglesia o en alguna de las calles aledañas y echamos a andar.


El Olivar es un pueblo modélico. Se conservan las casas uniformes de piedra caliza, gracias a la iniciativa empresarial llevada a cabo hace más de 30 años por un grupo catalán especializado en acondicionar casas de campo como residencia de fin de semana.



Aquella iniciativa sirvió para que el pueblo se convirtiese en referente de la reconstrucción bien entendida. Hoy, en El Olivar, lugar de peregrinación para quienes quieren asomarse al Tajo, hay dos restaurantes y varias casas rurales con los que satisfacer la demanda del turista. Es un claro ejemplo de la importancia de este sector en la lucha del hombre por contener la despoblación de los municipios.


Cuando el año viene de lluvias, el Tajo se convierte en un mar denso y claro que acaba fundiéndose con el azul del cielo. Si viene seco y generoso en “donaciones” a Levante, como éste, los distintos tonos ocres se entremezclan con líneas azuladas que van esquivando los pequeños olivos alcarreños.


Os recomiendo dar una vuelta alrededor del pueblo buscando el perímetro, el borde que nos asoma al barranco del pantano. Las inmediaciones de El Olivar son una perfecta atalaya. Al fondo, muy en la distancia, se ven pueblos ocupando espacios perdidos, dos chimeneas lanzando vaho a las alturas, otras dos mostrando su voluptuosidad tetuda y desafiante, y montes de encinas y carrascas bajo las que se adivina una vida inquieta de animales sin reposo. Todo parece compuesto a propósito en este mosaico alcarreño rematado con la siempre sugerente figura del Tajo bajo nuestros pies.




En el interior del pueblo, el paseo nos obliga a dirigir la vista más cerca. Dinteles y fachadas de piedra, rincones resguardados adornados con parras y poyatos, pequeños huertos, enrejados, balconadas, puertas centenarias… El Olivar es un pueblo de diseño, estamos de acuerdo, pero no se nota. Tiene vida y eso le hace auténtico.



Para comer hay dos restaurantes Nacha, que cierra los meses duros del invierno y que ofrece los fines de semana una comida elaborada, sin perder la materia prima de la tierra;  y Moranchel, también en la plaza, donde Eulalio y su familia ofrecen a diario y en los fines de semana un buen ramillete de platos suculentos como las mollejas, el rabo de toro, las manitas de cerdo, la perdiz escabechado, la carne a la brasa… Buen provecho¡¡¡


martes, 9 de diciembre de 2014

La Fuente de la Cueva, el manantial de los visigodos


El agua siempre atrae y sorprende. En nuestro anterior viaje a Albalate de Zorita José María Camarero nos habló de una fuente, ya ubicada en término de Zorita de los Canes, de la que se abastecían los visigodos asentados en la vecina Recópolis. Aunque tenían el río Tajo a sus pies, el agua que consumían bajaba  desde la Fuente de la Cueva, con buena lógica, y no subía desde el cauce del río. Transcurría durante varios kilómetros a través de una conducción ingeniosa y cuidada, hasta llegar a la ciudad fundada por Leovigildo.


La ruta de hoy va en busca del agua bendita de los visigodos, y en concreto de un salto de agua junto a una cueva donde, nos dicen, puede apreciarse el abundante caudal del arroyo. Cuenta José Camarero, historiador y conocedor de la historia de esta comarca, que en el valle hubo más de 20 molinos movidos por el mismo cauce, hasta que los calatravos obligaron a utilizar solamente dos. Cuestión de economía. Es decir, que el agua que brotaba del paraje conocido como El Noguerón, en las inmediaciones de Albalate de Zorita, hacía competencia al Tajo y con generosidad acababa entregándole sus aguas, nada despreciables.


El camino que tomamos, desde el mismo pueblo, parte en dirección a la vega por una pista amplia y confortable. Es un paseo abierto, ideal para recorrer en los días soleados de otoño e invierno. Los campos de olivo nos acompañarán durante todo el trayecto. Nos encontraremos dos cruces y tomaremos siempre el camino de la derecha, sin dejar la pista principal. Luego veremos otros dos cruces, y optaremos por la mano izquierda, no tiene pérdida, la pista manda.


Nada más salir del pueblo, un campo de cañaverales nos indica abundante agua en el subsuelo. Allí es donde nace el arroyo que parte hacia Recópolis. Nosotros seguimos nuestro camino. A lo lejos vemos la línea azul del Tajo, que por esta tierra pasa tranquilo, casi quieto y sin árboles en la ribera que impidan ver su cauce.


Cuando llevamos media hora andada, después de bajar una cuesta pronunciada, veremos una valla metálica y un letrero que nos indica la Fuente de la Cueva. Nos adentramos entre los olivos, que ahora son altos, casi andaluces gracias al regadío, y nos encontramos con una enorme cueva que parece pensada para rodar películas de tribus primitivas. Desde que dejamos el camino, el ruido del agua nos guía incluso mejor que la senda.



Junto a la cueva hay unos bancales de huerta y olivos, perfectamente trazados con muretes de piedra y detrás un salto de agua de varios metros que sorprende por su fuerza y su caudal. Ahora entendemos lo de los 20 molinos. Han pasado casi dos milenios desde que los visigodos aprovecharon este manantial y sigue intacto.



En las inmediaciones de la cueva, José Camarero nos descubre otra cueva más pequeña con una silla labrada en su exterior, desde la que sus antepasados vigilaban la vega. Algo más allá, de regreso hacia el camino están los restos de uno de los molinos, el que se conoce como “El de papel” y más allá aún, la pista por la que seguimos rumbo a Recópolis.



Antes de llegar a la ciudad visigoda nos detenemos en el margen derecho para ver los restos del viejo acueducto, que salvaba los desniveles del suelo para llevar el agua a su destino y la cantera donde se cogieron las piedras para hacer los sillares de la vieja ciudad, hoy convertida en una de las excavaciones visitables más interesantes de Castilla La Mancha. 



Aquí termina nuestra ruta, en el centro de interpretación de Recópolis. Hemos andado algo más de una hora y cuarto. Si no hemos dejado coche para volver, retomaremos el camino andado hasta Albalate de nuevo. De regreso, hemos aprovechado para escuchar de boca de nuestro cicerone la gran acogida social que han tenido los actos organizados con motivo del V Centenario del hallazgo de la Santa Cruz de Albalate de Zorita, una reliquia hermosa, de amplia historia que es la pieza central de una exposición que puede verse en el Museo Diocesano de Sigüenza hasta finales de año.



Nos hemos merecido un buen almuerzo. Os voy a dar otra grata sorpresa. Coged el coche y dirigíos a Nueva Sierra, la que dicen es la urbanización más grande de España, más de 100 kilómetros de calles. En la entrada habrá un control, decimos que vamos al “Rincón de la Espe”. No tiene pérdida, está en la calle central de la urbanización. Es un lugar especial, que no deja indiferente a nadie.





 Está atendido por Marco y Alberto, dos anfitriones de primera. Alberto y Espe, la madre de Marco, se encargan de la cocina. Es una cocina diferente, con toques orientales que van acordes con el ambiente, pero sin perder de vista los platos tradicionales. Su apuesta es un menú de 15 euros, en el que se incluye de todo: un buen vino, un aperitivo y un “prepostre “, un detalle de originalidad.




Para que os hagáis una idea: una deliciosa copa de caldo de cocido y un pequeño cuenco de pisto de aperitivo; sopa mallorquina de repollo y sobrasada digna del mejor chef, de primer plato. Un pollito picantón asado, casi crujiente acompañado de melocotón, granada y pera,  con su salsa, de segundo. De “prepostre” un bocado de queso con membrillo y un “Esperancito”, la versión alcarreña de los “Miguelitos” de La Roda, de postre,  todo ello casero y delicioso. Un menú original, distinto, que varía todos los días. Abre sólo los fines de semana y festivos, con lo cual no hay excusa para no acercarse a disfrutar. Os aseguro que merece la pena.

martes, 24 de junio de 2014

Viaje a las carrascas centenarias


En la Oficina de Turismo de Cifuentes hace tiempo que organizan unas rutas de senderismo, Jornadas de Patrimonio las denominan, con las que pretenden dar a conocer el entorno del pueblo y de sus pedanías. Es una buena idea, la mejor si se quiere conocer el corazón de la Alcarria, el centro geográfico de esta provincia. El otro día compartí con ellos una de esas jornadas, un viaje que desde Oter nos llevó a conocer el pueblo de las carrascas milenarias: Carrascosa de Tajo. Un paseo de apenas tres horas (5,5 kilómetros), cómodo pero no facilón y muy didáctico. Una arqueóloga y un geólogo nos enseñaron a mirar el paisaje con otros ojos. Insisto, una buena iniciativa que continuará al año que viene, interesaos.



Oter es un pueblo pequeño con muchas huertas y un entorno natural privilegiado.  Es el único pueblo que conozco que presume de tener la campana de su iglesia más cerca del suelo que del cielo. En las casas hay señales sobre las puertas que nos hablan de su antigüedad. De su vega parte un camino, junto a una fuente y un lavadero, que nos lleva hasta Carrascosa, atravesando una pequeña sierra, La Sarrazuela, llena de sorpresas. El camino está bien señalizado, no tiene pérdida y es cómodo, pero no es fácil porque las sierras, por pequeñas que sean, hay que subirlas y en este tiempo el calor no es buen aliado.






Nada más dejar la fuente empezamos a subir repechos, y pronto también, comenzamos  a disfrutar de miradores privilegiados sobre el corazón de la Alcarria. Un consejo, siempre que uno se para en un mirador natural tiene que lanzar la vista a los cuatro puntos cardinales o se perderá parte del embrujo. En nuestra parada, Luisa y Enrique, los guías, nos enseñan a distinguir entre la piedra caliza de los primeros kilómetros y los cantos rodados que presagian una tierra más arcillosa. El camino que pisamos era una antigua vía medieval, hay quien dice que romana, marcada en los flancos por losas de piedra hincadas en el suelo, a modo de quitamiedos para los carros.






Caminando, disfrutamos de la sombra de las carrascas y los pinos, del olor del romero, del tomillo y de la salvia y del vuelo de águilas y buitres leonados. Al coronar un cerrete se ven las Tetas de Viana y varios barrancos como el Estrecho del Orao y el Barrancazo, que hacen las delicias de los cazadores. Nos enteramos entonces de que las Tetas son unos cerros testigo (como La Muela de Alarilla o el alto de Torija) que nos indican dónde se encontraba el nivel del agua antes de que esta tierra dejara de ser un mar. De ahí para abajo, fue la erosión de los ríos, del viento y del tiempo la que talló  estos valles tan hermosos que forman el paisaje único de La Alcarria.





Antes de descender, decidimos entre todos, y somos más de medio centenar, hacer un alto en el camino, tomar un tentempié y buscar una sombra donde relajarnos. Ya sentados, vemos trabajar a las abejas que, como nosotros, no paran de picotear, se hartan de libar entre las florecillas. En esta mañana de primavera están más activas que nunca.

Lo que nos queda es lo más fácil, bajar hacia la vega de Carrascosa. En esta ocasión no llegaremos al río Tajo, nos quedaremos en el pueblo disfrutando de su hermosa iglesia románica, vinculada durante siglos al monasterio de Santa María de Óvila, en las inmediaciones de Trillo. Un monasterio marcado por la desdicha, cuyo acceso, después de mucho pleitear, ha sido abierto por sentencia judicial contra unos propietarios que se empeñaban en vallar el campo, ¡qué manía!




Si os quedan fuerzas y tiempo es recomendable una visita a las cuatro carrascas centenarias: De la Cruz, De los Eros, Dehesillas y Valdigermo. A esta última, la más antigua, dicen que tiene más de mil años, nos acercamos antes de subir al pueblo y se nos abre la boca embobados y sorprendidos de sus proporciones. No tenemos tiempo de más, pero prometemos volver a Carrascosa y ver las otras tres carrascas, aquí os dejo una foto prestada de la que se conoce como Carrasca de la Cruz, y acercarnos al Tajo para ver el Molino, la antigua balsa que cruzaba a Morillejo y el puente romano.





Ahora toca acercarse, acompañados de Pablo, alcalde pedáneo, a recorrer el pueblo y a visitar una de las muchas bodegas particulares que hay distribuidas en las faldas de las laderas que rodean Carrascosa. En concreto, visitamos la bodega de Gerardo, que sigue festejando con los amigos buenas tardes de vino y viandas, e incluso una vez al año hace pan artesano en su horno para disfrute de todos.





Para comer os recomiendo ir a Cifuentes. Ni en Carrascosa ni en Oter hay restaurante. Por supuesto, es conveniente llevar dos coches y dejar uno a primera hora de la mañana en el final del trayecto, para regresar con prontitud si el hambre aprieta. Nosotros tuvimos la suerte de contar con los vehículos del Ayuntamiento de Cifuentes que llevaron a Oter a los conductores, cosas de los viajes organizados, para recoger los vehículos en el punto de partida.



¿Y dónde comer? En Cifuentes hay buenos y variados locales, hoy hablaré de La Esquinita. Se trata de un mesón con un lema claro: “Buen jamón y buena brasa indican buena casa”. Su mejor escaparate: el cerdo, al que sacan todo su provecho entre mediados de enero y la primera semana de abril en las jornadas gastronómicas del cerdo; y la brasa, que siempre garantiza una carne sabrosa, bien del somarro del cochino o de los corderos y cabritos de la zona. Además cuenta con una terraza fresca y apetecible en verano. Gachas y buenas ensaladas, según temporada. Un sitio agradable con menú para el que quiera, y buena relación calidad, precio. ¡Salud!

martes, 13 de mayo de 2014

"Mamar" en las Tetas de Viana



En la Alcarria se dice que las Tetas de Viana muchos las ven pero pocos las maman. Es más, Camilo J. Cela, en plan fantasma, dijo que eran las únicas tetas que se le habían resistido en su vida. Quiso subirlas en globo y se estampó en el intento. Os aseguro que alcanzar la cima no es para tanto,  y no hace falta hacerlo en globo, por eso os propongo ir a “mamar” a las Tetas de Viana, subir a la punta del pecho de la Alcarria y desde allí contemplar uno de los espectáculos más hermosos y sensuales  de la provincia.


Andando, desde Trillo, tardamos  2 horas y 15 minutos en coronar la única “teta” accesible hasta la cumbre. Caminata tranquila, disfrutando del paisaje y haciendo fotos, eso sí, más de una hora ascendiendo. Bajar supone 1 hora y 15 minutos cuesta abajo, a ritmo de descenso, ligero. No es una ruta para hacer con cochecito, pero cualquiera puede subir. Quien prefiera las cuatro ruedas, puede acercarse hasta Viana de Mondéjar  y  tomar una pista transitable que se pone al pie de la roca, desde allí arranca la escalera que corona la cima. Ahora bien, merece la pena pasear por el quejigar que rodea a estas dos montañas.


Al llegar a Trillo cruzad el puente del río y continuad con el coche la cuesta arriba, sin dejar la calle Camino de Viana, que es continuación de la boca del puente. Subid hasta que se termine el asfalto. Antes, un indicador os señalará la pista de motocross, eso quiere decir que vais por buen camino. Nada más pasar las casetas de las pistas, dejad el coche. Veréis un cartel señalizando la ruta y una serie de indicadores que os acompañarán durante todo el camino. Es imposible perderse, está perfectamente señalizado. Llevad calzado apropiado, agua y un par de manzanas para recuperar fuerzas.


El comienzo de la caminata es prometedor. Bajo nuestros pies se ve el valle del Tajo, el balneario de Carlos III y el complejo turístico de El Colvillo. Tres reclamos únicos para una zona en la que el agua y el bosque mediterráneo se dan la mano entre roquedales y vallejos.






La segunda sorpresa será la Entrepeña. Nuestro camino atraviesa una enorme roca antes de emprender rumbo hacia el monte. A partir de aquí caminaremos entre quejigos, encinas, romero y algún que otro pino, bajo una espesa y agradable sombra que, ya en este tiempo, alivia el paseo. La primera hora es tranquila, cómoda, llana, salvo algún que otro ascenso de poca importancia. En la segunda, el desnivel se acentúa y hay que tomárselo con más calma. Pero que no se asuste nadie, la senda está bien marcada y trazada con sentido común.



Andamos por la Alcarria más genuina, por una vieja ruta que transitaron pastores y comerciantes apoyados en sus bestias, con las alforjas cargadas de miel, aceite, aguardiente o telas. De cuando en cuando se hace un claro en el monte, es un cruce de caminos donde no cabe la duda, hay que seguir hacia arriba, hasta que la sombra de las tetas no nos deje ver más allá. De pronto el monte se abre y aparecen a un lado y otro las crestas que le culminan. Ya hemos llegado.



Un indicador nos señala la escalera de la “redonda”, la única cumbre accesible. Se trata de una escalera metálica, protegida y segura que con apenas 25 peldaños nos acercan a la explanada, una pradera enmarcada por rocas que se precipitan hacia el suelo. Es el momento de disfrutar. De pasear alrededor de la cumbre y contemplar a lo lejos la inmensidad del paisaje. En cada punto cardinal un horizonte distinto. Las Sierras de Ayllón y Guadarrama, el Moncayo, el Alto Tajo, La Alcarria en su grandeza. Pocos balcones se asoman al mundo con tanta belleza como las Tetas de Viana. Junto a los otros dos vértices: Ocejón y Alto Rey, forman el triángulo geodésico de nuestra provincia. Aprovechad, disfrutad y cuando ya el hambre os arrecie emprended el camino de regreso.





En poco más de una hora estaréis de nuevo en Trillo y allí os aconsejo que paréis en la cascada que se forma en la desembocadura del río Cifuentes en el Tajo, nada más pasar el puente. Un lugar fresco, sonoro, con una terraza abierta y cubierta, a gusto del consumidor y de la estación del año. La cafetería restaurante se llama Víctor (Tfno. 949 815327/650644377. No tiene página web), está recién restaurada, con gusto. Un sitio amplio, cómodo, con buena brasa y un estupendo bacalao confitado con crema de piquillos. También hay raciones: oreja a la cazuela y sartén de huevos, entre otras; ensaladas, asado de encargo y un menú diario. Una buena oferta gastronómica con la mejor de las salsas: descansar y charlar junto a la cascada del río. Un día perfecto. ¡Salud!