martes, 10 de diciembre de 2013

Herrerría, el monte de piedra



Hay ocasiones en las que el camino nos sorprende, empezamos a andar sin saber muy bien qué nos encontraremos a nuestro paso y de pronto asistimos a un espectáculo único. Me pasó en Balbacil cuando descubrí el Regatillo y en Baides al pasear por el Museo del Ferrocarril al aire libre, camino de la estación. Pero otras veces es al revés, sales en busca de un rincón único, con una referencia precisa y te encuentras con que de lo dicho apenas queda nada. Eso sí, siempre, siempre merece la pena el viaje y en ocasiones es más reconfortante que la meta en sí. Os cuento.


Tenía noticia de que por las inmediaciones de Molina de Aragón existía un bosque petrificado, un paraje donde los fósiles eran tan abundantes que los había incluso de troncos de árboles completos. Sin duda era excusa más que suficiente para recomendar una visita a un pueblo, Herrería, que cuenta con un poblado celtíbero visitable, un pequeño parque arqueológico que nos enseña cómo vivíamos hace 2.600 años.
Herrería se encuentra a una hora aproximadamente de Guadalajara por la N-211, es decir, la carretera que desde Alcolea del Pinar lleva hasta Molina de Aragón y después se adentra en Teruel. El pueblo está al pie de la carretera y El Ceremeño, que así se llama el cerro en el que se encuentra el poblado, a mano derecha, a cien metros de la última casa.



Por supuesto, antes de echar a andar en busca del bosque de piedra, recorremos el recinto de este yacimiento arqueológico, descubierto hace 30 años, que reproduce un poblado del año VI a. de C. Aconsejo leer los paneles informativos a medida que andamos entre las calles, para sacar el jugo a esta visita. Aprendemos cómo se distribuían las viviendas de manera ordenada y eficiente para protegerse del frío o del calor y ganar en seguridad, toda una lección de vivienda sostenible, hoy tan de moda. Nos sorprende la perfecta delimitación de la muralla que protegía el poblado y la orientación de las entradas y salidas del recinto, perfectamente pensadas para evitar sorpresas. Interesante visita pues, que se completa con un pequeño centro de interpretación situado en un local del Ayuntamiento, que no siempre está abierto, pero que preguntando por los responsables municipales no suele haber problema para visitarlo. Herrería es un pueblo pequeño y todo está a mano.


Pero es hora de dejar El Ceremeño, cruzar la carretera y encaminarnos hacia el monte de pinos y sabinas que rodea el pueblo por la parte norte. Nos acompaña Esteban, un vecino ya jubilado que ha trabajado toda su vida en el campo. La resina, la labor, el ganado y la mina han sido sus ocupaciones desde que se vino de Barcelona, a donde fue en busca de una vida que al final le decepcionó y le obligó a regresar. Si alguien se conoce bien el término de Herrería ese es Esteban y, para corroborarlo, nos acompaña su hermano Bernardino, su mayor valedor. Con ellos recorremos un monte hermoso, que durante 5 kilómetros de camino por una pista forestal, nos llevará a nuestro destino.





Es curioso comprobar cómo árboles y rocas se han ido acomodando unas a otras a lo largo de los siglos. Los caprichos de las piedras areniscas por estos montes son un regalo del que sólo se puede disfrutar caminando entre los pinos y las sabinas. Esteban nos señala los parajes: La Piedra del Rancho, Los Peñones… el Pino del Sacristán… que no llegamos a ver porque está inaccesible, pero que es el único que se libra de las talas por respeto a un viejo servidor de la iglesia.


Caminar con un guía como Esteban es un lujo. Se conoce cada palmo del terreno, distingue la sabina, alta, arrugada y con su copa en forma de llama, del “sabinejo romo”, más sencillo y retorcido, pegado al suelo, buscando el resguardo. Llevamos una hora andando y no nos hemos dado cuenta escuchando a Esteban, que nos señala ahora el paraje donde se estrelló hace unos años un avión militar en el que murieron siete personas. Un trágico accidente que alteró durante varios días la vida apacible de las gentes de Herrería y de los pueblos de alrededor. Sin avisar, nuestro Cicerone se para y nos señala en el suelo lo que fue un cepellón de árbol hoy convertido en piedra.



No hay que tener mucha imaginación para comprobar que lo que hoy es roca fue en su día un árbol, pero está muy deteriorado. Nuestros acompañantes nos dicen que la mano del hombre ha sido agresiva con este paraje, que no hace mucho tiempo había más troncos enteros, pero que se los han ido llevando los vecinos y los que han venido de fuera, de manera que hoy sólo queda un referente difícil de arrancar, pegado al suelo como un emblema de lo que fue en su día un bosque petrificado.
No puedo disimular mi decepción, no por la visita, el paseo ha sido una delicia que recomiendo, sino por la necedad del ser humano, capaz de acabar con obras insustituibles que han tardado miles de años en hacerse. No tenemos remedio.



Durante el camino, Esteban nos ha hablado de una mina de oro, plata y sobre todo hierro, en la que él estuvo trabajando, la que sin duda ha dado nombre al pueblo. Está a un kilómetro escaso de donde nos encontramos, monte arriba, y nos decidimos a visitarla. Los edificios que formaban la mina están en ruinas, el paraje, desolado tras siglos y siglos de explotación minera. Ahora sólo quedan unos cuantos agujeros en el suelo, bocas de minas peligrosas y profundas, y un mirador natural hacia la sierra molinesa que justifica la visita.


Tras darnos un baño de paisaje regresamos al pueblo, ya cuesta abajo, con idea de ir a comer a Molina de Aragón. La oferta gastronómica de Molina de Aragón es variada y, salvo excepciones, se apuesta sobre seguro. La Ribera, El Castillo o Marisquería Rafa, son locales recomendables, cada uno en su estilo, todos con una cocina muy de la zona, de productos de temporada y raciones generosas. El Castillo ofrece una cocina más elaborada pero ajustada en cuanto a calidad y precio. Hoy nos detenemos en El Catacaldos, un antiguo convento de monjas Ursulinas rehabilitado con gusto y con un comedor muy agradable, además de una amplia zona de barra para tapear.




La cocina es variada, según la época del año, pero la carrillada de ternera, el paté, los productos de caza y lo postres caseros no faltan nunca. Hinqué el diente a una carrillera de ternera y os puedo asegurar que fue el colofón de una jornada excelente por tierras molinesas. Venid y probad.


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2 comentarios:

  1. Hola veo que con este guía no te queda rincón sin examinar jajá es la mejor forma de conocer un lugar. Esa excursión la he realizado varias veces y al contrario desde Aragoncillo hasta las minas para llegar al bosque petrificado, que ciertamente es triste lo poco respetuosa que es la gente en general con lo que desconoce o no valora.
    Hace tiempo publique una entrada (sobre este bosque petrificado) si te apetece estas invitado. Es un blog que comencé tan sólo para dar a conocer un poquito de lo mucho que tiene esta tierra que no es la mía pero en la cual me siento muy cómoda.
    Sobre lugares donde comer veo que te dejas el asador de Rillo de Gallo donde hacen un asado tipo Aranda que esta de ensueño, el restaurante es sencillo, pero su asado no.
    Un cordial saludo desde Barcelona.

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  2. Aparte del Ceremeño hay otro yacimiento en el mismo casco urbano, creo que todavía no muy bien catalogado, al que llaman La huerta del marqués. Al hacer una canalización quedaron al descubierto muros y estructuras, aparte de un montón de restos cerámicos celtiberos y romanos. https://www.academia.edu/2186266/El_poblado_celtibero-romano_de_La_Huerta_del_Marqu%C3%A9s_Herreria_Guadalajara_

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