martes, 21 de enero de 2014

De Fuentelencina a la vega del Arlés



He de reconocer que la ruta que voy a proponer hoy tiene para mí un valor sentimental añadido. Se trata de  una visita a Fuentelencina, a su pueblo y a ese tranquilo y hermoso sendero alcarreño que es el camino de la Vega del Arlés. En este hermoso pueblo nació mi abuela y mi padre fue a la escuela por primera vez. A él me unen muy gratos recuerdos y a sus gentes debo agradecimiento y respeto por el cariño que siempre me han demostrado.





A Fuentelencina, como al resto de la provincia, le juega una mala pasada la carretera. Quienes transitan por la N-II creen que Guadalajara es un páramo con un pequeño oasis en el valle de Torija. Quienes lo hacen por la carretera de Pastrana se equivocan al pensar que Fuentelencina es un pueblo con una sola calle y un puñado de casas que miran al asfalto.



Para conocer este pueblo, que como su nombre indica es rico en agua y por tanto en vida, hay que hacer como hizo Manolete, dejar el coche y quedarse a disfrutar del paisaje y del paisanaje. En agosto de 1946 Eugenio Aguilar, mi tío, recogía, en una crónica escrita desde Fuentelencina, los quince días que el torero pasó en el pueblo junto a su novia Lupe Sino y sus amigos Juanito Padilla y Luchy Bronsalo. En ella asegura el periodista que Manolete no era un hombre misántropo, como decían las crónicas, sino que compartía frontón y charla con todos los vecinos, se bañaba a diario en la poza de Valdefuentes, hoy conocida como la poza de Manolete y que al despedirse el día 22 de julio de 1946  “con sus cordial sonrisa, fue estrechando la mano a aquella gente sencilla que se la ofrecía”.


Como vemos, el vínculo de Fuentelencina con los toros viene de lejos. No debe extrañarnos que unos kilómetros antes de llegar al pueblo hayamos visto, junto a la carretera, una finca cuidada, limpia y espectacular dedicada  a la cría de reses bravas y de caballos de raza árabe, se llama Cantinuevo. Aquí os dejo un video para que echéis un vistazo a las instalaciones y, si os gusta el ganado, os aconsejo que intentéis verla. Los dueños no suelen poner pegas, pero si llamáis antes por teléfono mejor, merece la pena.




Al llegar al pueblo os sorprenderá la plaza Mayor, sus soportales y sobre todo el Ayuntamiento, uno de los edificios más característicos de la arquitectura civil alcarreña con una doble galería, edificado en piedra y madera y con una original portada partida por una columna. En el recorrido no dejéis de visitar la iglesia y en su interior, el impresionante retablo de Francisco Giralte, sin duda una verdadera joya.



 

En todos los libros en los que se menciona a Fuetelencina, el agua ocupa un papel protagonista. No hay más que darse una vuelta por la Fuente de Abajo para darse cuenta de que el nombre del pueblo no es un capricho. Desde las inmediaciones de la iglesia se puede  acceder a ella. La véis debajo de los muros del templo si os asomáis al mirador que mira hacia la vega. Por allí continuará nuestro camino.





 Bajo la cornisa que dibuja la línea del pueblo sobre el otero, seis chorros de agua vomitados por cabezas de león tallados en piedra, arrojan al arroyo varias decenas de litros por segundo. Una riqueza incalculable que facilita la existencia de huertos a lo largo del cauce. La Fuente de Abajo está enmarcada por un recinto de piedra al que se accede por unas escaleras y donde también se encuentra el pilón del lavadero, con unas dimensiones propias de una piscina olímpica. Un ingenioso entramado de canales practicados en la piedra parten del último de los caños, conocido como el de “los menudos”, y sacan su agua fuera del recinto. Allí es donde las mujeres lavaban las tripas de los cerdos en los días de matanza. El agua turbia de la sangre del animal no caía en los pilones y marchaba derecha al arroyo, ingeniería hidráulica popular. Aunque el origen de este complejo acuático parece ser renacentista, tanto en su composición como en su génesis se ve la mano de los árabes, que tanta impronta dejaron en los vallejos de la Alcarria.



En Fuentelencina todavía se ven los restos de la Moracantana, mora encantada, un viejo torreón medio derruido en la ladera de un montecillo, donde se encuentra los restos de la vieja muralla que rodeaba el pueblo. Aunque sus orígenes bien pudieran ser cristianos, la tradición popular los relaciona con una leyenda árabe. A pocos kilómetros del pueblo, yendo hacia Tendilla, se encuentran también las cuatro piedras que quedan en pie del antiguo monasterio de La Salceda. Las ruinas están a varios kilómetros del pueblo y el paseo es demasiado largo para poder hacerlo en este mismo viaje. Os dejo un enlace para que sepáis algo más de la importancia que tuvo este cenobio.





 Pero bajemos de nuevo a la vega. Junto a la fuente parte el camino que desciende por el valle y que deja el arroyo a nuestra mano izquierda para, poco más adelante, cruzarlo y tenerlo ya el resto del camino a la derecha. Esta pista lleva hasta el río Arlés, donde desembocan las aguas del arroyo que forma el sobrante de la promiscua Fuente de Abajo. Son apenas cinco kilómetros tranquilos por una pista en buenas condiciones, a ratos con sombra y a ratos al raso, pero en todo momento disfrutando de un paisaje esencialmente alcarreño. Laderas de tomillo, romero y carrasca, y algunos chopos marcando la línea del agua. A medio camino nos encontramos con la Fuente de los perros, un rincón fresco y bien aprovechado donde podemos echar un trago.



Al llegar al río podemos darnos la vuelta y volver por donde hemos venido, o tomar el camino de Valdefuentes que lleva a las Pozas de Manolete, donde se bañaba el torero, para subir luego a la carretera de Pastrana y de vuelta al pueblo. Si optáis por esta segunda opción, preguntad antes de salir en el pueblo el punto exacto donde se unen  las dos rutas.




Toméis una u otra, lo que es seguro es que habréis hecho hambre. En Fuentelencina, además de un vermú agradable y animado en los bares de los soportales, hay dos restaurantes. Uno junto a la Fuente de Abajo, se llama Green Village y otro en la Plaza del Mediodía. 




El primero de ellos está dentro del albergue perteneciente a los hermanos agustinos, situado a las afueras del municipio. Se trata de unas amplias instalaciones, nuevas y cuidadas. Alquilan habitaciones y está abierto al público diariamente. En el restaurante sirven comida casera elaborada con buenas manos y abundantes raciones, migas alcarreñas impecables, buena carne y patatas, patatas, nada de congeladas. Atención especial al arroz con bogavante, un acierto. Muy recomendable en primavera, verano y otoño por las vistas y la excelente terraza, aunque el salón en el invierno es muy luminoso.  En cuanto al restaurante del pueblo, se conoce como Restaurante Fuentelencina y aunque no os puedo dar referencias directas, los responsables son unos veteranos restauradores que ya han regentado establecimientos en la capital. En otra ocasión nos detendremos en su cocina. Buen viaje.


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