He de reconocer que la ruta que voy a proponer hoy tiene para mí un valor sentimental añadido. Se trata de una visita a Fuentelencina, a su pueblo y a ese tranquilo y hermoso sendero alcarreño que es el camino de la Vega del Arlés. En este hermoso pueblo nació mi abuela y mi padre fue a la escuela por primera vez. A él me unen muy gratos recuerdos y a sus gentes debo agradecimiento y respeto por el cariño que siempre me han demostrado.
A Fuentelencina, como al resto de la provincia, le juega una mala pasada la carretera. Quienes transitan por la N-II creen que Guadalajara es un páramo con un pequeño oasis en el valle de Torija. Quienes lo hacen por la carretera de Pastrana se equivocan al pensar que Fuentelencina es un pueblo con una sola calle y un puñado de casas que miran al asfalto.
Para conocer este pueblo, que como su nombre indica es rico en agua y
por tanto en vida, hay que hacer como hizo Manolete, dejar el coche y quedarse
a disfrutar del paisaje y del paisanaje. En agosto de 1946 Eugenio Aguilar, mi
tío, recogía, en una crónica escrita desde Fuentelencina, los quince días que
el torero pasó en el pueblo junto a su novia Lupe Sino y sus amigos Juanito
Padilla y Luchy Bronsalo. En ella asegura el periodista que Manolete no era un
hombre misántropo, como decían las crónicas, sino que compartía frontón y
charla con todos los vecinos, se bañaba a diario en la poza de Valdefuentes,
hoy conocida como la poza de Manolete y que al despedirse el día 22 de julio de
1946 “con sus cordial sonrisa, fue
estrechando la mano a aquella gente sencilla que se la ofrecía”.
Como vemos, el vínculo de Fuentelencina con los toros viene de lejos.
No debe extrañarnos que unos kilómetros antes de llegar al pueblo hayamos
visto, junto a la carretera, una finca cuidada, limpia y espectacular
dedicada a la cría de reses bravas y de
caballos de raza árabe, se llama Cantinuevo. Aquí os dejo un video para que echéis un vistazo a las
instalaciones y, si os gusta el ganado, os aconsejo que intentéis verla. Los
dueños no suelen poner pegas, pero si llamáis antes por teléfono mejor, merece
la pena.
Al llegar al pueblo os sorprenderá la plaza Mayor, sus soportales y
sobre todo el Ayuntamiento, uno de los edificios más característicos de la
arquitectura civil alcarreña con una doble galería, edificado en piedra y
madera y con una original portada partida por una columna. En el recorrido no
dejéis de visitar la iglesia y en su interior, el impresionante retablo de
Francisco Giralte, sin duda una verdadera joya.
En todos los libros en los que se menciona a Fuetelencina, el agua ocupa un papel protagonista. No hay más que darse una vuelta por la Fuente de Abajo para darse cuenta de que el nombre del pueblo no es un capricho. Desde las inmediaciones de la iglesia se puede acceder a ella. La véis debajo de los muros del templo si os asomáis al mirador que mira hacia la vega. Por allí continuará nuestro camino.
Bajo la cornisa que dibuja la
línea del pueblo sobre el otero, seis chorros de agua vomitados por cabezas de
león tallados en piedra, arrojan al arroyo varias decenas de litros por
segundo. Una riqueza incalculable que facilita la existencia de huertos a lo
largo del cauce. La Fuente de Abajo está enmarcada por un recinto de piedra al
que se accede por unas escaleras y donde también se encuentra el pilón del
lavadero, con unas dimensiones propias de una piscina olímpica. Un ingenioso
entramado de canales practicados en la piedra parten del último de los caños,
conocido como el de “los menudos”, y sacan su agua fuera del recinto. Allí es
donde las mujeres lavaban las tripas de los cerdos en los días de matanza. El
agua turbia de la sangre del animal no caía en los pilones y marchaba derecha
al arroyo, ingeniería hidráulica popular. Aunque el origen de este complejo
acuático parece ser renacentista, tanto en su composición como en su génesis se
ve la mano de los árabes, que tanta impronta dejaron en los vallejos de la
Alcarria.
En Fuentelencina todavía se ven los restos de la Moracantana, mora
encantada, un viejo torreón medio derruido en la ladera de un montecillo, donde
se encuentra los restos de la vieja muralla que rodeaba el pueblo. Aunque sus
orígenes bien pudieran ser cristianos, la tradición popular los relaciona con
una leyenda árabe. A pocos kilómetros del pueblo, yendo hacia Tendilla, se
encuentran también las cuatro piedras que quedan en pie del antiguo monasterio
de La Salceda. Las ruinas están a varios kilómetros del pueblo y el paseo es
demasiado largo para poder hacerlo en este mismo viaje. Os dejo un enlace para
que sepáis algo más de la importancia que tuvo este cenobio.
Pero bajemos de nuevo a la vega.
Junto a la fuente parte el camino que desciende por el valle y que deja el
arroyo a nuestra mano izquierda para, poco más adelante, cruzarlo y tenerlo ya el
resto del camino a la derecha. Esta pista lleva hasta el río Arlés, donde
desembocan las aguas del arroyo que forma el sobrante de la promiscua Fuente de
Abajo. Son apenas cinco kilómetros tranquilos por una pista en buenas
condiciones, a ratos con sombra y a ratos al raso, pero en todo momento
disfrutando de un paisaje esencialmente alcarreño. Laderas de tomillo, romero y
carrasca, y algunos chopos marcando la línea del agua. A medio camino nos
encontramos con la Fuente de los perros, un rincón fresco y bien aprovechado
donde podemos echar un trago.
Al llegar al río podemos darnos la vuelta y volver por donde hemos
venido, o tomar el camino de Valdefuentes que lleva a las Pozas de Manolete,
donde se bañaba el torero, para subir luego a la carretera de Pastrana y de
vuelta al pueblo. Si optáis por esta segunda opción, preguntad antes de salir
en el pueblo el punto exacto donde se unen
las dos rutas.
Toméis una u otra, lo que es seguro es que habréis hecho hambre. En
Fuentelencina, además de un vermú agradable y animado en los bares de los
soportales, hay dos restaurantes. Uno junto a la Fuente de Abajo, se llama
Green Village y otro en la Plaza del Mediodía.
El primero de ellos está dentro del albergue perteneciente a los hermanos agustinos, situado a las afueras del municipio. Se trata de unas amplias instalaciones, nuevas y cuidadas. Alquilan habitaciones y está abierto al público diariamente. En el restaurante sirven comida casera elaborada con buenas manos y abundantes raciones, migas alcarreñas impecables, buena carne y patatas, patatas, nada de congeladas. Atención especial al arroz con bogavante, un acierto. Muy recomendable en primavera, verano y otoño por las vistas y la excelente terraza, aunque el salón en el invierno es muy luminoso. En cuanto al restaurante del pueblo, se conoce como Restaurante Fuentelencina y aunque no os puedo dar referencias directas, los responsables son unos veteranos restauradores que ya han regentado establecimientos en la capital. En otra ocasión nos detendremos en su cocina. Buen viaje.
El primero de ellos está dentro del albergue perteneciente a los hermanos agustinos, situado a las afueras del municipio. Se trata de unas amplias instalaciones, nuevas y cuidadas. Alquilan habitaciones y está abierto al público diariamente. En el restaurante sirven comida casera elaborada con buenas manos y abundantes raciones, migas alcarreñas impecables, buena carne y patatas, patatas, nada de congeladas. Atención especial al arroz con bogavante, un acierto. Muy recomendable en primavera, verano y otoño por las vistas y la excelente terraza, aunque el salón en el invierno es muy luminoso. En cuanto al restaurante del pueblo, se conoce como Restaurante Fuentelencina y aunque no os puedo dar referencias directas, los responsables son unos veteranos restauradores que ya han regentado establecimientos en la capital. En otra ocasión nos detendremos en su cocina. Buen viaje.
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