La semana
pasada murió Manu Leguineche, un gran viajero y un buen comedor. Compartí
muchas horas con él, mesas, sobremesas y algún viaje por España e incluso fuera
de la Península. Fueron experiencias inolvidables. Hoy en “Comer y andar…” quiero
recordar al maestro y al amigo. Estoy seguro de que si me transformo al coger
la garrota para echar a andar y luego escribir lo que he visto y sentido, es
decir, si existe este blog es porque antes he sido viajero de charlas y
sobremesas y he viajado literariamente con Manu y con sus hermanos viajeros,
entre ellos mi también amigo Javier Reverte. Ambos, Manu y Javier, me
prologaron mi primer libro “Vivir Guadalajara” y a ellos pertenece esta conversación
mantenida en Brihuega, hace ya algunos años, sobre el arte y la
necesidad de viajar. Es algo extensa pero merece la pena.
¿Por qué se
viaja?
Javier Reverte.- Se
viaja por dos razones, una por conocer, por descubrir mundos nuevos; y otra por
irte de casa, para huir. La huida es una parte muy importante de cualquier
viaje.
Manu Leguineche.- A
veces se tiene más claro por qué se va uno, que lo que busca al otro lado. A
partir de ahí existen una serie de terapias, como la de la huida u otras semejantes que son muy válidas. Otras
veces, como les pasa a los nuevos ricos, se viaja para hacer ver al vecino que
se ha llegado muy lejos. Y a partir de ahí llegan las postales, la exhibición
de diapositivas etc…
Diferencia
entre turista y viajero
JR.- El
viajero tiene un planteamiento muy abierto del viaje, ni sigue rutas trazadas
ni tiene las cosas demasiado claras. El verdadero viajero en el transcurso del
viaje cambia la ruta, bien porque se ha emborrachado y ha perdido un barco o
bien porque se ha enamorado. Un viajero no tiene un plan trazado. Lo que decían
los grandes aventureros de comienzos de siglo: “yo no viajo por el placer de
llegar a ningún sitio sino por el placer de ir”.
El turista va
con un programa mucho más trazado, un programa escrito que no quiere saltarse,
tiene un tiempo limitado y sobre todo le gusta comprar mucho. Mientras el
viajero, y más según pasan los años, no compra nada, incluso va tirando por el
camino cosas para ir más ligero de equipaje. Sin embargo, que no se entienda
como una crítica al turista, hay que viajar de cualquier manera. Lo importante
es salir de la madriguera y ver que el mundo es muy amplio.
ML.-Sí, existe
esa cosa compulsiva de comprar en los turistas, y luego el afán que tienen de
quejarse y comparar: ”¡Qué mala es esta comida… con lo rica que está la
tortilla de patata!”. El punto de partida debe ser siempre el sentido del humor
y la búsqueda de algo distinto en el arte de viajar. Hay que aprovechar que se
ha llegado tan lejos para disfrutar de las bondades, las virtudes y la cultura
de las emociones de esa gente, y dejar de mirarse al ombligo. Viajar es una
peregrinación hacia la humildad. ¡Y sobre todo el cronómetro, el viajero
auténtico debe prescindir de él!. Sabe cuando sale pero nunca cuando va a
volver, aunque hoy en día es muy difícil viajar de esta manera debido a los
trabajos y compromisos. Yo fui feliz cuando di la primera vuelta al mundo en
coche, porque me daba igual volver en el año 1964 que en 1969, no sabía qué iba
a pasar conmigo. Decidía que me encontraba bien en Calcuta, y mira que es
difícil, pues me quedaba allí. Iba descubriendo la ciudad, conocí a los directores de cine bengalíes y de
pronto me quedé. No quisiera llevar la contraria a Javier, pero creo que el
turismo ha hecho mucho daño, sobre todo en el aspecto físico. Por ejemplo, el
Gobierno nepalí tiene que limpiar una vez al año las laderas del Everest porque
las numerosas expediciones que van allí lo ponen todo perdido.
África
JR.- Si no te
transforma el viaje, si no te cambia de alguna manera, no es un viaje
interesante. Un viaje que no te aporta en el camino algo que ignorabas no es un
buen viaje. Yo tenía una idea previa al viajar a África, centrada en ver aquellos territorios
que habían pisado los personajes de los libros que yo había leído, esa idea del
África romántica que tenía desde niño, y me encontré con un África diferente.
También estaba el África de los paisajes impresionantes, de la naturaleza
bárbara … pero encontré seres humanos
que no me imaginaba que fueran así. Me refiero a la gente de la calle, no a
políticos o militares, que tienen un peligro tremendo. Cuando volví la última
vez del Congo (aquella no es ya la última), que casi me cuesta la vida, y
llegué al aeropuerto de Barajas y vi a unos guardias civiles, me dieron ganas
de besarlos.
ML.- Eso
explica el síndrome del Papa que siempre besa el suelo cuando baja las
escaleras del avión.
JR.- Descubrí
a la gente africana en el río Congo. En los trenes y en los autobuses hay una
gran alegría y mucha curiosidad, te preguntan por todo, “¿Qué hay en tu país?”,
“¿qué sucede allá?”… Todo eso me ha cambiado la opinión de África y me ha
cambiado a mí.
ML.- Es
cierto. Cuando di la vuelta al mundo y escribí “El camino más corto”, abrí el
libro con una frase de un filósofo que decía que lo mejor para conocerse a uno
mismo era dar la vuelta al mundo. Yo que venía de una aldea y de unas batallas
universitarias duras para la época, esa experiencia de salir para tres meses y
volver dos años y pico después, me cambió y me dio una lección sobre la vida
irrepetible.
¿Cuándo se
salta del reportaje al libro?
ML.- Creo que
el libro es una prolongación de nuestro trabajo. Los libros hoy duran poco en
las listas de más vendidos. En nuestro caso, que seguimos siendo periodistas,
es una forma de hacer un reportaje más amplio. Se nos queda corta la crónica e
incidimos más sobre el tema.
JR- Yo no veo
la diferencia entre el periodismo y la literatura. Lo que decía Conrad, “son
dos brazos del mismo río”, en definitiva es un problema de distancias. En un
periódico el papel es caro y hay que poner muchas cosas. A lo mejor te caben,
de una crónica, cuatro o cinco folios, si es que llegan y si es que el tema es
puntual e interesa. Sin embargo, si has estado en ese país durante un tiempo y
has investigado, has leído y has conocido gente, entonces te dices: aquí tengo
algo más. Pero la técnica de escritura puede ser la misma que la periodística,
menos urgente, pero la misma. Te puedes tirar dos mañanas pensando en el
adjetivo, pero nada más. La educación de muchos de los grandes escritores de
este siglo ha sido el periodismo y la lista es infinita. Un gran novelista
aprende en la vida, no en una mesa camilla. Genios como Kafka, que apenas salió
de su casa, hay poquísimos, es muy raro. El escritor de mesa camilla es muy difícil que llegue a ser
un Kafka o un Proust.
Nosotros, Manu
y yo, tenemos el gran privilegio de haber salido mucho, de haber conocido mucha
gente y en momentos terribles o divertidos, depende, el periodismo te permite
ver cosas que el resto de la gente no ve. Dsarrollas una virtud literaria, y es
que aprendes a echarle cara, si no has pasado por las redacciones no tienes
caradura. Yo recuerdo al principio, trabajando en la agencia EFE, me mandaron a
cubrir un asesinato. Me dijeron veta a casa del muerto, pregunta a la familia y
saca una foto o pídesela a ellos. Fui allí, vi a todo el mundo llorando y acabé
dando el pésame y sin pedir la foto. Volví a la redacción sin nada. Al verme
llegar me dijeron, ¿por qué no te dedicas a otra cosa?
ML.- En el
periodismo todo lo que hagas te enriquece. Miguel Delibes, en el Norte de Castilla, a Paco Umbral y a mí
nos decía que el periodismo es una cosa y la literatura otra. Nos lo decía para
ponernos en guardia ante la tentación de escribir demasiado bien y demasiado
largo. Tuve que castigarme mucho para no caer en el defecto, y me sirvieron
bastante ciertas entrevistas y los viajes que hice con el gobernador de
Valladolid de entonces, por aquellos pueblos, inaugurando fuentes. Comenzaba
sus discursos con la frase: “Cuando el sol cubre de rosa dorado estas lomas…”,
siempre decía lo mismo y teníamos que echarle imaginación para no hacer las
crónicas iguales. Aquella fue una experiencia necesaria, como las entrevistas a
los futbolistas que hice en mi juventud, preguntas breves, respuestas breves.
Me gustaba mucho el fútbol, de hecho jugaba en un equipo de regional e hice
muchas entrevistas deportivas. Me ha gustado mucho el periodismo, el acordeón y
las mujeres, pero lo que más me ha gustado siempre ha sido jugar al fútbol.
JR.-
¿Cambiarías por un gol en San Mamés todos tus libros?
ML.-
Exactamente.
JR.- Yo
también, pero en el Bernabéu … Fuera de bromas, Delibes tenía razón, venía a decir: chaval quita la retórica y olvídate.
El joven que empieza a buscarse un camino de escritor tira hacia la retórica,
hacia las frases ampulosas. El escritor que aprende en el periodismo va a la
sustancia, a la esencia de las cosas y eso es muy positivo literariamente.
Los
periodistas se han convertido en este
final de siglo en los nietos de los escritores de viajes del siglo XIX?
JR.- No, creo
que no. Lo que pasa es que la literatura del XVIII y XIX hoy no se puede hacer, además el periodista
viaja con urgencia, siempre tiene prisa. El periodismo de viajes no existe como
tal, porque cuando te mandan a cubrir una noticia o a realizar un viaje, vas
pagado por alguien en concreto que quiere algo en concreto y en un tiempo
concreto.
Es curioso
porque en una ocasión una cadena de hoteles me encargó un reportaje en Santo
Domingo y al llegar al hotel se disculparon porque no me habían mandado una
persona a recogerme al aeropuerto, por si me pasaba algo. Ya ves, en Santo
Domingo, el sitio más tranquilo del mundo. Es un ejemplo de lo distinto que es
todo esto a viajar en serio.
ML.- Cuando
fui al Amazonas para hablar con el protagonista de mi libro El precio del paraíso, un aragonés
excepcional, perdido en una zona selvática, según bajaba del avión oí a unos
jóvenes que gritaban: “¡Aupa Manu!”, vestidos con camisetas del Atletic, eran
de Bilbao. Llegas a un sitio y te das cuenta de que no es posible la búsqueda
virginal y primeriza de la aventura, está todo copado. El tiempo es
fundamental, este es un negocio muy caro y además dura poco, porque todo va tan
rápido que cuando quieres tomar tierra ha surgido otro frente, generalmente
abierto por la CNN a doce mil kilómetros de distancia.
JR.- Fijaos
qué diferencia con el periodismo del siglo XIX cuando a Stanley le dice el
propietario de su periódico: váyase usted a buscar a Livingstone, que estaba
perdido en África, pero antes pase por la India, por Egipto… Un viaje que duró
tres años, con todo pagado.
ML.- Además le
mandan a buscar a un señor que no quería ser buscado. Aquella fue la gran época
del reportero.
Consejos para
viajeros
ML.- Hay
algunos aspectos que me parecen determinantes. Sentido del humor, el número
uno. No comparar, ser comprensivo con las culturas y no ridiculizarlas. Buscar
en las ciudades eso que no figura en las
guías de sitios que se deben visitar. A mí me gusta conocer las ciudades de
noche, de madrugada. Busco los mercados, el cine, el fútbol, para ver cómo
reacciona la gente. Y sobre todo buscar culturas vitivinícolas y si tienen pan,
para qué más. Yo era feliz en Indochina porque había unas hogazas francesas
deliciosas en medio de un territorio exótico. Es broma. Es muy importante el
contacto humano, es esencial conocer gente. Todo aquello que te puede ofrecer
una idea distinta de lo que se te ofrece a través de un viaje organizado.
JR.- Insisto,
no comprar en exceso. Me acuerdo siempre de una frase que decía el director de
cine John Huston: “ a mi edad ya no compro nada que no se pueda beber”. Hay
otra frase sobre los viajes que me parece que es tuya Manu: “todo gran viaje
empieza en una librería”. ¿Es tuya? ¿Si es tuya me lo dices y saco el
“Copyright” de vez en cuando?
ML.- Sí, pero
se la debí coger a alguien …(entre risas)
JR.- Hay que
empezar en una librería, pero no recomiendo que se empiece en una guía de
viajes. Puede ser útil la última que haya salido, por los precios de algunos
transportes y demás, pero son fungibles, no duran más de un año o dos. Sin
embargo los buenos libros escritos por viajeros pueden durar un siglo. Buscaría
libros de grandes escritores.
Ahora he
estado en Grecia y me he llevado un libro de Henry Miller que está escrito
antes de la Segunda GM y te habla de Grecia con una frescura impresionante.
Y lo que decía
al principio, no comprar cuando se quiere viajar en serio, entre otras cosas
porque pesa mucho. Yo suelo meter ropa vieja y la voy tirando o la dejo en los
hoteles si pienso que alguien la puede utilizar, y así llego muy ligero de
equipaje, salvo que compre libros, entonces la maleta se convierte en una
piedra, aunque siempre hay un sitio en el que poder mandar los libros en
paquete postal.
Un consejo
importante para alguien que viaje por libre y sin tiempo es que se deje llevar
de vez en cuando por el capricho. Si te calienta el corazón y te apetece,
hazlo. Ese ir a lo imprevisto es un poco la salsa picante. La verdad es que,
después de un viaje, lo que te queda es el rostro de alguien que has conocido,
que han sido amigos tuyos durante unos días. Es impresionante la cantidad de
gente grande que hay, independientemente del color de la piel o del credo o la
lengua. En un cuarto de hora te cuentan su vida y tú a ellos la suya. Me impresionó una frase de
Pedro Duque cuando le preguntaron cómo se ve la Tierra desde el espacio y dijo:
“no se ven fronteras”, eso es de lo que uno se da cuenta al final, de que no
hay fronteras.
¿Es conveniente
viajar solo?
ML.- Creo que
sí, aunque en este sentido cada maestrillo tiene su librillo. Viajando solo
tienes la retina más libre, tienes más posibilidades de ir anotando cosas sin
que nadie te interfiera en la opinión que te has hecho de algo. Puedes ver los
paisajes con más tranquilidad… desde luego, más de dos o tres personas ya
chirría. He descubierto que la convivencia en situaciones de inestabilidad
atmosférica, gastronómica, bélica, etc… complica mucho el viaje. Cualquier
menudencia se magnifica y se llega a las manos por nada. Tonterías en Madrid se
convierten en “casus belli” en el desierto del Sáhara, por ejemplo. Rara es la
expedición que no ha terminado mal.
JR.- Cuando
uno viaja tiene la sensibilidad a flor de piel porque es un momento de suprema
libertad y de supremo egoísmo. Soportas menos a la gente que estando en casa y
puedes saltar por tonterías. Y luego hay otra cosa en el viaje solitario y es
que cuando viajas solo vas muy abierto. Al ir con más personas acabas haciendo
un círculo cerrado. Yendo solo hablas con todo el mundo y eso te permite
conocer experiencias nuevas, sobre todo cuando viajas para escribir. He de
reconocer que a mí ya los viajes que no son para escribir me aburren un poco,
eso de “viajamos literariamente” es una verdad como un templo. Luego hay una
cosa que me gusta mucho visitar en una ciudad: los bares y las iglesias. Los
bares porque están llenos de almas solitarias que les gusta el alcohol y todo
el mundo se te enrolla. Y las iglesias, porque te saludan, te dan la mano, te
abordan al salir, y también acabas conociendo gente. Además de que en África,
por ejemplo, son muy espectaculares los actos religiosos.
ML.- Yo voy
también a los clubes de “Alcohólicos anónimos”. Recuerdo que en Panamá, cuando
la expulsión de Noriega, convencí a un taxista para que me llevase a un barrio
donde había disparos y disturbios. Al llegar había un silencio sospechoso y en
medio de la calle un edificio extraño, con frases en las paredes contra el
alcohol. Era un club de alcohólicos anónimos. Me acerqué, hablé con la gente
sobre la guerra y al irme, muy amables, llamaron a un taxi. Me preguntó el
nombre del hotel en el que me hospedaba, se lo dije. Se extrañó porque no era
uno de los de cinco estrellas que es donde suelen ir todos los periodistas y yo
nunca voy. Al llegar, me bajé, fui a pagarle y me dijo: “No le voy a cobrar
porque los alcohólicos anónimos estamos para ayudarnos los unos a los otros”.
Viajar te permite este tipo de experiencias y de anécdotas inolvidables.
PD. Gracias a Raúl Conde, Álvaro Nuño, Pepe Zamora y Miguel Benedicto por las fotos. Por orden: Manu a la puerta de La Mata, entre Torija y Cañizar. Con Manu y Reverte a bordo del barco que Manu y Javier compartieron en Garrucha. Manu y Javier en la Casa de Gramáticos de Brihuega, donde tuvo lugar esta conversación. Javier Reverte, Álvaro Nuño, Manu Leguienche y Mingote en Alcalá de Henares. Manu con Jesús, jardinero y amigo, e Ignacio, buen amigo, en el jardín de Brihuega. Javier y Manu jugando al Mus en el Torneo Manu Leguineche de Cañizar. Manu y Javier en Cañizar en la presentación del libro "La felicidad de la tierra" . Manu con Gabriela y Diana, los dos ángeles que cuidaron de él en los últimos años. Con Pepe García de la Torre y Manu en el restaurante "El almejero" de Garrucha, una de sus "parroquias" preferidas. Junto a Raúl Conde, Manu y Pepe en Torija. La vicepresidenta del Gobierno Mª.Teresa Fernández de la Vega, Manu, su hermana Rosa y Javier en Alcalá de Henares, acto de entrega de la Medalla de Oro al Mérito Constitucional.
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