No acompaña el
tiempo para echar a andar. Está siendo un buen invierno para los manantiales y
la primavera, pero no para pasear por los caminos. Siempre recomiendo visitar
también la provincia de Guadalajara en esta época porque se aprecian matices
diferentes a los que estamos acostumbrados a ver en primavera y verano, pero
reconozco que no es fácil organizar una excursión, y más cuando se pretende
caminar por la naturaleza. Pero nuestra tierra es tan variada que nos permite
también excursiones más resguardadas, como la que os propongo hoy al Museo del
Pastor de Masegoso. Si veis la puerta cerrada preguntad a cualquiera sobre
quién lo enseña. Suele haber un letrero en la puerta explicando quién abre.
Tranquilos, no os quedaréis sin verlo.
Recupero para esta ruta parte de una
conversación que mantuve hace algunos años con dos pastores de Masegoso,
verdaderos protagonistas de este modesto templo del pastoreo que tiene también
una sala dedicada a la agricultura, al ciclo de los cultivos, a los
instrumentos de labor y a otras recolecciones como la de la miel, el cáñamo o
la fabricación de los adobes.
En Gualda, a tiro de piedra de Masegoso de Tajuña, se encontraba en el
año 1273 la Corte itinerante del rey Alfonso X cuando el monarca otorgó la
Carta Privilegio al Honrado Concejo de la Mesta de Pastores. Nacía así el poder
ganadero frente al agrícola, y con ello la primera de las “saetas” que
acabarían con el enorme poder feudal de los nobles castellanos. Desde entonces
y hasta el siglo XIX, la ganadería bovina y el comercio de la lana sirvieron
para dinamizar la economía castellana consiguiendo numerosos beneficios. Eran
tiempos en los que ser pastor era todo un privilegio, hasta el punto de que
estos conductores de ganado se convertían en personajes protagonistas de las
leyendas que cantaba la literatura de la
época. Su cercanía a la naturaleza y por tanto a Dios les hacía seres creíbles
y sin malicia.
Por Masegoso, a poco más de media hora de Guadalajara, transitaban
millones de cabezas de ganado todos los años rumbo a Andalucía. Por este pueblo
pasa todavía la Cañada Real Soriana Oriental, una autopista de ganado que
ofrecía, hasta hace algo más de cuarenta años, un maravilloso espectáculo
cuando los pastores realizaban las trashumancia en busca de pastos. “Era todo
un acontecimiento, pasaban las ovejas por millones. Había un mayoral que le
llamábamos el “carlista” que llevaba siete rebaños, con 14 hombres y 80 ó 90
yeguas. Se paraban junto al pueblo, hacían una lumbre con el trípode y
preparaban unas migas o unas gachas y a seguir adelante. A los mastines que
llevaban para los lobos les daban un trozo de pan untado y ya tenían para todo
el día”. Me lo contaba hace unos años Dionisio Villalba que nació en 1921, fue pastor desde los nueve años (hoy tiene
94) y recordaba con nostalgia las penalidades pasadas en el campo junto al
ganado, mientras recorríamos el Museo del Pastor que su hija Pilar y otros
componentes de la asociación de Amigos de Masegoso, como Asunción Casado,
organizaron junto a un viejo horno comunal. Que yo sepa es el único museo
dedicado a este viejo oficio que hay en nuestra provincia. ¡Demos una vuelta!
Al entrar, vemos colgadas, en una sala perfectamente aprovechada, las
viejas polainas de cuero que hacían los pastores con la piel de los animales. A
su lado, unos paneles informativos en los que se explica qué era la Mesta,
qué es la trashumancia, y un mapa de
España en el que se dibuja el trazado de las Cañadas Reales que atravesaban la
Península de punta a punta. A su lado una descripción de las decenas de
corrales para ganado que había en el pueblo de Masegoso, con el nombre popular
con el que se los conoce, que no es otro que el de su propietario: el del tío
Damián, el del tío Ambrosio….
Con un orden exquisito, quien recorra el Museo del Pastor podrá ver uno
a uno los escasos utensilios que los pastores usaban en su día a día. José
María Casado, nacido diez años después que Dionisio, fue pastor desde niño
hasta su jubilación y recuerdo que mientras paseábamos por el museo cogió en
sus manos unas extrañas tenazas con un corazón en la punta. Me preguntó si
sabía para qué servía el artilugio, alguien de los que me acompañaba le dijo
que para hacer “pearcings” a las ovejas.
José María no sabía lo que era un “pearcing”, pero estaba harto de agujerear
las orejas del ganado con esa tenaza acabada en una señal que permitía
diferenciar un animal de otro cuando estos se extraviaban o se juntaban los
rebaños en medio del monte.
En Masegoso sólo queda en pie una casa anterior a la guerra civil. Las
demás fueron destrozadas en el año 1937 y el pueblo tuvo que ser reconstruido
de forma rectilínea y uniforme con el programa de Regiones Devastadas. Cuando
entraron los italianos en Masegoso, Dionisio tenía 16 años y tuvo que
adentrarse en el monte para que los soldados no le robasen los corderos. Al
igual que José María, desde muy pequeños han pasado noches enteras, en invierno
y en verano, a la intemperie. El de pastor es un oficio duro, de otro tiempo.
Tanto Dionisio como José María fueron también agricultores y recuerdo que me
dijeron entonces que preferían labrar el campo a salir al monte. “Si volviera a
nacer no me importaría ser labrador, pero pastor ni hablar”.
En el museo, junto a los cencerros, esos “instrumentos musicales” que
sirven para armonizar el paseo de las ovejas y distinguir el rebaño al que
pertenecen, están expuestos los badajos
que los hacían sonar, hechos con madera de encina, aliaga o hueso. Los pastores
los confeccionaban para ahuyentar el aburrimiento en las largas horas de
silencio que pasaban en el campo, como las abarcas hechas con suela de goma de
rueda de coche, “aunque las primeras tenían la suela de cuero y estaban cogidas
con chinchetas y cuando se doblaban no había quien las enderezase”, recordaba
Dionisio. Una bota de vino, una tartera, la sartén para calentar la pez con la
que marcar a las ovejas… comparten espacio con las tijeras de esquilar, el
traje de pana, el morral, las alforjas y unos gruesos calcetines hechos de pura
lana virgen.
En la Alcarria no había mujeres pastoras, o si las había eran una excepción, sin embargo eran ellas con sus manos y cuatro palos (devanaderas), las que desenredaban los vellones de lana y convertían la “funda” de la oveja en hilo recio y firme con el que confeccionar la ropa. Todo se aprovechaba en casa de un pastor, lugares humildes por tradición. Con los cuernos se hacían porrones, con el hollín de la lumbre se limpiaban las heridas de las ovejas para evitar que se gangrenasen y con los restos de la comida se alimentaban los perros que cuidaban del ganado, a veces mejor que el propio dueño. “Si un perro salía bueno valía por diez pastores”, reconocía José María, “alguno he tenido yo que cuidaba durante dos horas del rebaño mientras yo me venía al pueblo a hacer otras cosas o tenía que ir a labrar alguna tierra. ¡Y no tuvieras cuidado que las ovejas no se metían donde no debían!”.
Hoy nadie quiere ser pastor. Tener ganado no es rentable y es muy
esclavo. Sin embargo el pastoreo es una forma de conservar el mundo rural.
Esperemos que no se pierda, pero si eso sucede siempre nos quedará este
pastoreo “virtual” en forma de Museo. Id a visitarlo y llevad a vuestros hijos
para que sepan cómo era esta tierra antes de internet.
Y a la hora de comer no os preocupéis, en Masegoso está el restaurante
Las Vegas, de Jesús y Ana, dos cocineros que ya han pasado por estas páginas,
dueños de uno de los restaurantes de Guadalajara, en relación calidad y precio,
donde mejor se come comida casera. Por cierto, las verduras son de un huerto ecológico que hay enfrente de su casa, espectaculares.
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La Alcarria es infinita
ResponderEliminar¡MUCHÍSIMAS GRACIAS, PEDRO! Me ha encantado este reportaje sobre el Museo del Pastor y del Labrador de mi pueblo. Un abrazo.
ResponderEliminarPilar Villaverde. Masegoso de Tajuña