martes, 11 de febrero de 2014

Ruta al resguardo: El museo del silencio y la retama

No acompaña el tiempo para echar a andar. Está siendo un buen invierno para los manantiales y la primavera, pero no para pasear por los caminos. Siempre recomiendo visitar también la provincia de Guadalajara en esta época porque se aprecian matices diferentes a los que estamos acostumbrados a ver en primavera y verano, pero reconozco que no es fácil organizar una excursión, y más cuando se pretende caminar por la naturaleza. Pero nuestra tierra es tan variada que nos permite también excursiones más resguardadas, como la que os propongo hoy al Museo del Pastor de Masegoso. Si veis la puerta cerrada preguntad a cualquiera sobre quién lo enseña. Suele haber un letrero en la puerta explicando quién abre. Tranquilos, no os quedaréis sin verlo.




 Recupero para esta ruta parte de una conversación que mantuve hace algunos años con dos pastores de Masegoso, verdaderos protagonistas de este modesto templo del pastoreo que tiene también una sala dedicada a la agricultura, al ciclo de los cultivos, a los instrumentos de labor y a otras recolecciones como la de la miel, el cáñamo o la fabricación de los adobes.



En Gualda, a tiro de piedra de Masegoso de Tajuña, se encontraba en el año 1273 la Corte itinerante del rey Alfonso X cuando el monarca otorgó la Carta Privilegio al Honrado Concejo de la Mesta de Pastores. Nacía así el poder ganadero frente al agrícola, y con ello la primera de las “saetas” que acabarían con el enorme poder feudal de los nobles castellanos. Desde entonces y hasta el siglo XIX, la ganadería bovina y el comercio de la lana sirvieron para dinamizar la economía castellana consiguiendo numerosos beneficios. Eran tiempos en los que ser pastor era todo un privilegio, hasta el punto de que estos conductores de ganado se convertían en personajes protagonistas de las leyendas que cantaba la  literatura de la época. Su cercanía a la naturaleza y por tanto a Dios les hacía seres creíbles y sin malicia.



Por Masegoso, a poco más de media hora de Guadalajara, transitaban millones de cabezas de ganado todos los años rumbo a Andalucía. Por este pueblo pasa todavía la Cañada Real Soriana Oriental, una autopista de ganado que ofrecía, hasta hace algo más de cuarenta años, un maravilloso espectáculo cuando los pastores realizaban las trashumancia en busca de pastos. “Era todo un acontecimiento, pasaban las ovejas por millones. Había un mayoral que le llamábamos el “carlista” que llevaba siete rebaños, con 14 hombres y 80 ó 90 yeguas. Se paraban junto al pueblo, hacían una lumbre con el trípode y preparaban unas migas o unas gachas y a seguir adelante. A los mastines que llevaban para los lobos les daban un trozo de pan untado y ya tenían para todo el día”. Me lo contaba hace unos años Dionisio Villalba que nació en 1921,  fue pastor desde los nueve años (hoy tiene 94) y recordaba con nostalgia las penalidades pasadas en el campo junto al ganado, mientras recorríamos el Museo del Pastor que su hija Pilar y otros componentes de la asociación de Amigos de Masegoso, como Asunción Casado, organizaron junto a un viejo horno comunal. Que yo sepa es el único museo dedicado a este viejo oficio que hay en nuestra provincia. ¡Demos una vuelta!



Al entrar, vemos colgadas, en una sala perfectamente aprovechada, las viejas polainas de cuero que hacían los pastores con la piel de los animales. A su lado, unos paneles informativos en los que se explica qué era la Mesta, qué  es la trashumancia, y un mapa de España en el que se dibuja el trazado de las Cañadas Reales que atravesaban la Península de punta a punta. A su lado una descripción de las decenas de corrales para ganado que había en el pueblo de Masegoso, con el nombre popular con el que se los conoce, que no es otro que el de su propietario: el del tío Damián, el del tío Ambrosio….


Con un orden exquisito, quien recorra el Museo del Pastor podrá ver uno a uno los escasos utensilios que los pastores usaban en su día a día. José María Casado, nacido diez años después que Dionisio, fue pastor desde niño hasta su jubilación y recuerdo que mientras paseábamos por el museo cogió en sus manos unas extrañas tenazas con un corazón en la punta. Me preguntó si sabía para qué servía el artilugio, alguien de los que me acompañaba le dijo que  para hacer “pearcings” a las ovejas. José María no sabía lo que era un “pearcing”, pero estaba harto de agujerear las orejas del ganado con esa tenaza acabada en una señal que permitía diferenciar un animal de otro cuando estos se extraviaban o se juntaban los rebaños en medio del monte.


En Masegoso sólo queda en pie una casa anterior a la guerra civil. Las demás fueron destrozadas en el año 1937 y el pueblo tuvo que ser reconstruido de forma rectilínea y uniforme con el programa de Regiones Devastadas. Cuando entraron los italianos en Masegoso, Dionisio tenía 16 años y tuvo que adentrarse en el monte para que los soldados no le robasen los corderos. Al igual que José María, desde muy pequeños han pasado noches enteras, en invierno y en verano, a la intemperie. El de pastor es un oficio duro, de otro tiempo. Tanto Dionisio como José María fueron también agricultores y recuerdo que me dijeron entonces que preferían labrar el campo a salir al monte. “Si volviera a nacer no me importaría ser labrador, pero pastor ni hablar”.


En el museo, junto a los cencerros, esos “instrumentos musicales” que sirven para armonizar el paseo de las ovejas y distinguir el rebaño al que pertenecen, están expuestos  los badajos que los hacían sonar, hechos con madera de encina, aliaga o hueso. Los pastores los confeccionaban para ahuyentar el aburrimiento en las largas horas de silencio que pasaban en el campo, como las abarcas hechas con suela de goma de rueda de coche, “aunque las primeras tenían la suela de cuero y estaban cogidas con chinchetas y cuando se doblaban no había quien las enderezase”, recordaba Dionisio. Una bota de vino, una tartera, la sartén para calentar la pez con la que marcar a las ovejas… comparten espacio con las tijeras de esquilar, el traje de pana, el morral, las alforjas y unos gruesos calcetines hechos de pura lana virgen.




En la Alcarria no había mujeres pastoras, o si las había eran una excepción, sin embargo eran ellas con sus manos y cuatro palos (devanaderas), las que desenredaban los vellones de lana y convertían la “funda” de la oveja en hilo recio y firme con el que confeccionar la ropa. Todo se aprovechaba en casa de un pastor, lugares humildes por tradición. Con los cuernos se hacían porrones, con el hollín de la lumbre se limpiaban las heridas de las ovejas para evitar que se gangrenasen  y con los restos de la comida se alimentaban los perros que cuidaban del ganado, a veces mejor que el propio dueño. “Si un perro salía bueno valía por diez pastores”, reconocía José María, “alguno he tenido yo que cuidaba durante dos horas del rebaño mientras yo me venía al pueblo a hacer otras cosas o tenía que ir a labrar alguna tierra. ¡Y no tuvieras cuidado que las ovejas no se metían donde no debían!”.


Hoy nadie quiere ser pastor. Tener ganado no es rentable y es muy esclavo. Sin embargo el pastoreo es una forma de conservar el mundo rural. Esperemos que no se pierda, pero si eso sucede siempre nos quedará este pastoreo “virtual” en forma de Museo. Id a visitarlo y llevad a vuestros hijos para que sepan cómo era esta tierra antes de internet.

Y a la hora de comer no os preocupéis, en Masegoso está el restaurante Las Vegas, de Jesús y Ana, dos cocineros que ya han pasado por estas páginas, dueños de uno de los restaurantes de Guadalajara, en relación calidad y precio, donde mejor se come comida casera. Por cierto, las verduras son de un huerto ecológico que hay enfrente de su casa, espectaculares.



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2 comentarios:

  1. Pilar Villaverde1 de marzo de 2014, 4:38

    ¡MUCHÍSIMAS GRACIAS, PEDRO! Me ha encantado este reportaje sobre el Museo del Pastor y del Labrador de mi pueblo. Un abrazo.
    Pilar Villaverde. Masegoso de Tajuña

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