martes, 11 de marzo de 2014

Puebla de Beleña, el humedal de la Campiña


El viaje de hoy es un viaje sorprendente. Vamos a visitar dos grandes humedales en la Guadalajara seca. Nos acercaremos a las lagunas Grande y Chica de Puebla de Beleña. Ahora es el mejor momento. El invierno ha sido lluvioso y se encuentran en todo su esplendor. Cuando están llenas, cada una de ellas recoge más de cien hectáreas de agua y, con la sierra nevada al fondo, ofrecen un espectáculo único que suele ir acompañado del sonido de cientos de aves acuáticas que anidan o descansan entre los sargales.





Para dar con las lagunas hay que tomar la carretera de Tamajón (CM-1004), coger el desvío al pueblo y sin entrar (si lo hacéis veréis un pueblo pequeño, limpio y ordenado con una iglesia sencilla), seguir la carretera que conduce hasta El Cubillo de Uceda. A escasos dos kilómetros, a mano derecha, vemos el indicador del humedal. Es fácil, justo enfrente del desvío, a mano izquierda de la carretera hay una charca, “Navajo” le llaman en algunos lugares, que tiene agua prácticamente todo el año. Es una laguna en miniatura, un presagio de lo que nos encontraremos unos metros más allá.




El coche es obligatorio dejarlo en un aparcamiento acondicionado para la ocasión. El resto del trayecto hay que hacerlo a pie y seguramente acompañado. En estas fechas se suceden las visitas, sobre todo de ornitólogos profesionales y aficionados que, equipados de potentes catalejos, son capaces de tirarse horas y horas mirando al cielo o al horizonte en busca de un gesto, un destello o un color que les aporte información sobre tal o cual especie.



Dos recomendaciones: llevar unos prismáticos y calzar botas resistentes a la humedad. Pisamos tierra arcillosa impermeable y los charcos se suceden a lo largo del camino hasta llegar al borde de la laguna. Haremos “chof, chof” en más de una ocasión, pero tranquilos que no pasa de ahí. Quince minutos después de haber dejado el coche veremos la primera laguna. Es la Grande, está situada a mano izquierda del camino y un viejo letrero de madera lo indica. Sorprende encontrarse de pronto con tanta cantidad de agua embalsada. La profundidad no es mucha, aunque en tiempos hubo un embarcadero con varias barcas que un vecino de la Puebla alquilaba a las parejas en las tardes de primavera, incluso de verano. Ahora sería imposible porque suelen secarse en cuanto se acerca el calor y no vuelven a coger agua hasta estas fechas. De hecho estas navidades estaban prácticamente secas.




El sonido de una laguna es el sonido del viento rizando el agua, de las ranas quejándose de las visitas y de los pájaros, aves acuáticas en su mayoría, retozando mientras se deslizan en la superficie. Entre los meses de septiembre y noviembre cruzan nuestra provincia, rumbo al continente africano, cientos de miles de aves que huyen de los rigurosos fríos del norte de Europa. Siguen unas rutas ancestrales que encierran numerosos enigmas. Estos animales recorren miles de kilómetros formando nubes de colores que atraviesan el azul del cielo dando lugar a uno de los fenómenos naturales más espectaculares y sorprendentes. Las lagunas Chica y Grande, si hay agua, y el embalse de Almoguera, son dos de los lugares preferidos para el descanso temporal de muchas de estas aves, antes de cruzar el estrecho de Gibraltar, y unos puntos de observación privilegiados para los ornitólogos. 




Cuando llega la primavera estas aves hacen el viaje  de vuelta y vuelven a alegrar esta parte de Guadalajara.

Cuenta una historia, que aparece en algunos libros de ornitología, que en el año 1250 un prior de un monasterio cisterciense alemán escribió una historia sobre uno de sus vecinos que era un gran observador de las aves. Este personaje siempre se había sentido intrigado por el destino de aquellas golondrinas que, cada año a principios de otoño, abandonaban sus nidos. Se les perdía la pista en tan sólo unos días y el pueblo se quedaba sin golondrinas durante los meses más fríos del año. ¿A dónde iban esos pájaros?, se preguntaba el abate. Para tratar de contestarla tuvo la brillante idea de colgar un pergamino en una de las patas de una golondrina con un mensaje en latín que decía “¡Oh golondrina!, ¿dónde pasas el invierno?”. Las golondrinas, fieles a su cita, volvieron a aquel pueblo alemán cuando los primeros calores anunciaban la llegada de la primavera. Una de ellas traía colgado en una de sus patas un mensaje de respuesta. “En Asia. En casa de Petrus”, decía la misiva. El misterio del viaje quedaba resuelto y la curiosidad del ornitólogo alemán satisfecha.




Todo un mundo el de las migraciones. Para poder disfrutar con comodidad y sin molestar a los animales, se han levantado en las dos lagunas unos observatorios de madera que os aconsejo utilicéis para serenar el ánimo, es sumamente relajante asomarse a los miradores de las casetas, ver el agua y las pájaros despreocupados en libertad.



Se me olvidaba, la laguna Chica está a diez minutos de la Grande, hay que volver al camino principal y continuar hacia abajo, a mano izquierda. No penséis que tiene menos agua, lo de pequeña es por decir algo porque a simple vista no hay mucha diferencia y a mí, personalmente, me gusta más que la anterior, será por la forma o por el entorno que es más verde y más variado pero si me dan a elegir me quedo con la Chica, entiéndase.



Entre unas cosas y otras se nos van dos o tres horas recorriendo las lagunas y sus alrededores y disfrutando de las aves acuáticas. Es una buena excursión para ir con la familia: cómoda, cercana, variada y didáctica. Después os aconsejo que os acerquéis al Restaurante Meléndez en Humanes, pueblo por el que habréis pasado en la ida. Es un perfecto bar de vermú, con raciones ricas y variadas, pero además tiene una interesante cocina en su amplio comedor. No dejéis escapar sus patatas con bacalao, sus setas empanadas con alioli, las croquetas con patatas paja y el arroz con bogavante, si así lo hacéis, habréis redondeado la jornada. ¡Disfrutad!





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