Recupero para esta entrada un artículo encargado por la
revista Viajar en el mes de febrero y publicado en su revista como recuerdo y
homenaje a Manu Leguineche y a Camilo José Cela, los dos escritores que mejor
han visto, escuchado y contado el alma de la Alcarria. Las agradables secuelas
dejadas por las cuatro viajeras que han querido revivir estos días la ruta
celiana, me animan hoy a recuperar este texto.
“Han pasado casi 70 años años desde que Cela echó a andar por
la Alcarria, y los pueblos alcarreños siguen siendo pequeños, el paisaje apenas
se ha visto alterado y, fuera de las
casas, en contra de lo que decía Cela, hoy se come mejor que nunca. El universo alcarreño que don Camilo refleja
en su primer viaje no es
idílico. El viajero escritor cuenta lo que ve, y lo
que encuentra es un país pobre, de paisaje austero, donde
las mayores virtudes se encuentran en lo que otro gran viajero, Manu
Leguineche, llamaría años después el paisanaje. Con el paso del tiempo, la ausencia de progreso
desmesurado ha convertido esta comarca en un escenario ideal para viajar. Cela lo deja claro al principio del libro, con la
precisión y la ironía que caracteriza su pluma: “esta tierra, menos miel, que
la compran los acaparadores, tiene de todo”.
Así que viajaremos literariamente y lo
haremos comenzando por Torija, la Puerta de la Alcarria, uno de esos pueblos de
Guadalajara donde no es necesario ir, porque uno pasa. Encrucijada de caminos,
su situación junto a la A2 hace de este municipio, y en especial de su
castillo, uno de los más conocidos de España. Torija es puerta, pero también
ventana. Un balcón privilegiado a través de su fortaleza convertida en el
Centro de Interpretación Turística de la Provincia de Guadalajara (CITUG). Allí
se desgrana imagen a imagen, ruta a ruta, fiesta a fiesta, vianda a vianda, todo
el abanico de posibilidades turísticas de la Alcarria. De diseño moderno y
mimetizado con el edificio del siglo XV, cada una de las estancias del
castillo, que levantaron los Mendoza, es una invitación al paseo, al recorrido
lento y atento por unos rincones que no tienen desperdicio y en los que hay de
todo, insisto: ¡de todo! Hasta mar, el Mar de Castilla, el mayor número de
kilómetros de “costa” de interior del país, repartidos entre dieciséis
embalses.
En el CITUG cabe una provincia y en su Torre del Homenaje se
levanta el único museo del mundo dedicado a un libro: “Viaje a la Alcarria”.
Las fotografías originales que Cela y el fotógrafo que le acompañó en su
recorrido obtuvieron durante el viaje, los sitios por los que pasaban, los utensilios
usados o mencionados por él, mapas, muebles diseminados por las fondas,
retratos… todo el universo alcarreño de Cela encerrado en la torre de un
castillo, desde donde casi se ve Brihuega, nuestro segundo alto en el camino.
Brihuega rezuma historia. Conserva buena parte de su muralla;
un castillo convertido en cementerio, una “necrojoya”; dos iglesias románicas;
un puñado de buenos restaurantes; una vega fértil y fresca, la del río Tajuña;
una plaza, con un convento convertido en museo de miniaturas, y una Escuela de
Gramáticos en cuya casa vivió hasta hace poco Manu Leguineche, a quien está
dedicada la plaza. Si Cela descubrió La Alcarria al mundo, Leguineche la dotó
de alma en un libro “La felicidad de la tierra”, que evoca la esencia del
paisaje y del paisanaje alcarreños: “El sendero, la ermita, la anchurosa
Alcarria, el tañido de una campaña, el torreón hecho jirones, el chopo, el
cantueso, el espliego, el tomillo, los crestones, los cenicientos, la oliva y
la encina, las plazuelas sosegadas, la paramera sobrevolada por el águila, el
arroyo, el ábside, las gachas y las migas de pastor….”. ¡Larga vida al maestro!
De Brihuega nos vamos, por la vega del Tajuña, hasta
Cifuentes, allí nació la Princesa de Éboli y Don Juan Manuel alzó un castillo
que todavía sigue en pie. En Cifuentes todo es agua, su nombre procede de las
Siete Fuentes, algunos cronicones hablan de cien, que por diversas bocas bajan
de un cerro y coinciden en una hermosa charca, de donde parte el río “que nace
en Cifuentes y entra en el Tajo cerca de la casa de Trillo… En este arroyo y en
las lagunas cerca de San Blas hay muchas ánades y partidas de garza”, escribe
Don Juan Manuel en el “Libro de la caza”.
Pero de lo que más orgulloso se sienten en Cifuentes es de la
iglesia de El Salvador. Un edificio de estilo gótico, con algunos detalles
románicos en sus portadas. Nos vamos a detener en la de Santiago, compuesta por
un conjunto de arquivoltas en degradación y una serie de figuras adosadas, que
desarrollan la batalla entre la fe y la idolatría dentro del alma, acompañadas
ambas de un ejército de virtudes y de vicios. Es un buen entretenimiento ir
descubriendo las figuras diabólicas, algunas de ellas femeninas, desnudas o pariendo, con grandes pechos
lacios; otras masculinas, deformes o colocadas boca abajo en posición burlesca…
Al otro lado la virtud: un peregrino pisando a un demonio, una pareja de
virtuosos aplastando una cabeza monstruosa o una anciana con vara de mando. El
bien y el mal, la vida misma, el alma humana tallada en piedra en un conjunto
único que representa el antiguo poema de Prudencio “La Psicomaquia”, todo un
espectáculo.
Pero Cifuentes no sólo son sus monumentos, su plaza de
soportales, la picota del siglo XVI o el Molino de la Balsa. En torno al pueblo
hay enclaves naturales tan sorprendentes como el Barranco del Reato, también
conocido como Los Frailes. Una enorme sucesión de “peinetas” de más de 30
metros de altura, caprichos de la naturaleza labradas en piedra, que dibujan diferentes
figuras. Si el viajero se detiene le parece estar viendo a unos frailes como
los de El Greco, altos y delgados como agujas, con sus sayales y su capucha
cubriéndoles la cabeza, que caminan juntos, en oración, como si rezasen el
rosario alrededor del claustro de un convento. Una grata sorpresa junto a las
aguas del río Tajuña, en el cercano pueblo de El Sotillo. Como lo es también la
finca Las Cascadas en Gárgoles, el
empeño de José Andrés Torrent, un ingeniero de Montes que ha sido capaz de
plantar un bosque y disfrutar de su sombra varias decenas de años después. Una
finca atravesada por el río Cifuentes, donde todavía pueden visitarse un molino
y un acueducto medievales, y unas termas romanas, al mismo tiempo que se pescan
truchas en un lago artificial, casi paradisíaco.
La Alcarria fértil, la Alcarria húmeda se acerca al Tajo y
los tonos verdes se imponen al ocre de
la tierra de labor. En Trillo, el río Cifuentes cae de bruces en el
regazo del Tajo formando una cascada de agua, El Pozo, que inunda de sonido el
ambiente y refresca los viejos caserones y las calles por las que anduvo Carlos
III, camino del Balneario que él mismo hizo construir para solaz de la Corte y
que hoy se ha convertido en una explotación
moderna y placentera, un relajante spa.
Desde Trillo pueden verse las Tetas de Viana, dos chimeneas
naturales formadas por dos cerros, “las
dos únicas tetas que se me han resistido”, refunfuñó alguna vez el Nobel que
quiso coronarlas en globo y acabó estampado contra los chopos del río, enredado
entre retamas y cordeles.
Desde Trillo, el curso del agua nos llevará hacia Sacedón por
la ruta de los pantanos. El Mar de Castilla, la enorme ribera que forman los
embalses de Entrepeñas, Bolarque y Buendía. Una carretera camina bordeando las
orillas de esta costa de interior poblada de densos pinares y encinas. Alocén,
El Olivar, Durón, Budia, Sacedón… pueblos alcarreños de casas construidas con
piedra caliza, cuidados miradores al
pantano que conservan en sus calles el sabor de la Alcarria celiana. Y de
Sacedón a Pastrana, donde dos mujeres de carácter: Teresa de Jesús y Ana de
Mendoza, princesa de Éboli, se dieron la
mano para levantar un monasterio que asombró a Castilla.
Pastrana, donde nació el pintor Juan Bautista Maíno y
descansó San Juan de la Cruz, es un pueblo medieval, con sus calles estrechas,
su barrio judío, casonas nobles plagadas de escudos, plazoletas, fuentes,
conventos, palacios, huertas y una colegiata donde descansan obras de El Greco,
Salzillo, Carreño y los mejores tapices del mundo, que representan las hazañas
bélicas de Alfonso V de Portugal. Todo cuanto hay en Pastrana nos traslada a siglos
atrás, hasta la pastelería Éboli, con un obrador de exquisitos bocados. Por
estas calles paseó Quevedo y aquí, dicen, que Moratín escribió “El sí de las
niñas”. Entre los muros de sus palacetes se cocinaban muchos de los
acontecimientos políticos que días después revolucionaron a España, intrigas
palaciegas de la corte de Felipe II. Por conspirar, la princesa de Éboli fue
encerrada en el palacio que corona la famosa Plaza de la Hora, “una plaza
cuadrada, grande, despejada con mucho aire, una plaza curiosa, una plaza con
solo tres fachadas, una plaza abierta por uno de sus lados por un largo balcón
que cae sobre la vega”, escribió Cela.
Antes de terminar nuestro viaje, un
inciso: además de los niños, que no se ven muchos por estos pueblos nuestros,
salvo contadas excepciones; y de las mujeres sentadas a la puerta haciendo
“media”, lo que hoy se echa de menos en la Alcarria celiana son los
burros, personajes que despertaron
ternura en el viajero. Compañeros de viaje con los que Cela se encuentra
continuamente y a los que hace jugar un papel casi humano. “Gorrión”, el burro
que acompaña al viejo labrador camino de Cifuentes, lleva en la albarda cosido
un papel, para cuando llegue el momento, que dice: “Cógeme, que mi amo ha
muerto”. Tampoco hay mujeres lavando ropa en los lavaderos, hoy pequeños
monumentos populares siempre vacíos; ni carros, ni apenas colmenas hechas con
troncos de árbol, ni posaderas, pero el paisaje, plácido y evocador, sigue
intacto.
En Pastrana termina nuestro viaje pero, como el Nobel,
recomendamos un apéndice: visitar Zorita de los Canes, su castillo calatravo
mirando al meandro del Tajo y sus restos visigodos, Recópolis, un parque
arqueológico de la que fue una de las ciudades más importantes de la España del
siglo VII. ¡Ah! Se me olvidaba, a la vuelta sería pecado no parar en Tendilla,
buscar entre su larga hilera de soportales una pastelería donde nos vendan bizcochos
borrachos y preguntar por la casa y el olivar que Pío Baroja tuvo en el pueblo.
La Alcarria es pura literatura.
Guía práctica
CITUG . Centro de Interpretación Turística
en el interior del castillo de Torija, de imprescindible visita. Museo de Miniaturas de Brihuega.
Curioso museo del profesor Max instalado en el convento de San José. Jardines Románticos. En la antigua
Fábrica de Paños de Brihuega, original edificio en forma circular con jardines
únicos. Finca Las Cascadas. En
Gárgoles, zona de recreo de pesca y paseo por jardín botánico. Museo Colegiata de Pastrana. Tapices y
piezas de arte religioso y civil. Museo
Convento del Carmen de los Franciscanos de Pastrana. Museo arqueológico y
piezas orientales de gran valor traídas por los misioneros de Asia. Parque Arqueológico de Recópolis Zorita de los Canes. Crta. De Almoguera s/n. Tfno. 949 376 898. DÓNDE DORMIR: Casa Rural “La
felicidad de la tierra”. Torija. Mesones, 5. Tfno. 949 322 095. Hotel Spa Niwa. Brihuega. José Ruiz
Pastor, 16. Tfno. 949 281 299. Balneario Carlos III.Trillo. Crta. La Puerta s/n. 941 940 758. Casa Rural Las Nubes. Albalate De Zorita. Camino de Cabanillas s/n. 900 850 333. DÓNDE COMER: Asador Pocholo. Torija.
Mesones 5. Tfno. 949 322 095.
Restaurante Hospedería Princesa Elima. Brihuega. Paseo de la Fábrica 15. Tfno.
949 340 005. Restaurante Quiñoneros. Brihuega. Paseo de María Cristina 10. Tfno.
949 280 445. Restaurante Casa de Los Gallos. Cifuentes. Plaza de la Provincia s/n. Tfno. 656 469
159. Pastelería Éboli. Pastrana. Mayor, 7. Tfno. 949 371 027.
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