martes, 10 de febrero de 2015

La cresta rocosa de Riba de Santiuste



Hoy vamos a ver un castillo, además un castillo roquero, de los de cresta y  acceso casi imposible. Pocas fortalezas medievales quedan en pie de manera digna en la provincia de Guadalajara, pero sin duda una de las más hermosas es la de la Riba. Hasta allí, por tierras seguntinas, encaminamos hoy nuestros pasos.


Riba de Santiuste es un pueblo pequeño y poco habitado. Llegamos a él después de atravesar Sigüenza por la alameda y la vía del tren, subir al viejo cuartel y pararnos un momento para disfrutar de las vistas de la ciudad. Sigüenza es hermosa se mire por donde se mire.  Seguimos en dirección a Atienza y a mano derecha, antes de llegar a Imón, un cruce nos invita a tomar la carretera que lleva a la Riba de Santiuste.



Enseguida vemos la figura de una quilla de piedra de casi 100 metros de larga. Un castillo que fue castro celtíbero, atalaya árabe y que Alfonso VI convirtió en refugio de castellanos hasta que lo volaron los franceses en la guerra de la Independencia, casi setecientos años después. Hace menos de medio siglo fue comprado en subasta por un particular, restaurado y convertido en punto de encuentro de la asociación Nueva Acrópolis, que gustaba de hacer reuniones festivas y telúricas entre sus muros.



Nos hemos propuesto subir al castillo y para ello dejamos el coche en el pueblo, nos dirigimos hacia la iglesia y desde allí buscamos la pista que sube al cerro. Antes atravesamos un precioso puente medieval de piedra rosácea que nos permite salvar las aguas del río Salado. Un rincón agradable y acondicionado para el recreo.



El ascenso es cómodo. La pista es ancha y está bien cuidada y el zigzag lo suficientemente bien pensado para que no nos cueste subir. A medida que lo hacemos, coronaremos en menos de media hora, vamos viendo la anchura del paisaje castellano que en estos días está nevado y hermoso. La manta blanca que cubre el campo de cereal ilumina el horizonte y nos permite lanzar la vista mucho más lejos de lo que pensábamos.


La anchura de esta tierra parece no tener fin. Arriba, las rocas dibujan figuras caprichosas como la de dos lagartos enamorados mirando en la distancia. Uno a uno se dibujan los pueblos entre las piedras. Más cerca, el castillo se nos presenta inaccesible, con sus muros y almenas bien trazadas buscando el equilibrio entre las piedras a modo de barco encallado en la montaña.



Pocas vistas podremos encontrar  tan reconfortantes. Si la nieve y el hielo lo permiten, os aconsejo que regreséis al pueblo por la senda que regatea entre las rocas, por la vertiente contraria a la que habéis subido. Es menos cómoda pero permite nuevas vistas del castillo y del pueblo. Como veis no es una ruta difícil ni sofocante. Eso nos permite dejar que los chicos jueguen con la nieve, si todavía sigue allí, o pasear por uno de los caminos trazados y señalizados de la Ruta del Quijote que camina junto al río Salado. Ambas cosas dan juego.




De vuelta os aconsejo parar y comer unas estupendas judías con oreja en el hostal restaurante La cabaña. Está en la misma carretera que nos devuelve a Sigüenza, hemos pasado junto a él al comienzo de nuestra ruta. 



Es un lugar agradable, con dos salones amplios y una buena chimenea, menú y carta. Las migas, la sopa castellana, la perdiz, el conejo y el churrasco de carne no os pasarán desapercibidos. En verano su terraza es una tentación. ¡Parad y comed!


2 comentarios:

  1. Os hizo un día espléndido, y supongo que muy frío.
    Unas imágenes preciosas. ¡Gracias por compartirlo!
    Enrique

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